Joven sensación
Hoy día inauguro mi
columna El último lector en Lee por
gusto de Perú 21. ¿Qué es lo que haré allí? Fácil: todos los viernes publicaré
reseñas de publicaciones peruanas recientes. Como bien ya lo he dicho antes, yo
leo libros, no personas.
…
No hay escritor
peruano, o al menos muy pocos, que no haya participado alguna vez en el Premio
Copé de Cuento. Este premio seduce, mucho, en especial por su generoso monto
pecuniario. En este sentido, no hay que dejar de saludar la vigencia del mismo
por cuenta de Petroperú.
Sin exagerar, ganar o
quedar finalista de un Copé, sea en la categoría que sea, te convierte en “alguien”
en nuestro siempre tan cerrado y circense espectro literario. Puedes ser un
narrador de perfil bajo, hasta te pueden decir que no eres nadie, pero si
tienes tu Copé, podrás decir lo que te venga en gana. Quedé en segundo lugar.
Me robaron el Premio. Uno de los jurados me tenía hambre y por eso no me dieron
los chibilines que merecía. Es decir, si eres de lo que piensan que el oficio
literario es como una carrera literaria, el Copé tiene que figurar como sea en
tu CV.
De sus muchos ganadores
en las distancias cortas, dos en mi memoria: Fernando Iwasaki con “El derby de
los penúltimos” y Óscar Colchado con “Cordillera negra.” Pues bien, desde hace
algún tiempo, el Copé de Cuento me resulta repetitivo, regularon. Me cansan
pues los relatos políticamente correctos, bien escritos (no faltaba más), los
cuales alimentan sospechas razonables de que han sido escritos bajo los gustos
literarios de los miembros del jurado, que por más que se diga que es un
secreto hasta el día de la publicación del veredicto, sabemos quiénes lo
integran.
Los
caminantes de Sonora reúne los cuentos ganadores y finalistas
de la edición 2012. Se trata pues de una publicación con un evidente nuevo aire,
cuya lectura me ha dejado muy entusiasmado, pero no por su contundencia
narrativa, sino por su lectura a futuro, por su carácter documental cuasi profético.
Mientras la leía sentía que estaba enfrentándome a una antología de lo que
sería la narrativa peruana del 2010 al 2020. No me sorprendería que de esta
cantera salgan las voces medulares que nos ayudarán a superar las mentiras de
los senderos metaliterarios que imperaron en el decenio anterior, cosa que así
despertaremos de una buena vez de esa resaca sin alcohol signada por “lo muy
bien escrito” y la nula transmisión.
La mayoría de los
autores entre ganadores y finalistas son desconocidos. Tampoco faltan los
caseritos del concurso. Pedro Llosa y Miguel Ruiz Effio, ambos muy talentosos y
persistentes. Tanto “El juglar de feria” y “Lo que sabemos de Neri” reflejan
madurez y pericia en el arte de contar. Como idea, este par de textos eran como
para ganar por unanimidad. Ahora fueron mucho más ambiciosos que en sus otras
participaciones “coperas”, sin embargo, esa ambición yace en una falta de originalidad
discursiva que atenta contra lo que precisamente cuentan, o sea, no se podía
ser más cantado y previsible. Por ejemplo, lo que pudieron hacer en cinco
páginas, lo forzaron innecesariamente hasta la abulia. Aquí confundieron
cantidad con calidad, como si el “tamaño” fuera lo más importante en cuento.
Mi interés se fija en
los relatos de Mariano Vargas y Richard Parra, que no son autores nuevos, más
bien han sido víctimas de la mezquindad de nuestro medio literario, sus libros
publicados no generaron lecturas responsables, a las justas una mínima difusión
en prensa. “Sala de espera” y “La pasión de Enrique Lynch” están lejos de ser
cuentos inolvidables, pero sí son lo suficientemente buenos como para tener una
expectativa quieta de lo que vayan a presentar en los próximos años. Lo mismo
podría decir de la sorpresa del volumen: el crítico y editor Juan Francisco
Ugarte, que se estrena en los campos de la ficción con “Navidad”. A Ugarte le
sugeriría, si es que algo le puedo sugerir a un novel plumífero, que suelte su
prosa, que de haberlo hecho, definitivamente no estaría entre los finalistas,
pero tampoco con el primer lugar.
