Borrador
Aprovecho el feriado
del jueves y me pongo a ordenar mi biblioteca. Tengo más de una torre de libros
que no sé dónde colocar. Me las ingenio y de a pocos voy encontrando espacio,
hago uso de la anchura de los anaqueles, formando así dos, o en el mejor de los
casos tres, filas de libros.
En el caso de las
publicaciones de las nuevas editoriales peruanas, las divido por sello. Y sin
esperarlo, me encuentro ante un registro de estas, de lo mucho o poco que han
crecido, de las que esperábamos más (Matalamanga), de las que han descuidado su iniciático catálogo (Estruendomudo),
de las abigarradas (la solvente
Altazor), de las que se han asentado luego de soberanos tropiezos (Lustra), de
las que han vuelto después de periodos de gloria (Revuelta), de las
inconstantes, pero con toque (AUB), de las que aún le falta afinar su norte,
solo eso, porque su hechura es pulcra (Paracaídas, Bisagra y Cascahuesos).
Obvio, hay más editoriales, interesantes, como la debutante Tribal. Cada una de
ellas ha entregado libros sumamente importantes, se han impuesto a la casi
siempre mentirosa oferta de las grandes casas editoriales, a punta de calidad,
patentizada pues en Poesía en Rock, Toda la sangre, Tromba de agosto, Disidentes,
La línea en medio del cielo, Ave Soul, Contranatura, Casa de
Islandia, El viaje que nunca termina,
El pez que aprendió a caminar, Frágiles trofeos, El inventario de las naves, El
cielo de Capri… Y, por qué no decirlo, han escapado de la demagogia de
proyectos conjuntos que no tenían ni pies ni cabeza, que sirvieron para la
foto y nada más. Felizmente, para el bien de todos, Alpe y Punche murieron como
nacieron: en el entusiasmo.
A lo mejor más de uno
se pregunte a qué cuento de qué salgo con este tema de las nuevas editoriales.
Pues bien, algo de experiencia tengo en el asunto. Durante dos años y medio fui
editor adjunto de Revuelta y creo que no lo hice nada mal. Sé de los tejes y
manejes que hay detrás de cada publicación, del proceso, a veces largo y
psicotrópico, que ellas demandan y del trato que hay que tener con los autores.
En realidad, hay que estar medio loco para meterse en el mundo editorial
peruano.
Una mirada objetiva al
catálogo de las nuevas editoriales me lleva a una conclusión inobjetable: la
mejor de estas, a la fecha, es Borrador Editores. Y no llego a esta conclusión
porque tenga planeado publicar allí. En absoluto (quedo en Altazor con cuatro
títulos más). Si uno mira bien, se dará cuenta de que es la que más ha crecido,
la que ha sabido ampliar su horizonte. Imagino que tendrá los problemas de todo
sello independiente. Y aunque le falte publicar el Libro, en conjunto se
defiende bastante bien. Desde hace un par de años viene entregando novelas y
cuentarios que han enriquecido el panorama de la narrativa peruana actual,
tales como Alma alga, Otra vida para Doris Kaplan, Ella, Playas, Contemplación del
abismo y La casa del sol naciente.
Y nos ha permitido tener acceso a las obras de talentosas plumas foráneas, como
Maria Alzira Brum Lemos (La orden secreta
de los ornitorrincos), David Roas (Horrores
cotidianos), Paloma Valencia (Otras
culpas), Nelson de Oliveira (Odio
sostenido) y Leila Guenther (El vuelo
nocturno de las gallinas).
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