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Ahora todo el mundo, supuestamente
pensante, defiende la Reforma del Transporte.
Bueno, habría que ser un asno para no
destacar la importancia de un proyecto como este, que se hacía tan necesario en
la ciudad, en el trayecto de tres avenidas donde se forman los más infernales
cuellos de botella.
Pero lo que me llama la atención son precisamente
los abanderados de lo correcto, los defensores y mártires del gran cambio que
necesita esta ciudad.
Como ya lo he dicho, son buenas
personas, ideales y mágicas para la conversa y el hueveo del fin de semana. En
eso nadie los gana, pero también renuentes, no participan del sufrimiento
diario de los “otros”, esos “otros”, esa “clase especial” de ciudadanos a los
que tienen que ayudar, porque no son como ellos, felizmente, que jamás tendrán
la razón. “Hay que educar a esta gente, nosotros haremos que tengan una vida
digna”.
Por costumbre, no suelo emplear el tramo
Arequipa-Garcilaso-Wilson. Prefiero darme una gran vuelta y así caminar más,
cruzar por las esquinas que me hacen sentir bien, pero resulta que anoche
caminé por ese tramo vial del que todos hablan, viendo los rostros de los
usuarios, el ambiente cargado de impotencia.
Eso.
Eso, impotencia. Esa resignación que
aceptas a la fuerza y que no te permite gritar, mucho menos quejarte a media
voz.
“El ciudadano tiene que civilizarse”,
diría, dice y dirá más de un militante que apoya la Reforma del Transporte.
Lo que sí jode, y creo que más de la
cuenta, es la improvisación con la que se viene ejecutando. Esa improvisación,
su misma ejecución, es un crudo espejo de lo que piensan y sienten los
impulsores de la reforma. Podríamos hablar de ineptitud, pero ante todo de un
desprecio hacia el ciudadano como tal. Por eso, cuando se les escucha hablar,
suenan tan falsos como la burgomaestre, se les siente impostado porque ellos
jamás en sus vidas han dependido del transporte público diario, y si se han
subido a uno, habrá sido por un corto trayecto una vez cada siete meses.
Resulta muy fácil, muy pajita, hablar
desde la distancia. Si a este infierno de la improvisación de la reforma, le
sumamos el tufillo político en el que se ejecuta, bajo evidente intención
reeleccionista, poco o nada podemos esperar de un gobierno zurdo, sea el que
fuere, que se porta igual o peor que las hienas de la derecha peruana.
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