Cuando los ídolos tropiezan
Enrique Verástegui y
Oswaldo Reynoso. Ambos autores capitales para la literatura peruana
contemporánea. Verástegui, dueño de una obra digna de figurar entre lo más
selecto de la poesía escrita en castellano. Pasar por alto la influencia de En los extramuros del mundo y Monte de goce, no sería más que una
laguna poética para todo aquel que se considere amante de la poesía en general.
A pesar de cierta irregularidad vista en sus últimos libros, ya es un autor
estudiado y valorado por la lectoría crítica no necesariamente peruana. Con
relación a Reynoso, es pues innegable su magisterio narrativo en varias
generaciones de escritores. A la fecha no creo que exista ni siquiera uno que
no sea capaz de agradecerle lo mucho que aún nos siguen transmitiendo títulos
suyos como Los inocentes, El escarabajo y el hombre y Los eunucos inmortales. Reynoso no es
dueño de una obra prolífica, pero sí lo suficientemente contundente para
llevarnos a hacer proselitismo por esta, que no solo se limite a ser conocida
en las dachas del imaginario literario local.
Cada vez que nos
entregan nuevos libros, se genera una justificada expectativa. El primero en
aparecer este año fue Verástegui con Tratado
sobre la yerbaluisa, por cuenta del nuevo sello Caja Negra, que también
lanzó una reedición del clásico En los
extramuros… Ni bien empezamos a leerlo se detecta más de una debilidad en
los versos y estrofas, una suerte de exangüe inspiración que intenta elevarse
bajo circuitos artificiosos que descansan en una efectista y forzada jerigonza
científica, en un tono que nos acerca al discurso de los que pontifican
apelando en algunos casos a la biografía y la trayectoria. Verástegui se asume
grande, y vaya que lo es, pero esa justa grandeza se resiente gracias a sus
desvaríos retóricos. Casi todos los poemas parecen chistes, trabalenguas de
genio incomprendido. Pero la culpa no es de Verástegui. Hizo falta un poco más
de franqueza y respeto de los editores para con este celebrado poeta. Tratado de la yerbaluisa no debió
publicarse. Así de simple.
En más de una ocasión
he reconocido los interesantes aportes de la editorial arequipeña Cascahuesos.
Su línea de poesía, por ejemplo, es fuerte. Se nota que hay lectores responsables
en el sello. Sin embargo ahora, en su línea de narrativa, cometieron el error
de dejarse llevar por el prestigio Reynoso. Recuerdo una charla que este dio
años atrás en El Centro Cultural Inca Garcilaso. Luego de relatarnos la génesis
de sus libros, dijo que ya no pensaba publicar nunca más, pero que seguía
escribiendo y que sus textos inéditos serían publicados y ordenados, una vez
que muriera, por personas de su entera confianza. Obviamente, la curiosidad
despertó en mí. No soy el único que le reconoce, luego de Martín Adán, como el
más grande estilista de la narrativa peruana.
Lo bueno: Reynoso seguirá
viviendo muy bien muchos años más. Sin embargo, En busca de la sonrisa encontrada no cumple con las expectativas,
al menos las mías. Y no precisamente por el voltaje lírico de su prosa, sino por
la anarquía de la forma, cosa que sorprende en él, que de la misma dio clase
magistral con El escarabajo… La forma,
en especial, tiene que estar presente en entregas como esta, de deliberado
desorden; sobre todo cuando los textos son testimonios y backstages de su poética. En más de un tramo el reynosiano de
corazón tendrá la impresión de estar dialogando con sus personajes y espacios
conocidos. Pues bien, de lejos puede resultar más que interesante el
intercambio de registros que lleva a cabo (crónica, boceto de novela, cuento y
diario), pero de cerca no despega nunca, denotándose la carencia de un sentido,
el cual debió ser argumental y
subterráneo, que pone de manifiesto el poquísimo conocimiento del autor de la
tradición en la que basa este libro: la del dietario de escritor. Aquí la
belleza del estilo fue insuficiente.
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