martes, junio 24, 2014

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 Ayer lunes mandé a que revisen la Laptop de la que salen todas las maldades que se publican en este blog. La había descuidado, no tanto como la otra, que tengo siempre en casa. Pensé que el asunto sería de mero trámite porque que no guardo nada en ninguna de ellas, puesto que uso un disco duro externo y un USB. Sin embargo, grande fue la sorpresa cuando el técnico me dice que había un archivo en Word en Downloads. “A ver”, le digo.
Se trataba de un texto sobre un disco de Voz Propia. E hic memoria y recordé que ese texto me lo había pedido el poeta y estupendo lector César Ávalos, de quien puedo corroborar su fama de gran hacedor de arroz con pato. Era junio del 2011 y César me comentó que iba a editar una revista y por esa razón me preguntó si podía escribir un texto sobre la última producción del grupo peruano.
Grabé el texto en el USB y me gustaría compartirlo.
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Con más de 20 años de trayectoria, Voz Propia es a la fecha una de las bandas más importantes en el imaginario rockero latinoamericano. Es cierto que un análisis minucioso catalogaría su producción de irregular, pero no habría que dejarnos guiar por esta característica que muy bien podría aplicarse a no pocas bandas del mundo, en especial a las que sin tener un reconocimiento descomunal más allá de sus fronteras, gozan de una buena y fiel hinchada, una pequeña gran minoría que contribuye a un natural alejamiento de la tentación de la prostitución creativa, al respecto nos sobran ejemplos de bodrios que apostaron por el contentamiento general.
La poética del grupo peruano debe analizarse tal cual se hace en los acercamientos al cuento. Los cuentarios se justifican por unidad, jamás por su fuerza en conjunto. Un relato bien logrado justifica una publicación, ni qué hablar con 2 ó 3 más de buena factura.  El poder de la individualidad, como dicen los entendidos. Si seguimos este criterio, que más de un problema nos ahorraría, podríamos esbozar una sonrisa con lo realizado por VP.
Su última producción, The game is over (2011), no es ajena a la irregularidad señalada, y seamos justos, debido a la exploración formal, algo no muy frecuente en bandas que han bebido del punk. Pero a diferencia de sus últimas producciones, ahora los buenos muchachos limeños logran un alto grado lírico en sus canciones. Las letras de cada de uno de los temas podrían pasar como poemas. Obviamente, no todos estos poemas musicalizados son una maravilla, pero no son ajenos a su esencia nutricia, temática, presente en sus discos precedentes: la depresión y la rebeldía contenida.
Toda empresa musical lleva sus riesgos. Si bien es cierto que en contados temas (‘Peter Pan’, ‘Prima mía’, ‘Tres veces’, ‘Vida veloz’ y ‘El gran simulador’) el ensamble de Miguel Ángel Vidal, Carlos Tabja, Ramón Escalante y Raúl Loza, parece estar signado por el tocamiento de los dioses en sus hombros, en otros es patente el descuido durante su ejecución, quizá debido al apuro, algo que podría significar más de un cruce de opinión si tenemos en cuenta el regular periodo de tiempo que se toman por cada disco.
Sin embargo, VP nos entrega un trío de canciones llamadas a perdurar. Las recordaremos y viviremos en las noches azules, bebiendo alcohol, fumando marihuana, al amparo de una calle del centro, en busca del momento que plenitud que solo nos puede deparar ‘Es injusto pero está bien’, ‘En el tren’ y, en especial, ‘Prima mía’.

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