Leyendo a los otros
finalistas, me doy cuenta de que (casi) todos son hijos de talleres de
narrativa. Y si no lo son, pues parecen. Me arriesgo a decirlo debido a lo
extremadamente correctos que son, realmente temerosos de ir más allá de los
parámetros clásicos del cuento. Esta impresión adquiere más sentido con lo que
dije líneas arriba, al hecho de que se escribe para agradar al jurado en vez de
apostar por la originalidad. Está bien conocer las leyes del cuento, es pajita
ir a un taller de narrativa, pero mucho más importante es el parricidio,
siempre y cuando este sea un parricidio con conocimiento de causa de lo que se
aprende.
Y ahora, los Fab Four.
Del bronce al oro.
El tercer lugar recayó
en el arequipeño Goyo Torres. Su relato “¡Hierbasanta, hierbasanta!” se inscribe
en los sinuosos ríos de la narrativa de la violencia política. En principio
promete algo, pero de a pocos este se va diluyendo debido a la poca pericia del
autor a la hora de administrar las voces de sus personajes, que, dicho sea, son
demasiados para un universo tan relojero como lo es el cuento. Por (contados)
instantes pensaba que estaba leía el resumen de una novela. No obstante, se
destaca el soplo de originalidad en cuanto al desarrollo de su argumento,
guiado por el punto de vista de una niña. Sin duda, hay mejores relatos entre
los finalistas que este de aquí.
Lo recuerdo muy bien:
era una tarde calurosa. Me encontraba tirado, agotado. Era el día más pesado de
la Feria del Libro Ricardo Palma 2012: el de la desinstalación del stand.
Acababa de fumar y beber un jugo de granadilla. Y cerré los ojos con la idea de
aprovechar los pocos minutos de relajo que me impuse. Pero este escenario de relajo
se vio interrumpido por la llegada de un periodista amigo mío. Él tenía el
rostro desencajado y no era difícil deducir que acababa de enterarse de una
tragedia. Dentro de mí rogaba para que esta tragedia no fuera familiar. ¿Qué te
pasa?, le pregunté. Mi amigo periodista me miró, sus labios temblaban.
Habla carajo, ¿qué ha
pasado?, volví a preguntarle.
Mi amigo periodista
respiró hondo y se armó de valor.
Esto fue lo que dijo:
“¡Pierre Castro ganó el
Copé de Plata… Pierre Castro… ¿Qué nos pasa? Dime, Gabriel, qué significa esto.
Estamos hasta las huevas!”
Imagino que esta
sorpresa, indignación y pena de mi amigo periodista no solo era suya, pero
tampoco era para tanto. Que a Castro se le haya dado el Copé de Plata ratifica
mi teoría de que la literatura es como el fútbol, puesto que ella te ofrece más
de una revancha. Es de subnormales pensar que un bodrio como Un hombre feo haya sido el debut y la
despedida definitiva de Castro del mundo de la literatura. El premio que se le
concedió podría servir de estímulo para todos aquellos que pasaron
desapercibidos en sus inicios literarios, de la misma manera para los que
recibieron únicamente machetazos en sus primeras entregas. Obviamente, esto lo
digo en cuanto a la imagen de escritor. No hablo desde el punto de vista
literario, porque de ser así, no tengo mucho que decir del relato “El río”, que
está muy bien estructurado y aceptablemente bien escrito. Pero de allí no más.
Es olvidable, su supuesto final feliz es tan ridículo y digno del discurso
vacío que lo sustenta. También sirve de motivo de especulación porque un jurado
más atento, a menos que uno de ellos haya estado durmiendo durante la
deliberación y que al momento de despertar haya creído que “El río” era un
cuento de Monterroso, no lo hubiera premiado. Así de simple. Estamos hablando
del Copé, señores. “El río” no está mal, pero sin duda hay muchos mejores entre
los finalistas.
