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Ayer domingo me levanté tarde, tomé una
buena taza de café para despertarme un poco. Como nunca tenía sueño, sueño muy
pesado. Pensé en lo que había hecho el día anterior y ninguna actividad
realizada podía justificar el cansancio que sentía. Entonces volví a servirme
otra taza de café y sin más me metí a la ducha.
Se supone que era de mañana pero no
sabía qué hora era. Ni me importaba. Lo único que quería era ponerme al día en
algunos textos que debía terminar, la idea era redondearlos y así seguir
durmiendo luego del almuerzo. Por un momento vi por la ventana de la puerta
trasera de mi casa, puerta que me conecta directamente a la vereda de un parque
enrejado, parque por el que cruzaban muchas personas, algunas solas, otras
cariñosamente acompañadas, como también las que iban en familia.
A buena hora decidí no ir a votar.
Es la segunda vez que no voto, pero
ahora se trata de una decisión feliz, calmada, como la del año pasado, cuando
se debía elegir a los regidores de los municipios, gracia que nos había dejado
la Revocatoria. En esos días me encontraba disfrutando de Pozuzo, llevando a su
punto más alto mi viaje de placer, que me había permitido conocer tres cascadas
cubiertas por el follaje, las que, felizmente, aún no son explotadas por el
turismo.
El domingo que debíamos regresar calzaba
con la votación de los regidores. Teníamos planeado regresar ese día, siguiendo
los consejos de un anciano alemán, quien días antes nos había dicho que lo
mejor para viajar, en seguridad y comodidad, era hacerlo en auto, no en bus,
puesto que el bus no es seguro en carreteras tan estrechas y sinuosas. Sería
pues un viaje largo pero seguro, que según mis cálculos, me permitiría llegar a
tiempo para votar y así evadir la multa por no hacerlo, porque como bien sabrá
el lector no peruano del blog, aquí en Perú te multan si no vas a votar.
Nos levantamos temprano y tomamos un
colectivo que en cuatro horas nos dejó en Oxapampa. Eran las ocho de la mañana
y el sol amenazaba, discutimos si tomábamos desayuno en Oxapampa o en La Merced.
Decidimos desayunar en La Merced y tomamos un auto.
Ese trayecto, de Oxapampa a La Merced,
aún permanece en mi memoria visual. No es la mejor imagen que conservo de aquel
viaje, pero la imponencia verde, tostada por el sol, que veíamos a medida que
viajábamos en la carretera serpenteante que se abría paso por las montañas hizo
que mandara a la mierda el apuro que sentía, un apuro por demás idiota,
insustancial, apuro que no me permitía disfrutar de los momentos mágicos que me
regalaba el paisaje selvático.
Le pedimos al chofer que se detuviera un
rato. Bajamos del auto y nos pusimos a fumar y a tomar fotos. También dimos
cuenta de una botella de vino blanco que compramos en Pozuzo. Haríamos el
regreso en paz, disfrutando de lo que se podía de la Merced, como también de
Tarma, de donde tomaríamos una van a Lima.
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