viernes, abril 05, 2013

'Trilogía sucia de La Habana' de Pedro Juan Gutiérrez



 
Una de las lecturas que guardo placenteramente en la memoria; una de las lecturas que recomiendo cada vez que puedo; una de las lecturas capaces de transmitirte desde la más sublime sordidez; esa lectura es, sin duda alguna, la de Trilogía sucia de La Habana del escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez (1950).
Como tuvo que ser, me la recomendó uno de los más grandes lectores que conozco, Guillermo Niño de Guzmán. No me la recomendó directamente, sino que el nombre del cubano salió luego de que estuviéramos hablando de la tradición del realismo sucio. Para aquel entonces mis ideas e impresiones no estaban muy claras sobre el realismo sucio. Es decir, ya conocía su tradición, me gustaban Carver, Fante y Bukowski, por citar a los que tenemos a la mano, pero a la vez los sentía demasiado lejanos, como que no calaban del todo en mí; necesitaba experiencias escritas desde mi realidad, en mi idioma.
Siempre he leído todo lo que he querido. La falta de dinero jamás ha sido obstáculo para no leer. Mi acercamiento a este librazo se lo debo a mi amiga Erika Miranda, quien en ese entonces, 2001, trabajaba en la librería La casa verde, en su local de Larco. Este libro costaba carísimo, más de cien soles, y quería leerlo sí o sí. Erika me lo prestó, cuando no debía hacerlo, por un día. Solo un día. Me lo llevé a casa y lo leí en una sola sentada.
La presente publicación contiene tres cuentarios: ‘Anclado en tierra de nadie’, ‘Nada que hacer’ y ‘Sabor a mí’, que dicho sea, no son hijos de la tradición del realismo sucio. Pensarlos así no sería más que una definición reduccionista y limitada de lo que realmente es: literatura de alta calidad que refuerza, una vez más para variar, la rica tradición de la literatura cubana, quizá la más influyente, desde el siglo pasado, y nutriente para el panorama literario latinoamericano contemporáneo; pero influyente y nutriente desde el margen y el silencio estratégico, por eso es que golpea tanto sin que nos demos cuenta, su campo de radiación no solo se suscribe al neo-barroco, como podría pensarse.
Un escritor como Pedro Juan Gutiérrez es un producto nato de su contexto (una isla y una dictadura), contexto que ha abordado con una mirada nihilista, irónica, es decir, sin afán de denuncia, abocándose únicamente a configurar personajes que a pesar de no tener ningún tipo de futuro en cuanto a realización personal, se las ingenian para pasarla bien. Y eso es lo que hacen, la pasan bien a punta de ron, baile, conversas en doble sentido y mucho, muchísimo sexo, sazonado y condimentado con un estilo narrativo duro, seco, directo… Navajazos directos en la yugular del lector que lo dejan pensando y sumamente aturdido… Me pregunto: ¿quién no queda aturdido con las detallada y ya mítica descripción de la perla en el glande, perla en el glande con el único propósito de generar todo el placer posible a las mujeres, y que ellas agradecen como nadie, en los interminables y sudorosos encuentros hormonales consignados en casi todas las páginas?
Gutiérrez se vale de su narrador protagonista Pedro Juan. Y no pudo elegir mejor estrategia narrativa, puesto que todos los relatos están narrados desde una proximidad que convence, una primera persona letal, brutal, un “yo” que desgarra y cercena. Además, no sería nada descabellado leer el libro como una novela episódica, al menos esa fue la sensación que tuve durante la primera lectura.
 Pedro Juan se gana la vida como puede, tiene sensibilidad para el arte, le gusta escribir y pintar, y solo espera de la vida vivir todo lo que pueda, solo eso. No le interesa su futuro, ni inmediato ni a largo plazo. Algo en él le convence de que jamás saldrá de La Habana. Tampoco le interesa la política, le es indiferente. Por otro parte, las mujeres que nos presenta Pedro Juan, son otra cosa, y no necesariamente por su exuberante y tostada belleza, sino por su determinación, carácter,  fuerza y alegría. En este sentido, las mujeres de la trilogía son las otras grandes protagonistas. Sin ellas, sus aventuras se verían demasiado resentidas. Es que él, para sobrevivir, y más allá de los elementos básicos, como la comida, el vestido, el ron y la música, necesita del sexo, de su práctica constante, del contacto carnal, y aprende, bastante, de cada una de ellas, que encierran un mundo que repotencia y enriquece su visión de la vida, de la vida que le ha tocado vivir en medio de la pobreza y la violencia.
Algún tiempo atrás, cuando hacía más seguido entrevistas a escritores, tuve la oportunidad de entrevistar a este cubano. En una de mis preguntas hice referencia a la recurrencia del sexo en su obra. El autor, en lo que sería una respuesta honesta y festiva por igual, me respondió que en lugar de que sus personajes se maten entre sí, él los ponía a “templar”, es decir, a “tirar”.
Como dije líneas arriba, Trilogía sucia de La Habana es literatura de alta calidad. Y si en caso la cartografiáramos en la tradición del realismo sucio, pues quizá sería uno de sus primeros referentes. Y con todo el aprecio que tengo por la obra de Bukowski, no deja de parecerme jalado de los cabellos que a Gutiérrez se le califique, y se le venda, horror que también comete su editorial Anagrama, como el “Bukowski tropical”, cuando lo cierto, y a sus libros me remito, es que el isleño es superior en todo sentido al querido Hank. Gutiérrez se expone más, es más escritor, es un artista de la escritura cuyas historias sobrepasan la mera anécdota.

 

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