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No tenía la más mínima idea de Eugene
Field. Ahora sé que fue un más que reconocido escritor norteamericano de la
segunda mitad del siglo XIX.
Pues bien, he leído un libro del autor
que bien merece toda la promoción posible, sin tener en cuenta que su público
inmediato sea el acostumbrado a leer, no el esporádico atento a las modas
editoriales. Así parezca elitista la presente idea, no tengo duda de que Los amores de un bibliómano (Periférica,
2013) va dirigido a los que no conciben la vida sin la presencia de los libros
como tal, a aquellos que justifican su vida teniendo libros, que los asumen
como compañeros de ruta.
Si bien es cierto que vivo rodeado de
libros, no me considero un bibliómano. Es que el bibliómano es otra cosa y el
trabajo en la librería me ha permitido conocer a no pocos bibliómanos, personas
que van tras un ejemplar que, por ejemplo, les permita completar una colección,
o uno que cumpla específicos requisitos personales, o de los que se lanzan tras
la primera edición por la que están dispuestos a pagar lo que fuera.
De bibliómanos, los hay para todos los
gustos.
Y a lo mejor todos esos gustos se noten
fundidos en este libro de Field, quien un hombre sumamente culto y ubicado
también como un popular escritor de libros infantiles. Durante toda su vida
estuvo entregado a la lectura y al coleccionismo de libros, pasión que en más
de un tramo de la publicación lo lleva a declarar que renunció a los placeres
de la vida a cuenta de la tenencia y del goce que le provocaba el aroma de las
páginas sepias de los libros antiguos.
Para enriquecer esta visión, Field se
vale del recurso del anecdotario, describiendo a sus grandes amigos libreros
que le proveían de material. Por ejemplo, Field les dejaba una lista y cada uno
de ellos se lanzaba a la caza de los títulos, existiendo entre ellos una
competencia que Field agradecía sin dudar. En estas páginas somos pues testigos
de una pasión genuina y desbordada, que podría percibirse hoy en día como algo
desfasado, pero esa pasión y desborde también lo eran en la época en que el
autor iba tras ellos.
No hay que pensarlo mucho, nos
sumergimos en una lectura rubricada por una suerte de paz interior, colegimos
que Field escribió el presente libro guiado por la tranquilidad e impulsado por
el amor que le deparaba su inmensa biblioteca y su derrotero busquero. Por otra
parte, sería mezquino no destacar el buen ojo de la gente de Periférica, si no
fuera por ellos, este bello libro seguiría siendo inexistente.
…
Publicado en Siglo XXI.
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