Desvargasllosiándose
Corría el año 2001 y
desde España se publicaba la primera novela de Jorge Eduardo Benavides, Los años inútiles, vía Alfaguara ni más
ni menos. Muchos, o casi todos hasta entonces, no sabían de la existencia del
narrador arequipeño. De la aparente nada un autor peruano irrumpía en el
mercado español. Sin embargo, Benavides no era tan nuevo que digamos. Años
atrás, cuando vivía en Lima, había publicado un más que aceptable libro de
cuentos, Cuentario y otros relatos. Y
al igual que muchos peruanos de los ochentas y noventas, tuvo que emigrar,
harto de esa pesadilla llamada Perú que pocas o nulas oportunidades ofrecía a sus
miles de jóvenes.
Los
años inútiles, al menos para mí, es la novela que
mayor tributo le rinda a lo mejor de nuestro Nobel, Conversación en La Catedral. Se trata de una muy buena novela
política, que reflejaba el inmenso talento de su hacedor, pero que a la vez lo
condenó a ser visto y ubicado como una especie de Vargas Llosa Kid.
El magisterio Vargas
Llosa no solo se limitó a su primera entrega en las distancias largas, también
se hizo presente en Un millón de soles
y El año que rompí contigo, y en algo
en el buen libro de cuentos La noche de
Morgana. Benavides intentó salirse del magisterio con La paz de los vencidos (novela ganadora del BCR 2008), que de lejos
es lo más flojo de su producción.
Ahora, las cosas
cambian. Su nueva novela Un asunto
sentimental (Alfaguara, 2012), nos pone a un escritor distinto, libre de
las ataduras vargasllosianas, en ejemplo tajante de parricidio, pero parricidio
con conocimiento de causa. Además, uno se quedaría corto catalogándola de muy
buena novela. Tampoco es una obra maestra, pero sí una gran invitación a una
historia de amor y desamor que se deja leer muy bien. Benavides ahora sí suelta
harto nervio narrativo, escribe de lo que conoce de cerca y sus recursos narrativos
son administrados de la manera en que lo hacen los que saben de verdad: sin que
se noten.
Libre de Vargas Llosa,
sí. Pero no libre de uno de sus temas recurrentes: la política, que en esta
empresa cumple la función de accesorio clave que nos permite entender a Dinorah
Manssur, que seguramente generará más de un mohín en los lectores que solo leen
con el ojo izquierdo, más de un mohín en ciertos nostálgicos izquierdistas del
terror que vivimos en los ochenta. Dinorah Manssur es la mujer fatal que
impulsa a Jorge Benavides (alter ego del autor) a buscarla e indagar sobre ella,
impulsado por la enajenación emocional y un solapado prurito hormonal, en doce ciudades
(Venecia, Berlín, Damasco, Barcelona, Estambul, Madrid, Nueva York, Tenerife,
Ginebra, París, Lima y Cusco).
El narrador
protagonista es un escritor que se mueve en la primera división de las letras
en castellano, por ello, su autor no tuvo mejor idea que incluir en su lista de
interpelados a una variedad de letraheridos, agentes y editores conocidos y
ubicados del imaginario literario, como Enrique Vila-Matas, Fernando Ampuero,
Alonso Cueto, Carlos Franz, Juan José Armas Marcelo, Javier Reverte, Jorge
Gorostiza, Mercedes Monmany, Juan Gabriel Vásquez y demás. A todos los trata
bien, excesivamente bien, tampoco la idea obedecía a entregarnos un recuento de
chismes literarios, por lo que también podría leerse el libro como uno sobre la
amistad, amistad a la que faltó un poco de puñete, porque el mundo literario, tanto
aquí como allá, dista mucho de ser cordial y desinteresado.
Pues bien, hay una
presencia que aturde a nuestro narrador protagonista: el escritor Albert Cremades,
el causante de su obligada insania viajera. En un momento, bajo la guía de una
lectura ligera, podría pensarse que la historia de amor que Cremades le cuenta
a Benavides en Venecia es lo que enciende su curiosidad por aquella mujer que
fue su traductora en Damasco, pero a medida que avanza la novela, nos damos
cuenta de que, más allá de los efectos emocionales, es la inquietud creativa,
el hecho de saber que puede estar ante una historia que remueve su
inconsciente, lo que lo lleva a seguirle los pasos.
Entonces, aparte de una
historia de amor, la novela es, en todo sentido, una especie de canto al
proceso creativo, pero no desde la posición metaliteraria, sino desde su margen
vital. Lo que hace Benavides es tomar apuntes, memorizar y proyectar una
estructura de búsqueda, convirtiéndose en un detective tras los pasos de lo que
parece ser un objeto en constante huida. Y el cierre de la peripecia, en la
ciudad en donde empezó todo, Venecia, no pudo ser mejor: Benavides
emborrachándose con un Cremades que pone las cosas en su lugar, aclarándole
todas sus inquietudes y afianzando aún más su innata vocación de buscador de
historias.
Un
asunto sentimental se impone por puntos. Bien sabemos que
Benavides no es muy dado a la condensación en novela, a excepción de
La paz de los vencidos; lo suyo es
mostrarnos novelas grandes y ambiciosas; y en este caso sí hubo necesidad de
supresión de páginas y frases, no por flojas y mal escritas, sino en pos de un
mayor efecto narrativo. Sin embargo, debo decir que lamento no haberla leído en
su momento. Más de un amigo me decía que se trataba de lo mejor de su obra, y
no solo me aúno a la opinión, sino también la catalogo, algo tarde, como la
mejor novela peruana del 2012.
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