Lees a Perec
No te gustan los días
de fin de año, no porque seas un ogro, menos aún a causa de tu depresión crónica,
que se asienta más de la cuenta; no, no es eso, no te gustan los últimos días
del año porque la ciudad se vuelve insoportable, una mierda, y peor aún si trabajas
en pleno centro, porque te has dado cuenta de que ahora no caminas, sino corres,
sí, corres directamente a refugiarte en la chamba y así entre libros desentenderte de esos
animalitos de a pie que no saben qué hacer, pero sí gastar su dinero en
cojudeces; sin embargo, no puedes quejarte del todo, te gusta lo que haces,
estás en tu eje, y porque te gusta es que te va bien; además, lees todo lo que
quieres, y sigues escribiendo más ahora que tu guerrera Toshiba te acompaña,
tan guerrera y viajera, a pesar que desde hace año y medio te exige el
mantenimiento de rigor, esos sonidos psicodélicos lo dicen todo, estimado, pero
no haces caso porque como la conoces, sabes bien que en el dolor ella es muy
eficiente, incluso mucho más que la nueva portátil que tienes en casa, tan
suavecita que tienes miedo de teclear fuerte, apenitas nomás, no la vaya a
quebrar, te repites mientras sigues en ese texto de 865 mil palabras que no
sabes cuándo acabar, estás en ese plan desde el 2008, y ya varios te preguntan
cuándo, cuándo, sí, pues cuándo tu nueva novela, pero esa nueva novela no es lo
que te preocupa, no es lo que está en tu mente ahora, sino en el hecho de
sacarle la mierda a ese chofer de custer, bolsa de caca hijo de puta que casi
atropella a Yesenia, pero el momento llegará, tienes el número de placa y solo
te abocarás a esperar, esperar leyendo y escuchando como enfermito el Animals de Pink Floyd y el Selling England By The Pound de Genesis,
una y otra vez, porque no te cansas, habría que ser un subnormal para cansarte
con este par de álbumes, quizá los más perfectos y maravillosos en la historia
del rock; a estas altura de tu vida ya no eres presa del caletismo ilustrado,
tal y como se lo comentabas a “Onetti” Giraldo, puesto que ahora no te da roche
decir que llegaste, casi una década atrás, a la primera etapa de Genesis, la de
Peter Gabriel, a través de Phil Collins, ajá, sí, gracias a Phil Collins, pero
ahí llega tu gratitud, y ahora que te hablo de gratitud, no tienes la más puta
idea cómo agradecer todo lo que te ha deparado la quinta lectura de Un hombre que duerme, en donde estás
seguro haber encontrado el camino, la salida a las trampas narrativas que te
autoimpones a razón de una exigencia frágil, falsa, posera, que te limita tu
natural nervio narrativo, ese natural nervio narrativo, del que te habló García
Falcón cuatro años atrás, en el que te sientes más cómodo, más libre, porque
eso es lo que te transmite Georges Perec, ¿o no?; leyéndolo y releyéndolo te
has vuelto a acercar a ese par de factores tan claves en la etapa de tu primer
amor, esa etapa cuando mirar y escuchar significaban todo para ti.
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