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Ayer en la tarde, mientras me dirigía de
Miraflores a Quilca, pensaba en lo difíciles y necesarios que son los cambios.
En alguna parte escuché lo siguiente, y la verdad es que no quiero saber más de
lo que escuché, seguramente porque quiero evitar cierta decepción al constatar
que lo escuchado provino de un segmento de telenovela visto al paso o de alguna
persona innombrable que tuvo un chispazo de lucidez. Sea cual sea la
procedencia de la idea que pensaba ayer en el Metropolitano, no me cabe duda de
que las mejores decisiones son las más difíciles de tomar, las que en esencia
te taladran y generan dolor, pero que traen consigo dosis de tranquilidad y
mucha paz.
Mientras iba al Centro Histórico, me
sentía entre el alivio y la incertidumbre emocional. Necesitaba pues hacer algo
que me sacara de esa frontera gaseosa de vitalidad y marasmo, algo habitual,
que me demandaría algunos minutos demás pese al retraso que ya tenía. Entré al
Dominos de La Plaza San Martín, pedí un café cortado y empecé la lectura de un
libro que venía postergando desde hace unas semanas, uno de esos libros que te
ayudan a cartografiar las novelas que ya has leído, novelas que no pertenecen a
tu tradición, novelas abordadas en el libro y que conoces en su mayoría.
En El
leve ruido del piso de arriba (Ediciones UDP, 2014) del crítico Frank
Kermode, encuentro tres factores que exijo de los críticos y que muy poco veo
últimamente en los críticos: estilo, sabiduría (llámese también rigor generoso)
y, en especial, sencillez.
Como señalé, conozco muchas de las
novelas inglesas que aborda Kermode, entonces qué es lo que me llevará a
indagar más de ellas en los próximos días, en las siempre necesarias relecturas.
Sin duda, la mirada y atención del crítico, que abre senderos, que profundiza en
lo no escrito para revelarnos instancias que en nuestro primer acercamiento de
las novelas pasaban desapercibidos. Pienso en Kermode, Bloom, Steiner, Woods,
en Domínguez Michael, pienso en su atrevimiento, en el riesgo sobre seguro, en
no conformarse con las etiquetas del mercado, que nos acceden a otra instancia,
que colocan los adoquines por los que transitarán los próximos clásicos de la
narrativa contemporánea.
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