El Caicedo que prefiero
Un par de meses atrás
me enviaron un mail desde Medellín, en el que se me preguntaba si podía
escribir un texto sobre la narrativa de Andrés Caicedo. En principio respondí
que sí. Sin embargo, a los dos días desistí y le expuse a los interesados mis motivos,
entre los que pesaba el hecho de que jamás me he sentido convencido de la
poética del autor de Calicalabozo, ¡Qué viva la música! y Noche sin fortuna. Fue un mail, creo yo,
bien argumentado y con respeto, el mismo que a la fecha aguarda una respuesta
de cortesía.
Me resulta imposible
escribir sobre un libro y un autor por el mero hecho de cumplir; necesito estar
comprometido, así idolatre u odie para ponerme a teclear. Así funciono. Como
bien escuché una vez, en un tiempo y galaxia lejana, la medianía no va con los
escorpiones.
Quizá Caicedo sea el
autor latinoamericano al que más oportunidad le he dado. He vuelto a sus
títulos más de una vez, con la esperanza de tener un poquito de la obnubilación
que los otros sentían por él. Involuntariamente me he convertido en un apático conocedor
de su obra. Y por paradójico que parezca, su libro que me gusta más es Mi cuerpo es una celda, que no es propio,
sino de Fuguet, su hincha, y a quien debemos en buena medida el renacimiento
del colocho, que a la fecha es toda una leyenda en el imaginario artístico
latinoamericano.
Nuestro artista quiso hacer cine antes que
forjar una carrera literaria. Y de cine escribió muchísimo. Pues bien, lo mejor
de esta faceta ha sido compilado por Sandro Romero Rey y Luis Ospina en Ojo al cine (Verticales de bolsillo,
2009), en donde nos topamos con un Caicedo en paroxismo, pasional y sumamente
prejuicioso, que en más de un tramo proyecta en el lector un férreo compromiso
que no solo lo asiente en la mera expectación, sino que lo obligue a pensar,
precisamente, en el cine, en ver más allá de las imágenes, concentrándolo en lo
que no se ve y así aprehender los circuitos del espíritu de la película. O sea,
querido lector, lo que el colocho te dice entrelíneas es que seamos lo más
impresionistas que podamos, puesto que este es el primer paso para adentrarnos en
la médula de la película, y una vez llegado a este rellano barajar la idea de
llevar a cabo el análisis, el recorrido mental de rigor si te da la gana. Por
ejemplo, sus reseñas de Teorema de
Pasolini, La cumbre y el abismo de
Peter Watkins, Compulsión de Richard
Fleischer, Las dulces amigas de
Claude Chabrol, Harry el Sucio de
Donald Siegel, La pasión de Ana de
Ingmar Bergman, El caso Paradine de
Alfred Hitchcock y más, mucho más, nos proporcionan otra mirada, que goza de
mayor frescura y alcance que la de los actuales y a la vez canosos acercamientos
que tenemos de estas, muy bien escritos por supuesto, pero rubricados por la
frialdad, puesta de manifiesto cuando se escribe sobre cine sin el enajenamiento y entrega casi sexual
como sí lo hacía Caicedo.
2 Comentarios:
"Oh, gran magno y abanderado de la literatura nacional, creame que me siento en el limbo ahora que sus dedos han decidido regalarme unas pocas líneas a mi pequeñito pero bien corajudo libro. Que gran bendición de los cielos he recibido, su magmánime ha optado por mencionarme, no me caben las palabras ni los agradecimientos para con usted, gran eminencia, señor de los señores. Que Nabokov y Joyce se retuerzan en sus tumbas, pues solo llegan a quitar el barro de las suelas de sus sagrados zapatos. magníficos deditos sin arrugas, magnífica mente que me piensa, me ha de faltar tres vidas más para poder pagar con creces sus tan alucumbradas palabras para conmigo...".
no sé quien le ha engañado, mi pana, pero la soberbia no es buena consejera, no crea todo lo que le dicen por ahí, que en el Perú, así de chiquitito como es culturalmente, poco o nada importan las reseñas literarias. Bajese de su nube, parce, que más alto volo Icaro e igual se quemó.
Anotado en el cuaderno Loro.
Ss
G
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