lunes, abril 01, 2013

Desvargasllosiándose




Corría el año 2001 y desde España se publicaba la primera novela de Jorge Eduardo Benavides, Los años inútiles, vía Alfaguara ni más ni menos. Muchos, o casi todos hasta entonces, no sabían de la existencia del narrador arequipeño. De la aparente nada un autor peruano irrumpía en el mercado español. Sin embargo, Benavides no era tan nuevo que digamos. Años atrás, cuando vivía en Lima, había publicado un más que aceptable libro de cuentos, Cuentario y otros relatos. Y al igual que muchos peruanos de los ochentas y noventas, tuvo que emigrar, harto de esa pesadilla llamada Perú que pocas o nulas oportunidades ofrecía a sus miles de jóvenes.

Los años inútiles, al menos para mí, es la novela que mayor tributo le rinda a lo mejor de nuestro Nobel, Conversación en La Catedral. Se trata de una muy buena novela política, que reflejaba el inmenso talento de su hacedor, pero que a la vez lo condenó a ser visto y ubicado como una especie de Vargas Llosa Kid.  

El magisterio Vargas Llosa no solo se limitó a su primera entrega en las distancias largas, también se hizo presente en Un millón de soles y El año que rompí contigo, y en algo en el buen libro de cuentos La noche de Morgana. Benavides intentó salirse del magisterio con La paz de los vencidos (novela ganadora del BCR 2008), que de lejos es lo más flojo de su producción.

Ahora, las cosas cambian. Su nueva novela Un asunto sentimental (Alfaguara, 2012), nos pone a un escritor distinto, libre de las ataduras vargasllosianas, en ejemplo tajante de parricidio, pero parricidio con conocimiento de causa. Además, uno se quedaría corto catalogándola de muy buena novela. Tampoco es una obra maestra, pero sí una gran invitación a una historia de amor y desamor que se deja leer muy bien. Benavides ahora sí suelta harto nervio narrativo, escribe de lo que conoce de cerca y sus recursos narrativos son administrados de la manera en que lo hacen los que saben de verdad: sin que se noten.

Libre de Vargas Llosa, sí. Pero no libre de uno de sus temas recurrentes: la política, que en esta empresa cumple la función de accesorio clave que nos permite entender a Dinorah Manssur, que seguramente generará más de un mohín en los lectores que solo leen con el ojo izquierdo, más de un mohín en ciertos nostálgicos izquierdistas del terror que vivimos en los ochenta. Dinorah Manssur es la mujer fatal que impulsa a Jorge Benavides (alter ego del autor) a buscarla e indagar sobre ella, impulsado por la enajenación emocional y un solapado prurito hormonal, en doce ciudades (Venecia, Berlín, Damasco, Barcelona, Estambul, Madrid, Nueva York, Tenerife, Ginebra, París, Lima y Cusco).

El narrador protagonista es un escritor que se mueve en la primera división de las letras en castellano, por ello, su autor no tuvo mejor idea que incluir en su lista de interpelados a una variedad de letraheridos, agentes y editores conocidos y ubicados del imaginario literario, como Enrique Vila-Matas, Fernando Ampuero, Alonso Cueto, Carlos Franz, Juan José Armas Marcelo, Javier Reverte, Jorge Gorostiza, Mercedes Monmany, Juan Gabriel Vásquez y demás. A todos los trata bien, excesivamente bien, tampoco la idea obedecía a entregarnos un recuento de chismes literarios, por lo que también podría leerse el libro como uno sobre la amistad, amistad a la que faltó un poco de puñete, porque el mundo literario, tanto aquí como allá, dista mucho de ser cordial y desinteresado.

Pues bien, hay una presencia que aturde a nuestro narrador protagonista: el escritor Albert Cremades, el causante de su obligada insania viajera. En un momento, bajo la guía de una lectura ligera, podría pensarse que la historia de amor que Cremades le cuenta a Benavides en Venecia es lo que enciende su curiosidad por aquella mujer que fue su traductora en Damasco, pero a medida que avanza la novela, nos damos cuenta de que, más allá de los efectos emocionales, es la inquietud creativa, el hecho de saber que puede estar ante una historia que remueve su inconsciente, lo que lo lleva a seguirle los pasos.

Entonces, aparte de una historia de amor, la novela es, en todo sentido, una especie de canto al proceso creativo, pero no desde la posición metaliteraria, sino desde su margen vital. Lo que hace Benavides es tomar apuntes, memorizar y proyectar una estructura de búsqueda, convirtiéndose en un detective tras los pasos de lo que parece ser un objeto en constante huida. Y el cierre de la peripecia, en la ciudad en donde empezó todo, Venecia, no pudo ser mejor: Benavides emborrachándose con un Cremades que pone las cosas en su lugar, aclarándole todas sus inquietudes y afianzando aún más su innata vocación de buscador de historias.

Un asunto sentimental se impone por puntos. Bien sabemos que Benavides no es muy dado a la condensación en novela, a excepción de La paz de los vencidos; lo suyo es mostrarnos novelas grandes y ambiciosas; y en este caso sí hubo necesidad de supresión de páginas y frases, no por flojas y mal escritas, sino en pos de un mayor efecto narrativo. Sin embargo, debo decir que lamento no haberla leído en su momento. Más de un amigo me decía que se trataba de lo mejor de su obra, y no solo me aúno a la opinión, sino también la catalogo, algo tarde, como la mejor novela peruana del 2012.

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