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Confieso que segundos antes de leer Una locura razonable (Aguilar, 2014), tenía
no pocos conceptos encontrados sobre su autor el crítico literario peruano José
Miguel Oviedo.
No estaba ante un trabajo ensayístico. No. Me enfrentaba a las memorias de un crítico por demás polémico, que se ha encargado de investigar y escribir del devenir literario no solo peruano, sino también latinoamericano. Seguramente, estos conceptos encontrados sobre sus criterios y métodos obedecían a sus últimos trabajos, algunos de los cuales motivaron a que los cuestione en mi blog.
No estaba ante un trabajo ensayístico. No. Me enfrentaba a las memorias de un crítico por demás polémico, que se ha encargado de investigar y escribir del devenir literario no solo peruano, sino también latinoamericano. Seguramente, estos conceptos encontrados sobre sus criterios y métodos obedecían a sus últimos trabajos, algunos de los cuales motivaron a que los cuestione en mi blog.
Pero bueno, ya con la cabeza fría me
animé a leerlo, porque no hay cosa más malsana que explorar un libro, como
este, que de todas maneras tienes que comentar, con prejuicios sobre su hacedor.
Y para reforzar esta intención, me llevé las memorias a Arequipa, en donde las leí
con calma, bajo el amparo del esplendoroso sol de esta ciudad del sur.
Mientras leía, mantenía una lectura
paralela. Me preguntaba lo mucho que le debemos los lectores. Recordé el artículo
escribió sobre Bolaño, en donde daba cuenta de Los detectives salvajes y Llamadas
telefónicas. Este artículo significó un punto de despegue para no pocos,
porque fue la primera vez que se escribía del escritor chileno en un medio
peruano. Aún tengo conmigo ese artículo publicado en el suplemento El
Dominical, artículo hoy convertido en una especie de papiro, que en esos años,
a fines de los noventa, llevaba en la billetera. Cuento esta anécdota porque
muchas reseñas de Oviedo me ayudaron a descubrir autores que no demoraban en
gozar de mi rendida admiración. Es que esa es una de las funciones del crítico:
conectar autores con los potenciales lectores.
Y claro, también he leído reseñas suyas
en extremo negativas, en algunas de estas podía notar un sentimiento de
animadversión hacia el autor, y de haber sido este el caso, hablaríamos pues de
una animadversión con conocimiento de causa, porque si algo se puede decir de
Oviedo, es que siempre ha sido un crítico que leía íntegramente el libro a
desmenuzar, algo que últimamente otros críticos no tienen la costumbre de
hacer.
En Una
locura razonable tenemos a Oviedo en estado de gracia. Pero no se trata de
un estado de gracia producto de la paz interior y del descanso, no, se trata de
un estado de gracia luego de haber sufrido mucho en los últimos años.
Me explico: nuestro autor empieza sus
memorias hablándonos de su entorno familiar, de sus días pautados por la tranquilidad,
para luego contarnos sobre su etapa escolar en el colegio La Salle de Breña, en
donde conocería a Vargas Llosa, de quien décadas después sería su mayor
especialista. Hasta este punto, Oviedo no pretende pintarnos un periodo de su
vida que no fue, solo se limita a detallar lo que considera determinante, y es
por esa razón que hasta aquí las memorias resultan no menos que aburridas,
predecibles.
Pero la narración cambia cuando nos
cuenta de sus años universitarios, de la infinidad de trabajos que realizaba a
la par que estudiaba en la Universidad Católica. De esta manera, somos testigos
del Oviedo hombre, en pleno dominio de su despliegue mental y hormonal. Su vida
ya estaba encausada hacia la pasión literaria y en relación a esa pasión conoce
a los escritores más representativos de la Generación del 50. Digamos que desde
muy joven fue una persona muy relacionada, pero más allá de este guiño del
destino, se deduce que también era muy capaz. Y es gracias a esa capacidad para
desmembrar textos que empieza a hacerse conocido no solo en el circuito
literario, también en el cultural. Esta doble recepción hace de él un testigo
de excepción de más de un connotado artista peruano de la época y que hoy en
día resultan medulares cuando tenemos que hablar de tradición cultural.
Felizmente, Oviedo no nos quiere hacer
creer que ha sido un protagonista estelar en la vida de los demás, al menos no
lo hace de sopetón, sino que nos prepara para las primicias, que serían los
condimentos que refuerzan las leyendas de más de tótem de la literatura
latinoamericana. En este camino, encontramos a Borges, Cortázar, Octavio Paz,
Lezama Lima et al. En ello tuvo que ver su designación durante los setentas
como director del Instituto Nacional de Cultura de Perú, cargo que le trajo,
sin proponérselo y sin abusar de él, un omnímodo poder. Ahora, como hombre
inteligente, supo salir de esa carrera burocrática y consagrarse de esta manera
a la crítica literaria.
Su paso por la academia gringa, y no así
su recorrido de sigiloso Don Juan, son lo mejor de estas memorias. Y lo son por
el simple hecho de que, y más allá de sus problemas personales, nunca dejó de
ser un intelectual que trabajaba, en donde podemos constatar su genuino amor
por la literatura, a la que jamás vio como un medio sino como un fin. Producto
de este amor es ese monumento de cuatro tomos, monumento que se lee como una
saga de novelas aventuras, Historia de la
Literatura Hispanoamericana.
Líneas atrás dije que Oviedo escribió
estas memorias en estado de gracia, en un tipo de estado de gracia que proviene
del sufrimiento. Me aventuro a decir que ha sido así por lo que se detalla de
la pérdida de su visión, hecho que acepta, en buen decir, deportivamente, pero
que no le impide seguir trabajando. Por otro lado, se decía que Oviedo venía escribiendo
estas memorias desde hace poco más de dos décadas, y no soy quién para poner en
duda ello. Sin embargo, de lo que no tengo duda es en el cambio de tono y
sentido de la prosa, como también de la intención final de estas memorias, que
no pudieron mantener la misma intención desde el momento de su concepción.
Percibo una reescritura, pero llevada desde la distancia emocional, asumiendo
sus miserias y virtudes, características que elevan estas páginas hacia un
estado de epifanía, epifanía que muy pocos consiguen.
…
Publicado en Siglo XXI.
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