domingo, septiembre 07, 2014

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En los últimos días me encontré con un pata que escribe y publica. No es mi amigo, pero tampoco un conocido, sencillamente una persona que a lo mejor se convertirá en mi amigo. Este pata me pidió que contara su caso a los lectores del blog, aunque eso sí, bajo la condición de no decir su nombre.
Ahora, si me hubiese dicho que no le importaba si lo mencionaba o no, igual, no lo iba a mencionar.
Nos encontrábamos en un café de la Plaza San Martín.
No tenía pensado  verlo, pero debido a su insistencia estaba allí, siendo testigo de sus ansias por saber qué me parecía la novela que venía escribiendo desde hacía casi un año, semanas y meses consagrados al encierro, llevando una vida casi monacal, una vida dedicada exclusivamente a la escritura.
Su novela está ambientada en las tres primeras décadas del siglo pasado, en donde encontramos a los narradores y poetas peruanos más renombrados de esos decenios como personajes que se envidian, odian y lastiman. Pues bien, debo aceptar que me siento responsable de la existencia de este proyecto, porque hacía un año y medio le sugerí a este no tan joven autor que leyera la novela Las máscaras del héroe de Juan Manuel de Prada, la otrora gran promesa de la narrativa española contemporánea. Cuando este pata terminó de leerla, quiso escribir algo parecido, o sea, la versión peruana de Las máscaras del héroe.
El pata se ha embarcado en un proyecto ambicioso. Las novelas cortas no van con él. Él quiere contar no solo la vida de los narradores y poetas peruanos de esos años, también nos quiere retratar una época.
Como en toda novela ambiciosa, tenemos muchos tópicos. Y uno de ellos, por no decir el principal, es el sempiterno afán de los narradores y poetas en pos del reconocimiento.
Por medio de la escritura, especulo, él se está exorcizando. Hasta hace un par de años se la jugaba el todo por el todo con tal de gozar de fama y reconocimiento. Motivos tenía de sobra. Un ejemplo: Sus dos primeros libros recibieron buenos saludos, ya sea por parte de la crítica y de los lectores.  Sin embargo, llegó a un punto en donde se mareó, comenzó a caminar como si pisara huevos, se dejó llevar por la fugacidad mediática. Y de a pocos fue descuidándose, no leía como antes, tampoco escribía al ritmo que estaba acostumbrado. Ese tiempo literario lo desperdició asentando una fama de Sex Symbol de la narrativa peruana contemporánea, desvirgando a cuanta chica positiva se le cruzara en presentaciones, charlas, conferencias y mesas redondas.
Le gustó ser una estrella local.
Pero no se dio cuenta de que estaba dinamitándose.
Siguió publicando, pero sus libros lentamente dejaron de llamar la atención de los lectores, que no son nada idiotas como erróneamente se piensa, puesto que detectaron una fórmula que repetía y disfrazaba de originalidad, y peor: se dieron cuenta de que como escritor ya no tenía nada más que decir.
Algunos amigos le advirtieron de su conducta, pero él no hizo caso, siguió viviendo de los saludos que aún le deparaban las generosas notas de prensa que le depararon sus dos primeros libros. Quería ser una leyenda, una leyenda literaria, quería ser un referente cueste lo que cueste, sin saber que se estaba convirtiendo en un entenado de Valdelomar, en una copia pirata de Chocano.
Tu problema, pienso, es que has perdido legitimidad. Se lo dije mientras dábamos cuenta de un par de Cusqueñas. No te toman en serio porque no te tomas en serio. Pueda ser que hayas recapacitado, que te hayas visto bailar, y por más que intentes borrar las cosas, los lectores no olvidan, son unas mierdas en ese aspecto.
Se pasó la lengua por el labio superior. Respiró hondo y me confesó que desde su tercer libro solo escribía motivado por la fama. Esa ansiedad lo llevó a ser un sobón con cuanto escritor conocía, siempre y cuando este escritor tuviera una llegada en prensa y una ascendencia editorial. Y claro, aún recordaba su paso por una variopinta gama de argollas y mafias literarias, que en su momento lo albergaron, pero estas argollas y mafias no demoraron en dejarlo de lado, portándose ahora como si no existiera.
Hoy en día el pata está dispuesto a revertir esa imagen y lo quiere hacer con una obra que lo devuelva al nivel de sus dos primeros libros y así ser el escritor serio que siempre quiso ser. Además, es consciente de que el camino no será fácil, en principio tendrá que enfrentar el ninguneo, o peor, la burla. Pero eso no le importa, su deseo es recuperar el tiempo perdido.
Por obvias razones, no les puedo decir lo que le dije de la novela que viene avanzando, pero sí lo que le dije al final de nuestra reunión:
“Huevas, el lustrabotismo no es el camino. Y si vuelves a ser el Sex Symbol de la narrativa peruana contemporánea, por lo menos ponte el poncho”.

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