No ilumina, pero transmite
En El último lector - Lee por gusto.
…
A primera vista, Los provincianos (Solar, 2013), de Daniel Alarcón, podría ser el
segundo título menor de su producción. El primer lugar sigue siendo para el
imbatible cuentario El rey siempre está
por encima del pueblo.
De este autor norteamericano se pueden
decir muchas cosas. Hay quienes, guiados por su indiscutible prestigio,
prefieren no hacerse tanto alboroto, lo aceptan como gringo y peruano, al
parecer, el haber sido un “New Yorker Boy” es garantía más que suficiente.
Tampoco faltan los otros, esos recalcitrantes que se niegan a aceptarlo como
escritor latinoamericano por el mero hecho de escribir en inglés, porque lo que
siempre hemos leído de él son, si aún alguien no lo sabe, traducciones.
Entre nosotros hemos hecho nuestro a
Alarcón, quien a la fecha ha aparecido en las principales antologías de
narrativa peruana contemporánea. Sus cualidades literarias son incuestionables,
pero en esa adopción ha sido medular la carencia de escribas locales que
cumplan a la perfección esa extraña dualidad que muy contadas veces
presenciamos: el éxito comercial en proporción a la contundencia literaria. Por
un lado, tenemos plumas talentosas pero sin el apoyo de los medios; por otro,
escribas con todo el apoyo y cuyas líneas comienzan a caer al más mínimo cuestionamiento.
Por eso es que vivimos en una burbuja, creemos lo que no es, pensamos que hay
un nuevo Boom de narradores peruanos cuando lo cierto es que estamos siendo
engañados por el amiguismo y los circuitos de poder.
No quiero detenerme en el carácter genérico
de esta última entrega de Alarcón. Llámalo como gustes. Novelita. Cuento largo.
Híbrido. En fin. Sea como fuere, Los
provincianos no es, bajo ningún punto de vista, un libro que ilumine,
tampoco es uno irregular, pero sí uno en el que se acrisola sus evidentes
cualidades narrativas, un título que no fue escrito con afán de trascendencia,
ni con ánimo de ambición, sino bajo la guía de un incentivo lúdico en cuanto a
lo formal, lo cual le permite a Alarcón presentarnos un muestreo encapsulado de
esa mirada interior sobre la violencia política peruana contemporánea y la bien
trabajada configuración de personajes que le conocemos de Guerra a la luz de las velas y Radio
Ciudad Perdida.
En cierta medida, y para ejemplificar la
cuestión, Los provincianos es para
Alarcón lo que Viajes por el Scriptorium
para Paul Auster. Quienes conozcan su poética, se darán cuenta de que en estas
páginas hay muchos rasgos y señas que nos ponen en bandeja sus tópicos
recurrentes. Y los que todavía no, tienen ante sí una historia que se deja leer
muy bien, porque eso es lo que es Alarcón: un contador de historias, pero no
uno que dependa de la línea argumental, sino de la relación que pueda haber
entre sus personajes, tal y como lo es ahora: Manuel, el padre, y su hijo
Nelson, un actor que espera la visa para poder viajar a Estados Unidos, viajan
a un pueblo costero del sur del país para solucionar un problema de un familiar
fallecido, el del tío Raúl. En el trayecto y en la llegada se topan con
situaciones y personas que le descubren a Nelson un pasado que solo conocía de
oídas. Por ejemplo, más de uno lo confunde con su hermano Francisco, que sí
vive desde hace muchos años en Estados Unidos, y aunque en principio él es
presa del desconcierto, descubre que suplantar a su hermano hará que no se
aburra entre los trámites burocráticos. La felicidad de ser otro es lo que más
le atrae y juega con su asumida nueva identidad.
A ritmo de entrenamiento, Los provincianos demuestra en su
brevedad lo que otras publicaciones peruanas, y muy bien promocionadas, no
pueden en lo que va del año. Es cierto que esta novelita no aspira a más de sus
simples objetivos, no obstante, nuestro autor hace una que otra diablura en un
metro cuadrado, como insertar una obrita de teatro en la narración de Nelson, pero
sin perder ese respiro que hasta en toda obra menor un genuino escritor nunca
debe dejar de exhibir: la capacidad de transmisión.
1 Comentarios:
De acuerdo con la capacidad que tiene como narrador. Me gustó este pequeño libro.
Dos partes que me encantaron:
1.- Las dos ultimas líneas de la página 34. "Era -¿cómo explicarlo?- el papel para el que me había estado preparando toda la vida".
2.- La pequeña obra d teatro dentro de los diálogos de Nelson. Tal cuál lo indicas en tu buena reseña.
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