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Gracias a un comentarista anónimo, que
tan anónimo no es, porque sé quién es, aunque él crea que yo no sé, me entero
de un texto del poeta/ensayista José Carlos Yrigoyen.
El texto lo pueden leer aquí.
Allí, Yrigoyen habla sobre la venta de
libros viejos por Face, en especial sobre esos libros de poesía peruana a la
fecha inubicables, los cuales son vendidos como si se trataran de papiros
bíblicos.
Bien sabemos que la tradición de la
poesía peruana es la que más ha contribuido al prestigio de la poesía escrita
en castellano durante el Siglo XX. En lo personal, pienso que la poesía en castellano
del siglo pasado poco o nada se puede justificar sin las voces de Vallejo,
Adán, Eguren, Westphalen, Eielson, Hinostroza, y últimamente sin Verástegui y
Pimentel, por citar solo a los más conocidos, y también los más requeridos.
No me sorprende que haya gente que
busque por coleccionismo o fetichismo esas primeras ediciones, las primeras
manifestaciones de conexión con un determinado universo poético que a lo mejor
les haya salvado la vida, o que en el mejor de los casos les ofreció un sentido
vital. Como sea, entiendo esa pulsión, y entiendo también pulsiones que me
cuesta mucho trabajo entender, como el que suscita el irregular poeta Luis
Hernández. Si se tiene los medios para comprar una primera edición, adelante,
tenla, consérvala, disfruta con buen gusto de tu poder de adquisición.
Pueden decirse muchas cosas de los que
administran esas páginas de venta de libros viejos por Face.
Podemos hablar de libre mercado.
También de la usura al momento de
sobrevalorar los precios.
Quien decide es quien compra, el
cliente, el lector de poesía.
Ahora, lo que nunca ha dejado de llamar
mi atención de estas páginas de Face, y lo mismo podría decir del circuito de
librerías físicas y virtuales, salvo contadísimas excepciones, es el casi nulo
compromiso con la literatura de quien vende, o mejor dicho, su abierto asco a
la lectura.
Para bien o para mal, he tenido la
nefasta experiencia de hablar con no pocos vendedores de libros y arribé a la
triste conclusión de su precario nivel cultural, de saber que lo único que los
motiva es el lucro, el vender a lo bestia. Por eso, en este país hay muchos vendedores
de libros, pero contados libreros.
Volviendo a la sobrevaloración de
precios que señala Yrigoyen, soy de la idea de que hay que exterminar a esas
cucarachas que se aprovechan de la pasión lectora del seguidor de poesía
peruana, bueno fuera que exhibieran un conocimiento apasionado de los poemarios
que encuentran y venden, pero no es así, porque si fuera así, uno podría entrar
en una discusión y quizá quitarse la venda de los ojos y entender por qué un
poemario cuesta lo que cuesta, el por qué se le sobrevalora, pero claro, esa
sería la realidad ideal, que no es para nada el caso de este triste contexto
que nos concierne.
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