miércoles, julio 25, 2012

Cuando los ídolos tropiezan



Enrique Verástegui y Oswaldo Reynoso. Ambos autores capitales para la literatura peruana contemporánea. Verástegui, dueño de una obra digna de figurar entre lo más selecto de la poesía escrita en castellano. Pasar por alto la influencia de En los extramuros del mundo y Monte de goce, no sería más que una laguna poética para todo aquel que se considere amante de la poesía en general. A pesar de cierta irregularidad vista en sus últimos libros, ya es un autor estudiado y valorado por la lectoría crítica no necesariamente peruana. Con relación a Reynoso, es pues innegable su magisterio narrativo en varias generaciones de escritores. A la fecha no creo que exista ni siquiera uno que no sea capaz de agradecerle lo mucho que aún nos siguen transmitiendo títulos suyos como Los inocentes, El escarabajo y el hombre y Los eunucos inmortales. Reynoso no es dueño de una obra prolífica, pero sí lo suficientemente contundente para llevarnos a hacer proselitismo por esta, que no solo se limite a ser conocida en las dachas del imaginario literario local.
Cada vez que nos entregan nuevos libros, se genera una justificada expectativa. El primero en aparecer este año fue Verástegui con Tratado sobre la yerbaluisa, por cuenta del nuevo sello Caja Negra, que también lanzó una reedición del clásico En los extramuros… Ni bien empezamos a leerlo se detecta más de una debilidad en los versos y estrofas, una suerte de exangüe inspiración que intenta elevarse bajo circuitos artificiosos que descansan en una efectista y forzada jerigonza científica, en un tono que nos acerca al discurso de los que pontifican apelando en algunos casos a la biografía y la trayectoria. Verástegui se asume grande, y vaya que lo es, pero esa justa grandeza se resiente gracias a sus desvaríos retóricos. Casi todos los poemas parecen chistes, trabalenguas de genio incomprendido. Pero la culpa no es de Verástegui. Hizo falta un poco más de franqueza y respeto de los editores para con este celebrado poeta. Tratado de la yerbaluisa no debió publicarse. Así de simple.



En más de una ocasión he reconocido los interesantes aportes de la editorial arequipeña Cascahuesos. Su línea de poesía, por ejemplo, es fuerte. Se nota que hay lectores responsables en el sello. Sin embargo ahora, en su línea de narrativa, cometieron el error de dejarse llevar por el prestigio Reynoso. Recuerdo una charla que este dio años atrás en El Centro Cultural Inca Garcilaso. Luego de relatarnos la génesis de sus libros, dijo que ya no pensaba publicar nunca más, pero que seguía escribiendo y que sus textos inéditos serían publicados y ordenados, una vez que muriera, por personas de su entera confianza. Obviamente, la curiosidad despertó en mí. No soy el único que le reconoce, luego de Martín Adán, como el más grande estilista de la narrativa peruana.

Lo bueno: Reynoso seguirá viviendo muy bien muchos años más. Sin embargo, En busca de la sonrisa encontrada no cumple con las expectativas, al menos las mías. Y no precisamente por el voltaje lírico de su prosa, sino por la anarquía de la forma, cosa que sorprende en él, que de la misma dio clase magistral con El escarabajo… La forma, en especial, tiene que estar presente en entregas como esta, de deliberado desorden; sobre todo cuando los textos son testimonios y backstages de su poética. En más de un tramo el reynosiano de corazón tendrá la impresión de estar dialogando con sus personajes y espacios conocidos. Pues bien, de lejos puede resultar más que interesante el intercambio de registros que lleva a cabo (crónica, boceto de novela, cuento y diario), pero de cerca no despega nunca, denotándose la carencia de un sentido,  el cual debió ser argumental y subterráneo, que pone de manifiesto el poquísimo conocimiento del autor de la tradición en la que basa este libro: la del dietario de escritor. Aquí la belleza del estilo fue insuficiente.

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