Novelita de un viejo zorro
Sin duda, El fantasma nostálgico (Animal de invierno, 2013) es una de las
mejores novelas del narrador peruano Carlos Calderón Fajardo. Narrador que a la
fecha habría que dejar de mirar/ubicar como raro y oculto, pese a que durante
un tiempo él mismo contribuyó a que lo miremos así.
La novela en cuestión me deja varias
preguntas y pocas respuestas. Veamos solo una: ¿hasta qué punto el tópico de la
violencia política seguirá ejerciendo magisterio en nuestra narrativa? En lo
personal, el asunto ya me cansa y mientras leía el presente libro, barajaba la
idea de que podría ser la última gran novela que se ha escrito sobre el punto. Especifiquemos:
una de las contadas grandes novelas...
Se ha publicado demasiado sobre el tema
y hay que saber buscar en esa hojarasca de novelas y cuentarios animados por el
inmediato reconocimiento comercial y por la revaloración ideológica. Pienso en
las que van a quedar: Retablo de Pérez,
La hora azul de Cueto, La violencia del tiempo de Gutiérrez y Rosa Cuchillo de Colchado. Y paremos de
contar.
Hagamos un poco de historia. Se supone
que El fantasma… debió ganar el
Premio Tusquets de Novela 2006. Pero no fue así. Y ¿por qué no si tenía todos
los méritos, más aún cuando el tópico de nuestra violencia política gozaba de
cierta moda internacional? La novela está muy bien escrita y transmite en su
brevedad; además, el autor hace uso de una estructura en apariencia fácil (mas
esta es sumamente complicada en ejecución, no lo olvidemos: Calderón Fajardo es
un viejo zorro, mientras nosotros estamos de ida, él ya está de vuelta, sentado
y bebiendo vinito, mirándonos y sonriendo mientras intentamos desentrañar los secretos
de su costura narrativa). Pues bien, esta novelita no podía ganar el Tusquets,
ni ningún premio parecido, menos aún los galardones novelísticos de la quinta
división de la literatura en castellano. Comercialmente no funciona. Premiarla
hubiese significado tirar al agua una inversión. Y está bien que haya sido así,
porque ganó la literatura escrita desde la honestidad de oficio, aquella que
rehúye del efectismo narrativo calculado y del aprovechamiento temático que
hemos visto en no pocos narradores de estos lares.
Calderón Fajardo nos ofrece una mirada
muy curiosa del muy abordado asunto de la violencia política. Nos presenta la
búsqueda que realiza Valentín López de su padre Avelino, abatido por las
fuerzas antisubversivas en los años del conflicto armado. Pero esta búsqueda tiene
lugar en los terruños de la memoria, el pasado. Estamos pues ante una novelita
de espectros, ante una deliciosa novelita de atmósferas. Además, en más de un
párrafo, somos testigos de la excelencia estilística del hacedor, que nos
transporta a los mejores instantes de su también novelita La conciencia del límite último.
Nuestro autor marca con cuidado sus
coordenadas. Él, mejor que nadie, sabe que en esta empresa un párrafo demás,
una abierta postura ideológica, puede derrumbar su pequeña catedral. Lo suyo es
contar una historia y le es fiel a esa apuesta. Le hace ascos al alegato, como
tiene que ser, para seguir hurgando en la recuperación de la memoria del padre
de Valentín y llegar a saber lo que verdaderamente pasó con él. Para tal
efecto, se vale de logradas metáforas y alegorías, que a fin de cuentas, son lo
mejor del presente trabajo. Calderón Fajardo no solo nos entrega una
muy buena novela, también escuelea a sus compañeros generacionales y a las aún
jóvenes promesas literarias, el mensaje es claro: la literatura no debe
mancharse con posturas políticas e ideológicas personales, ni por afanes
comerciales que marcan la pauta editorial. Por otra parte, El fantasma nostálgico podría interesar al cada vez más creciente
número de lectores peruanos de narrativa fantástica. No soy el primero en
señalar esta peculiaridad. Pero tengamos en cuenta que la hechura de la novela
no es reciente y que, como sabemos, llevo buen tiempo sin publicarse. Por ello,
enhorabuena a los seguidores de lo fantástico Made in Perú, puesto que ahora tienen a la mano un libro de alta
calidad, porque con calidad es que se debe empezar a hablar de tradición. Lo
demás es demagogia barata.
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