Todos leímos a Mo Yan
Acaba de salir el cuarto número de la revista Lima Gris, dirigida por el pujante Edwin Cavello Limas. En
esta publicación aparece un artículo mío sobre Mo Yan. Al respecto debo decir
que me siento raro ya que es la primera vez que escribo de un autor sin haber
leído un solo libro suyo. Seguramente lo leeré el próximo año. Por otra parte,
el texto fue escrito días después de que al autor se le concediera el Premio
Nobel de Literatura.
…
A estas alturas no
debería sorprendernos los criterios que manejan los abuelitos de la academia sueca.
Me los imagino con problemas de próstata, bebiendo tecito y leyendo a las
justas las informativas páginas impresas, sacadas de Wikipedia, de los
candidatos al Nobel de Literatura. En lo personal, el Nobel de Literatura ya no
despierta mi entusiasmo, son tantos los yerros que han cometido estos
abuelitos, que llama mi atención cómo es que, a la fecha, la galaxia del mundo
literario, más sus barras bravas de Facebook, pueda caer en una algarabía
infestada de lugares comunes ante la designación de un nuevo condecorado.
Ahora, se supone que
deberíamos pasar revista a la tradición del premio. Aunque viéndolo bien, no
hay mucho que decir, solo que se trata de uno signado por el más ultramontano
conservadurismo. Sabemos de sobra de sus beneficios, y más allá de los
pecuniarios, el principal: la difusión del autor y su obra. Miles de lectores en
todo el mundo se acercan a las librerías en pos de algún título del último
condecorado. Constatamos así lo bueno, lo malo y lo cuestionable. Hasta nos
llenamos de esperanzas, al menos esto sentí cuando descubrí la prosa de
Coetzee, a quien no hubiera llegado si no fuera por estos réditos
promocionales.
Para la última edición
del Nobel de Literatura, se barajaron los nombres de siempre, volvieron a
resonar Roth, Adonis, McCarthy, Ashbery, Parra, Dylan, a quienes ahora se les
sumaron los españoles Marsé y Vila-Matas. Las casas de apuestas hacían lo que
mejor saben: especular, y más de uno cayó en el atarantamiento. Conozco a
patitas que, de acuerdo a sus posibilidades, lanzaron sus apuestas. Pues bien,
reconozco que, en alguna que otra ocasión, también me presté al juego. Total, a
todos nos gusta la frivolidad. Nos gusta barajar, mandamos al ruedo a nuestros
escritores favoritos y después que cumplimos nuestra parte en el cronometrado
rol de estupideces fugaces, seguimos cruzando los dedos, ya en silencio, y
esperando sí o sí que los prostáticos abuelos nos demuestren que no son tan
vacuos y vacíos como pensábamos.
“¿Y este quién mierda
es?”, fue lo primero que me pregunté cuando en las redes sociales empezaron a
rebotar la noticia del último Premio Nobel de Literatura, el chino Mo Yan. Al
respecto debo emitir un reparo personal, asentado en el más duro de los
prejuicios hacia la literatura oriental. He leído lo que he tenido que leer de
esta tradición, sean japoneses, coreanos y chinos. Desde siempre me ha parecido
una literatura rica en símbolos y en miradas reposadas que se refocilan en los
detalles. Y al momento de escribir estas líneas, no he encontrado obra alguna
que se acerque a mi canon personal, a lo mejor esto se deba a que mi
sensibilidad de lector se encuentre cercenada debido a ciertas lagunas
provenientes de mis años formativos de lector, cuando me significan todo las
novelas de Dumas, Salgari, Balzac y el ciclo artúrico.
A mediados de julio
pasaba por la librería El Virrey de Lima. Tenía que hacer algunas gestiones y
aproveché en ver las novedades. Reviso la sección de libros, en especial la de
Impedimenta. Leo la solapas de algunas novelas. Como ninguna llamaba mi
atención, me puse a hablar con Jorge “Juan Carlos Onetti” Giraldo, quien
entonces trabajaba en dicha librería. Le cuento de mis últimas lecturas, le
hago énfasis en mi desmedido afán por las biografías de escritores. Y él me
dice que acaba de reafirmar su gusto por la narrativa oriental, que acababa de
leer a Mo Yan, la novela Grandes pechos,
amplias caderas. Y fui yo quien empezó la discusión. Y creo que salí
perdiendo. Pero no puedo hacer nada, y eso que a la narrativa oriental le he
dado muchas oportunidades y por más que he puesto todo de mí, detalle que
deviene en un punto en contra, con mayor razón cuando pregono desde todos los
espacios posibles el hecho de que nuestra relación con la literatura debe
basarse precisamente con los libros que nos gustan, no he podido hacerla mía,
ni siquiera con esa imitación de Thomas Mann en onda pop y onanista, Haruki
Murakami. Me acerqué a la mesa en donde estaba la novela en cuestión, le pedí a
Jorge que guardara silencio y me sumergí en sus páginas. Pude notar desde las
primeras líneas que estaba ante un narrador mágico instalado en un realismo
cotidiano. Pero más no puedo decir. Desconfío de los inicios. Dejé la referida
novela en su sitio. Hice lo que vine a hacer a la librería y me quité. Y de
allí en adelante me olvidé de Mo Yan, hasta que lo designaron Nobel de
Literatura 2012.
La frivolidad, la posería
y la estupidez disfrazada de originalidad marcan la línea de los usuarios de
Facebook. Prácticamente todos habían leído a Mo Yan. Llamé al Virrey del Centro
y pregunté por el ejemplar del autor que había visto meses atrás. La encargada
me respondió lo siguiente: “Ese libro no se movía, pero hace una hora un
cliente lo ha separado. Era el único que teníamos”. Volví a Facebook y casi
todos mis contactos demostraban su entusiasmo por ir a la librería más próxima
para leerlo ya, cuando lo cierto era que iban a llevarse una mayúscula
sorpresa, si es que se le lograba encontrar en alguna librería, y no solo por
el precio, sino porque los libros de este chinito son ladrillos casi de mil
páginas. Es decir: Mo Yan desde el saque te dice que no es apto para poseros. Además, el mundo no se acaba si no has leído a este
chinito que, por un momento, confundí con un emprendedor chifero de nuestro
Chinatown.
Los días transcurren y
empezamos a tener noticias sobre sus lazos políticos con el gobierno chino.
Imagino que habría que ser un habitante de Neptuno para no saber que estamos
ante un estado represor y dictatorial. Entonces, la pregunta flotante para los
suecos vendría a tener más de una rama cuestionadora sobre esas miras paralelas
alejadas de las parcelas literarias. No existe indicio contrario que nos
indique que Mo Yan no haya sido beneficiado por el gobierno de su país, lo cual
implica una aceptación, en la práctica, de lo que tanto ha cuidado en preservar
la academia sueca: el respeto a la libertad del ser humano. Revisando en la red
podemos constatar que la fama y prestigio de Yan como escritor es justificada.
Empero, tampoco podemos pasar por alto los reclamos que vienen de otros
escritores chinos exiliados, que no han dudado en calificarlo de miserable y
convenido. Bajo este sentido, entonces la academia ha cometido un error de
costumbre y que a la vez nos permite abrigar la esperanza de estar ante una
posibilidad de cambio: que de ahora en adelante prevalezca el juicio
eminentemente literario, que podría generar más de una polémica sin duda, ya
que también resulta atendible la dicotomía creación-ética, que para estos
menesteres es lo que nos debería importar.
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