Reencuentro con Miller
Camino por las calles
del centro tras un libro específico. Estoy medio desganado porque no se trata
de uno que quisiera leer y tener. En el pequeño pero friolento trayecto, me
encuentro con algunos patas y amigas a los que no veo en mucho tiempo. Hablar
con ellos me regresa a los años en los que recorría esas mismas calles (Quilca,
Camaná, Rufino Torrico, Belén), con poco dinero en los bolsillos pero con las
ansias de obtener alguna novela, cassette, disco, que devoraba en casa durante
toda la noche. Les digo a Eduardo, Erika y Natalia lo que estoy haciendo, que
ahora paro en el centro, pero, evidentemente, con otros fines, y, claro,
siguiendo disfrutando de la intensidad que solo estas callecitas pueden
prodigar.
Continuo mi búsqueda,
no encuentro lo que busco, pero en un galpón de libros de Camaná, en el puesto
del viejo Óscar (pañoleta verde en la cabeza), y como quien conversa por
conversar, este me muestra una añeja publicación de la editorial Gedisa. Flash Back: Conversaciones con Henry Miller (1983)
de Christian de Bartillat. Entonces se genera en mí una avalancha de
sensaciones.
Hasta mi cuarto de
siglo leí todo lo que pude de Miller, como un poseso, bebiendo tragos cortos y
fumando marihuana, disfrutando de la densidad su prosa y de la autorreferencialidad
de su poética. Como es de suponer, compro la publicación y el día adquiere
mucho sentido.
Pues bien, siento que
hoy en día se lee poco a este viejo dinosaurio. Quizá se deba a que es de esos
escritores cuya vida, leyenda, sobrepasa la dimensión de su literatura. Leer a
Miller es un viaje pesado, hay que hacerlo sin la idea de que encontrarás el
morbo en cada página, sin las ansias de encontrar el chisme y sin querer
toparte con lo que hay entre las sábanas. El fervor es pues la peor de las
disposiciones para acercarnos a él. Cuando empecé a leerlo, lo hacía
relativamente dopado, pero con las luces suficientes que me permitían disfrutar
de su densidad, que una vez bien recorrida, se convertía en un factor adictivo.
Esa ausencia de ligereza, simpleza, llanura en el estilo, era lo que
determinaba que sus peripecias, que las podía vivir cualquiera rubricado por la
desventura, la miseria, el hambre, el odio y el desamor, adquirieran un estado
de perdurabilidad literaria.
Su leyenda negra le
trajo más de un rédito, cientos de jóvenes, entre lectores y escritores,
peregrinaban hasta Pacific Palisades para verlo, estar ante el testigo directo
de aquel París literario y envolvente del que escribió; sin embargo, esta misma
leyenda negra juega a la contra de lo que debe importar: sus libros. Resultaba
más fácil hablar de Miller que leerlo, y eso lo podemos comprobar a la fecha,
puesto que su influencia es casi nula y si se habla de su obra, no se sale de Los trópicos…
1 Comentarios:
Todo bien Ruiz pero cuidado con la marihuana. Hace daño a tu cerebro, tío. El tipo d ela pañoleta es un vendedor que conozco y vende libros bien caros, pero interesantes.
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