jueves, septiembre 04, 2014

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Ahora todo el mundo, supuestamente pensante, defiende la Reforma del Transporte. 
Bueno, habría que ser un asno para no destacar la importancia de un proyecto como este, que se hacía tan necesario en la ciudad, en el trayecto de tres avenidas donde se forman los más infernales cuellos de botella. 
Pero lo que me llama la atención son precisamente los abanderados de lo correcto, los defensores y mártires del gran cambio que necesita esta ciudad. 
Como ya lo he dicho, son buenas personas, ideales y mágicas para la conversa y el hueveo del fin de semana. En eso nadie los gana, pero también renuentes, no participan del sufrimiento diario de los “otros”, esos “otros”, esa “clase especial” de ciudadanos a los que tienen que ayudar, porque no son como ellos, felizmente, que jamás tendrán la razón. “Hay que educar a esta gente, nosotros haremos que tengan una vida digna”. 
Por costumbre, no suelo emplear el tramo Arequipa-Garcilaso-Wilson. Prefiero darme una gran vuelta y así caminar más, cruzar por las esquinas que me hacen sentir bien, pero resulta que anoche caminé por ese tramo vial del que todos hablan, viendo los rostros de los usuarios, el ambiente cargado de impotencia. 
Eso. 
Eso, impotencia. Esa resignación que aceptas a la fuerza y que no te permite gritar, mucho menos quejarte a media voz. 
“El ciudadano tiene que civilizarse”, diría, dice y dirá más de un militante que apoya la Reforma del Transporte. 
Lo que sí jode, y creo que más de la cuenta, es la improvisación con la que se viene ejecutando. Esa improvisación, su misma ejecución, es un crudo espejo de lo que piensan y sienten los impulsores de la reforma. Podríamos hablar de ineptitud, pero ante todo de un desprecio hacia el ciudadano como tal. Por eso, cuando se les escucha hablar, suenan tan falsos como la burgomaestre, se les siente impostado porque ellos jamás en sus vidas han dependido del transporte público diario, y si se han subido a uno, habrá sido por un corto trayecto una vez cada siete meses. 
Resulta muy fácil, muy pajita, hablar desde la distancia. Si a este infierno de la improvisación de la reforma, le sumamos el tufillo político en el que se ejecuta, bajo evidente intención reeleccionista, poco o nada podemos esperar de un gobierno zurdo, sea el que fuere, que se porta igual o peor que las hienas de la derecha peruana.

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