Tampoco se salva de
reparos el otro relato que ocupa el segundo lugar, “El libro de la sabiduría”
de Alejandro Neyra. En cierta ocasión compartí con el autor una mesa de presentación
y dije que él era un muy buen ensayista. Quizá uno de los mejores de los
últimos años, me basta leer sus excelentes colaboraciones que durante buen
tiempo estuvo publicando en la web literaria El hablador, colaboraciones que,
para beneplácito de los que lo apreciamos por su buena prosa, publicará este
año en formato de libro. Pues bien, su relato encapsula los óbices que también
pueden notarse en su novela CIA Perú,
1985. Neyra tenía una historia difícil y por ello sumamente funcional, si
quería inyectar humor e ironía, debió hilar fino. El personaje Treviño y el
narrador protagonista no son más que meras caricaturas de desarraigados
existenciales. Tampoco se pedía un tono trágico, esa no era la idea, pero una
de las características del humor y la ironía es el divorcio tajante con el ingenuo
lugar común.
Ahora, el ganador:
Christ Gutiérrez-Rodríguez. Se sabe que estudió humanidades en la Villarreal y
administración en la Universidad del Callao. Nada más, aunque se consigne en la
solapa biográfica que es autor de un libro de relatos, el cual nunca escuché.
Su cuento “Los caminantes de Sonora” es, por donde se le mire, un justo
ganador, pero irregular, con cimas narrativas que aseveran su serio oficio
narrativo. El tema que aborda es no menos que atendible: un par de jóvenes
peruanos, José y Félix, intentarán cruzar el infernal desierto mexicano de
Sonora hacia Estados Unidos, llevando una “mercancía” en sus mochilas. En el
trayecto recuerdan y cuestionan la decisión que los tiene sorteando coyotes,
serpientes e insectos. Empero, el autor nos brinda una laxa configuración moral
de estos dos personajes. ¿Qué hacían en Perú? ¿A qué se dedicaban? Preguntas
que adquieren sentido ante el forzado tributo a Bolaño, tributo a lo bestia más
bien.
Veamos:
“Dime Félix, tú que
estás más loco que una cabra, dime, ¿qué es el desierto? El desierto, amigo
mío, es un escritor sin talento. Sus historias son retorcidas, absurdas,
complicadas, fatales, infelices. Acaban siempre empolvadas. Mejor te hablo del
mar. Sé un verso de Watanabe, el poeta trujillano: “El pelícano herido se alejó
del mar y vino a morir sobre esta breve piedra del desierto”. El mar es para
soñadores y valientes, José.”
En ningún momento se
nos brinda el más mínimo dato que nos dé luces sobre una posible sensibilidad artística
de este par de tipos que nunca han cogido un libro en sus vidas. Este cuento se
sostiene por su verosimilitud, pero ese recurso bolañero es peor que una bomba
de tiempo. Derrumba en una todo el cuento, le quita peso, le arrebata el
nervio, lo idiotiza, le quita sabor.
Como dije líneas
arriba, estamos ante un documento que tiene el involuntario gran mérito de
ofrecernos novísimas y nuevas voces, las suficientes como para hacer del Copé
de Cuento 2012 el más fresco de todos en su categoría y, obviamente, uno de
los más irregulares. Su verdadero valor se verá justificado en los próximos
años, cuando sus autores publiquen muy buenos cuentarios y estimables novelas.
De eso no tengo la más mínima duda.
2 Comentarios:
Cacería. Cheka este link:
http://www.eluniversal.com/arte-y-entretenimiento/130604/once-obras-quedaron-como-finalistas-al-premio-romulo-gallegos
Seguro no gana, pero al menos ya es algo. E jurado, entre ellos Piglia.
golpe al mentón.... auchhhh!!!
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