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Se trataba de un texto sobre un disco de
Voz Propia. E hic memoria y recordé que ese texto me lo había pedido el poeta y
estupendo lector César Ávalos, de quien puedo corroborar su fama de gran
hacedor de arroz con pato. Era junio del 2011 y César me comentó que iba a
editar una revista y por esa razón me preguntó si podía escribir un texto sobre
la última producción del grupo peruano.
Grabé el texto en el USB y me gustaría
compartirlo.
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Con más de 20 años de trayectoria, Voz
Propia es a la fecha una de las bandas más importantes en el imaginario rockero
latinoamericano. Es cierto que un análisis minucioso catalogaría su producción
de irregular, pero no habría que dejarnos guiar por esta característica que muy
bien podría aplicarse a no pocas bandas del mundo, en especial a las que sin
tener un reconocimiento descomunal más allá de sus fronteras, gozan de una
buena y fiel hinchada, una pequeña gran minoría que contribuye a un natural
alejamiento de la tentación de la prostitución creativa, al respecto nos sobran
ejemplos de bodrios que apostaron por el contentamiento general.
La poética del grupo peruano debe
analizarse tal cual se hace en los acercamientos al cuento. Los cuentarios se
justifican por unidad, jamás por su fuerza en conjunto. Un relato bien logrado
justifica una publicación, ni qué hablar con 2 ó 3 más de buena factura. El poder de la individualidad, como dicen los
entendidos. Si seguimos este criterio, que más de un problema nos ahorraría,
podríamos esbozar una sonrisa con lo realizado por VP.
Su última producción, The game is over (2011), no es ajena a
la irregularidad señalada, y seamos justos, debido a la exploración formal,
algo no muy frecuente en bandas que han bebido del punk. Pero a diferencia de
sus últimas producciones, ahora los buenos muchachos limeños logran un alto
grado lírico en sus canciones. Las letras de cada de uno de los temas podrían
pasar como poemas. Obviamente, no todos estos poemas musicalizados son una
maravilla, pero no son ajenos a su esencia nutricia, temática, presente en sus
discos precedentes: la depresión y la rebeldía contenida.
Toda empresa musical lleva sus riesgos.
Si bien es cierto que en contados temas (‘Peter Pan’, ‘Prima mía’, ‘Tres
veces’, ‘Vida veloz’ y ‘El gran simulador’) el ensamble de Miguel Ángel Vidal,
Carlos Tabja, Ramón Escalante y Raúl Loza, parece estar signado por el
tocamiento de los dioses en sus hombros, en otros es patente el descuido
durante su ejecución, quizá debido al apuro, algo que podría significar más de
un cruce de opinión si tenemos en cuenta el regular periodo de tiempo que se
toman por cada disco.
Sin embargo, VP nos entrega un trío de
canciones llamadas a perdurar. Las recordaremos y viviremos en las noches
azules, bebiendo alcohol, fumando marihuana, al amparo de una calle del centro,
en busca del momento que plenitud que solo nos puede deparar ‘Es injusto pero está
bien’, ‘En el tren’ y, en especial, ‘Prima mía’.
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