'La mujer partida en dos'
Vuelvo a la obra de
Philip K. Dick, quizá con un mayor interés de cuando empecé a leerlo; con ganas
de aprender y encontrar el enigma del por qué su poética aún despierta
poderosamente mi atención; pero el acercamiento de ahora no dista mucho de
cuando conocí su literatura por primera vez, solo se diferencia en la madurez
lectora, o sea, ya no soy un lector plano y me interesa más la costura
narrativa, el hipnótico y canábico mensaje que Dick transmite entre líneas. De
este modo releí el pasado domingo y de un solo tirón, olvidándome del agotador
sábado instalando el stand de Selecta Librería para la Feria del Libro de la
PUCP, y reconciliándome con mis fuerzas de adolescente, una novela que se me
pinta genial y hasta profética, Valis.
Terminada la jornada,
necesitaba despejarme, pero los que han leído a Dick con algo de caleta rock
setentero, saben bien del relajamiento necesario que se requiere, con
mayor razón si el sueño no te es cercano. Así que busqué en mi colección de
películas, algo sencillo, que no requiriera de un mayor esfuerzo de
concentración, pero que a la vez no sea vacío. Tenía pues que encontrar un
director de género, obedecer el llamado del inconsciente que te obliga a seguirla
luego de haber pasado horas de horas releyendo a un gran autor de género, uno de
esos directores que han hecho escuela y que no dejan de escuelar aún desde el
más allá.
No la he visto muchas
veces, pero qué bien me resultó escoger La
mujer partida en dos (2007), penúltimo trabajo del prolífico francés Claude
Chabrol.
Charles Saint – Denis
(François Berléand) es un escritor cincuentón, reconocido y millonario; vive en
las afueras de Lyon con su esposa Dona (Valeria Cavalli), con quien lleva más
de veinticinco años de casado. Tiene una amante, la agente literaria Capucine
Jamet (Mathilde May), detalle que no molesta en nada a Dona, porque ella también
puede sacar los pies del plato, con tal de no afectar la imagen de seductor de
su marido. Ese parece ser el trato tácito de esta pareja que necesita de la
infidelidad para mantenerse junta.
Su estancia en Lyon no
es tomada como algo superfluo, que pase desapercibida. Por el contrario, las
autoridades ediles consideran todo un honor tener a Saint - Denis como vecino. En una firma de libros en una librería, nuestro afamado escritor queda enamorado, a
primera vista, y también motivado por llevársela a la cama cuanto antes, de la bellísima
veinteañera Gabrielle Deneige (Ludivine Sagnier), que trabaja como meteoróloga de un noticiero
televisivo. Pero Gabrielle también es pretendida por Paul Gaudens (Benoit
Magimel), el joven rico de la ciudad, heredero de la fortuna de Laboratorios
Gaudens, el chico malo que arranca más de un suspiro femenino.
Estamos pues ante la
disputa de dos hombres por una mujer. El mayor no puede concebir sentimiento
alguno a menos que no sea por medio de la degradación; caso contrario con el
joven rico, que la desea como su esposa, madre de sus hijos, prometiéndole una
vida sin apuro económico. Gabrielle no se presta a disyuntiva alguna. Quiere
vivir, sacarle el jugo a los mejores años de su plenitud sexual, o sea, ella
prefiere la experiencia. Se entrega sin reparos al letraherido y con este
explota, redescubre, todo su arsenal hormonal. Pero las cosas con Saint- Denis
terminan mal, al punto que ella toma en serio la posibilidad de quitarse la
vida ni bien es abandonada por él; sin embargo, Gaudens, el enamorado, que se
carcomía viendo su romance con el viejo, la rescata de la depresión y logra su
objetivo: casarse con ella.
Lo que se suponía un matrimonio feliz, vira en un maltrato psicológico en el que Gaudens no
deja de sacarle en cara todo lo que ella hizo con Saint - Denis y lo que este
la obligaba hacer para satisfacerlo. Harto de los fantasmas, cansado de que se
hayan burlado de él, el neófito marido llega a una solución acorde con su
engreimiento: matar al escritor. Así de simple.
Chabrol es un contador
de historias. Nada más. Conoce su oficio. Pese a que la película no pocas veces
amenaza con írsele de las manos, logra redireccionarla en el sentido del cantado
desenlace: que Gabrielle declare en el juicio a favor de su esposo, aduciendo
que actuó bajo los efectos de la enajenación, deshonrando así la memoria del
escritor, escritor que no puede, ni podrá olvidar.
La obra de Chabrol es
impresionante, más de cincuenta películas en las que ha transitado por
distintos géneros, siempre privilegiando el Asunto, es decir, la historia, el
argumento. Chabrol no es un estilista de la imagen, mucho menos un depurado de
la técnica, pero vaya que sí tiene las cosas claras al momento de narrar. La mujer partida en dos no es su mejor
trabajo, pero qué importa, este se deja ver con sumo placer, como para pasar el
rato sin sentir que has estado perdiendo el tiempo.
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