Sueños de Perec
Te despiertas, sudando
y temblando. No sientes cansancio, sino una pasajera y brutal curiosidad por lo
que acabas de soñar e intentas dar con los detalles irracionales de los
interminables segundos que terminaron sumiéndote en una ambarina perplejidad.
Pero la inquietud dura poco, el día empieza y las prisas son más importantes
que los vericuetos del sueño que a nada estuvo de matarte. Quieres escribir,
aunque sea anotar, sobre lo que has vivido en la realidad paralela, pero no lo
haces; te espera la ducha, el desayuno, los planes del día. En fin, culpa de
los distractores y de nosotros mismos, consolándonos con relatar el sueño con
amigos y conocidos frecuentes.
La
cámara oscura (Impedimenta, 2010) no es el mejor
libro del celebrado e influyente creador francés George Perec (1936 – 1982).
Pero en lo personal, es el que más se acerca a su mundo, a la mente, a esa cocina
canábica en la que se cuecen las cimientes de su poética, no solo proyectada en
la literatura, sino también en el cine y la pintura. Documento inquieto, nada racional;
suprema cólera para los realistas y amantes del 2 más 2. Por momentos cada uno
de los 124 sueños resulta pesado. Hasta el más fanático de su obra se tomaría un
merecido respiro, pero entiéndase la mentada pesadez como una suerte de crisol
de violencia canalizada en esa morosidad poética capaz tumbar al lector más
entrenado, puesto que la fuerza de los sueños se justifica en las descripciones
excesivamente detalladas de los mismos. Poesía, pues, pura, en donde no hay
lugar para los senderos lógicos y lecturas corridas en media hora, que nos
presenta más de un lazo que delinea la radiografía de sus celebradas novelas,
hallando más de un punto con la irregular El
secuestro, W o recuerdo de infancia,
Las cosas y la contundente Un hombre que duerme.
Las preguntas se me
imponen por sí solas. ¿Me habría gustado La
cámara oscura siendo un lector casto sobre la literatura de este francés?
Lo más probable que no. Leí la publicación acuciado por el espíritu del fisgón,
tengo el malsano vicio de ubicar los fluidos motivacionales de los creadores
que admiro y este libro cumplió con expandir mi ignorancia sobre el trabajo de
Perec. De lo contrario, de haber salido con inquietudes satisfechas, con
respuestas redondas, mi ánimo sería otro. Los autores que idolatramos, o
empezamos a idolatrar, tienen el poder de hacernos más ignorantes sobre ellos
en cada acercamiento. Su fuerza centrípeta, siempre lo he creído, se solaza
hasta en títulos que no gozan del saludo unánime.
La
cámara oscura no es más que una estela ectoplasmática
que nos impele a seguir adelante, es decir, a continuar (re)leyendo más a Perec.
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