sábado, septiembre 27, 2014

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No soy de los que juzgan las adaptaciones buscando los lazos que los unan a las obras que los inspiraron. En este caso, me vale muy poco si ha habido fidelidad o no en la adaptación de una novela. Tratándose de géneros distintos que en aspectos narratológicos comparten más de un aliento, deberíamos enfrentarnos a ellos dentro de sus propios espacios de desarrollo, como mundos definidos en relación a su coherencia interna.
Muy en lo personal, siento que he perdido el tiempo preocupándome con las adaptaciones cinematográficas de novelas, puesto que no viene al caso referirse a la importancia o no de la obra literaria. Tenemos excelentes adaptaciones de novelas mediocres, como la que hizo Hitchcock de Psycho de Robert Bloch, que vendría a ser la adaptación referencial que ha fundado una corriente que impele a más de un director a recoger rasgos, retazos, de una obra literaria con el único fin de plasmarlos en el discurso cinematográfico. No es para menos, lo de Hitchcock le dio confianza a cientos de directores que no necesariamente tenían que depender de los grandes clásicos de la literatura. Como dije, siento que he perdido el tiempo buscando el vaso comunicante, el espíritu, cuando lo cierto es que solo nos debería interesar la inspiración que un determinado libro pueda ejercer en el hacedor de películas.
Y obviamente, huyo como si se tratara de la peste cuando me topo con conversatorios sobre cine y literatura, en el que se habla mucho y se dice muy poco de la fidelidad que le debe tener una película a la novela o cuento en el que se basa, en donde percibo una especie de competencia inocua por ser quien esgrime la opinión más efectista, que para ser exitosa, debe generar los aplausos de los asistentes, más la respectiva carcajada que corone el esfuerzo intelectual.
Pero lo que sí me interesa de la relación entre el cine y la literatura, es el discurso paralelo que aborda los senderos literarios y cinematográficos. Por ejemplo, novelas como Sueños bárbaros de Rodrigo Núñez Carvallo, en donde se nos habla de la posibilidad de hacer cine en Perú en los ochenta; películas como las de los Coen, Barton Fink, para más señas, que explora los mundos alucinados de la mente de un escritor. En este aspecto, sí me interesa el discurso dependiente entre el cine y la literatura.
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Se entiende pues que lo último que me interesó al ver The Double de Richard Ayoade, fue precisamente detectar cuán fiel le era o no a la estupenda y homónima novela menor de Dostoievski. 
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Pues bien, a manera de trivia, tengamos en cuenta que el cineasta inglés, de 36 años, exhibe una carrera por demás atractiva, aparte de director, es también guionista y actor, y en cada uno de estos rubros le ha ido no menos que bien. 
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Ahora, lo que sí entendí luego de ver esta película yace en el hecho de la inspiración, en el efecto que la novela del maestro ruso hizo en la mentalidad de Ayoade. Este hombre no es ningún tonto, si hay alguna novela de Dostoievski capaz de activar un redondo proyecto cinematográfico, esa es El doble (incluyendo las dos versiones, lo que nos da una idea cabal de lo capo que era el novelista hasta en proyectos de aliento mediano), novela de atmósfera y locura, par de aspectos que son suficientes para originar un universo de posibilidades, siempre y cuando se sea un artista como Ayoade, uno que supo mirar. Y mirar bien. Es gracias a su mirada que su película puede darse el lujo de catalogarse de sólida y redonda.
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Atmósfera y locura también presentes en la película.
De eso va The Double
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Antes de abocarse a un posible éxito comercial buscando actores reconocidos y famosos, notamos que Ayoade se dedicó a buscar actores y actrices en todo el sentido de la palabra. Que sean reconocidos y famosos no era su idea, porque los apreciamos en cada una de sus escenas, sostenidas por sus despliegues histriónicos, convirtiéndolas en pequeños frescos de hartazgo, escenas de por sí concretas, en donde se ha pensado en todos los detalles, que van desde el vestuario hasta la fotografía. Esta última contribuye, por no decir que podría ser una protagonista más, a la carga atmosférica que percibimos en cada minuto.
Con actores e iluminación, Ayoade nos ingresa a una película densa, pero rica, que no es fácil de ver. En ella el espectador también tiene que poner de su parte, no solo una cuota normal de atención que sería insuficiente, sino una cuota de voluntad no presupuestada, porque lo que consigue el director es proyectarnos y fastidiarnos en los silencios, en las miradas de sus personajes, que encierran la fuerza de The Double.
No se pudo tener mejor actor protagónico que Jesse Eisenberg (Simon/James), bien acompañado por una Mia Wasikowska (Hannah) en pleno estado de gracia. Eisenberg le da vida a un empleado burócrata nada contento consigo mismo, mientras Wasikowska le brinda una lúdica posibilidad de ser otro. Del más hondo marasmo existencial comienza a cambiar la vida de nuestro protagonista, o mejor dicho, él comienza a barajar la posibilidad de cambio a una vida que lo aleje del parasitismo individual, motivado por la atracción que le confiere Hannah. Es decir, abraza la posibilidad de cambio, la de ser otro, el otro aprobado por la pequeña sociedad en la que se mueve, el otro patentizado por una locura contenida que lo define desde las primeras escenas de la película y que se apodera de él ante un hecho que lo ilumina: la atracción y el deseo.
O sea, la enajenación.
Ayoade la tuvo clara desde el principio: mostrar en toda magnitud la podredumbre del desarraigo, la robotización del hombre a cuenta de un sistema que privilegia resultados y no valores. Por esta razón, podríamos considerar también a The Double como una película política que no cae en el alegato, aunque sabrá de ello el espectador atento, tal y como se detectan los productos de contrabando, pensando la película más allá de su logro y estabilidad estética. Esta estabilidad nos revela a un director capaz de cambiar y dominar registros, como el fantástico, el terror psicológico, el realismo, el amor idealizado y el humor, que consiguen una estimulante amalgama que deberíamos apreciar, y claro, también recomendar.
 
 
Publicado en Cinépata.

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