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Me levanto temprano, algo cansado, pero
con las suficientes fuerzas para no desacelerar mi ritmo actividades.
Sintonizo en cable algunos canales
deportivos, como para ponerme en onda con el Mundial. En uno de ellos se
detallan los pormenores de la selección uruguaya.
*
Me es imposible no recordar la vez que
trabajé, con un grupo de amigos, redactando fascículos sobre el Mundial
Sudáfrica 2010, los cuales fueron publicados por el diario El Comercio.
El pata que nos convocó tuvo mucha
paciencia conmigo, porque en las semanas que trabajamos tuve momentos no menos
que angustiosos ya que mi abuelita hacía no mucho se había roto la cadera,
hecho que debido a su avanzada edad la hacía candidata a un infarto fulminante.
Pese a los problemas y a los días de
angustia, cumplí con el trabajo encomendado.
A cada integrante del grupo de trabajo debíamos
dar cuenta de dos grupos mundialistas. Teníamos que brindar frescos de cada una
de las selecciones, como perfiles de sus jugadores más representativos y
analizar las posibilidades que tendrían durante el torneo. Cada semana nos
reuníamos y discutíamos los criterios que usábamos al momento de abordar a
nuestras selecciones. En uno de mis grupos mundialistas estaba Uruguay,
selección en la que poco o nada se creía. Escuchaba a los demás hablando de las
posibilidades de sus selecciones, pero no me quedé atrás. Me refugié en la historia,
la tradición, porque historia y tradición era lo que tenía Uruguay, a
diferencia de otras selecciones que ni siquiera exhibían una protohistoria.
Por ello, abordé a la celeste valiéndome
de su historia y fue así que mis predicciones fueron acertadas. La clave era
que pasaran del grupo inicial, solo eso, porque de ser así llegarían a las
semifinales.
Y Uruguay llegó a las semifinales. Y lo
hizo en ese partidazo de cuartos contra Ghana.
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