martes, octubre 28, 2014

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Entre los libros peruanos que he leído con mucho gusto y placer en los últimos meses, debo mencionar La piel de un escritor (Fondo de Cultura Económica, 2014) de Alonso Cueto.
Imagino que para no pocos este era el libro que se esperaba del autor, que aparte de su exitosa trayectoria como narrador, se sabía también de su faceta de ensayista, articulista y maestro, de la que había dejado muestra en los muy recomendables Sueños reales y Juan Carlos Onetti. El soñador en la penumbra, títulos que nos ofrecían las sospechas razonables de estar ante un ensayista de un vuelo mayor, un Cueto ensayista que cumplía ese noble propósito de conectarnos con los grandes libros, alimentándonos con una voracidad lectora que solo consiguen transmitir muy pocos, labor que solo los elegidos pueden llevar a cabo.
Obvio, muchos escritores pueden sentarse y escribir de sus libros y autores preferidos, reunir esos textos y publicar un libro. Pero lo cierto es que muy pocos de esos escritores logran pasar la valla del olvido, no logran asentarse en la memoria inmediata del lector, debido a que lo que han leído no son más que antologías de pedantería libresca, en las que el autor de turno nos quiere hablar de lo mucho que ha leído, sin revelarnos, sin ni siquiera ofrecernos nociones, de las razones que lo llevaron a escribir de sus autores favoritos.
En ese punto se diferencia Cueto, porque se desmarca de la pedantería, del yoísmo idiota e insoportable y se dedica solo a exponer con rigor generoso de sus autores y libros preferidos. Leer al Cueto ensayista, articulista y maestro es ser testigos de su amor y compromiso que siente por la literatura. Muchos pueden pregonar amor por la literatura, pero la mayoría de las veces ese supuesto amor es para el balconazo, para una entrevista con fotón incluida o un Book Tour, es decir, hablamos de un amor estratégico porque ayuda a vender. La mentira de ese amor estratégico por la literatura se pone en evidencia cuando son incapaces de mostrar el más mínimo de los compromisos por difundir ese amor por la literatura de la que tanto hablan.
Por esta razón, Cueto goza de una legitimidad literaria que hasta sus más férreos detractores no pueden dejar de reconocer. Cuando le leemos (y escuchamos) sobre tópicos literarios, le creemos, y no hay que hurgar más de la cuenta en esa credibilidad, se siente la verdad literaria entre sus palabras y esa es una experiencia que no solo debemos agradecer, sino también cuidar.
No hay secretos en esta legitimidad literaria. Es que hablamos de amor y compromiso por la literatura, que Cueto eleva a la perdurabilidad en La piel de un escritor.
Se podría pensar que estamos ante un manual para profesores de literatura o de un texto motivador para escritores en ciernes, debido al subtítulo Contar, leer y escribir historias.
Si eso es lo que se piensa, no tienes la más mínima idea de lo que te pierdes.
En La piel de un escritor, Cueto se desata y nos habla del por qué es el escritor que es, nos hace partícipes de ese difícil proceso en el que se forma un narrador de historias.
Pero ante todo, Cueto testimonia de su postura ante la literatura. Y ese testimonio de su postura es lo que asegura la perdurabilidad de la presente publicación. Se colige que no se trata de una postura acomodaticia y para asegurar esa postura, o punto de vista, se vale de su experiencia personal, de todo aquello que lo afectó como ser humano, de sus lecturas que determinaron su poética, de las experiencias que lo llevaron a pergeñar determinadas novelas. Cueto nos habla de sí mismo pero sin hablarnos de él. En esa estrategia descansa la fuerza y el hechizo de La piel de un escritor.
Un libro como este no podría sentirse, ni mucho menos entenderse, sin una voz radical. Conozco muchos textos del autor, he asistido a algunas de sus clases, pero es la primera vez en la que me topo con un radicalismo que le desconocía y que a la vez le agradezco. Ese radicalismo no es más que su apuesta por el registro realista al momento de narrar. Seguramente, más de un cultor de otro registro considere una estrechez de miras del autor, pero no es así, porque Cueto se vale del conocimiento de la tradición a la que pertenece, más la tradición foránea que ha asimilado, para sustentan el por qué se considera un narrador de historias, hecho que lo ha convertido en un investigador de vidas ajenas para configurar sus personajes, en un historiador para ubicar en el espacio y tiempo sus historias, en un reportero a la caza del suceso que en las miradas de los demás pasa desapercibido. Es que eso es lo que tiene que hacer un escritor: saber leer la realidad, leer los detalles. O como bien se dice en estas páginas: el escritor nunca debe perder su capacidad de asombro. Es decir: el escritor que no se asombra es un mero escribiente de anécdotas. Pero ese asombro sirve de poco o nada si no hay un compromiso por parte del narrador, quien tiene que adentrarse en el tópico que lo asombra hasta agotarlo y una vez agotado recién comenzar el proceso de (re)creación.
Estamos ante un autor que ha leído mucho y que tiene suficiente mundo, de ambas experiencias ofrece varios textos de actualidad, como el discurso que se viene empleando en las redes sociales, pero ninguno como “Enseñar. Sembrar. Cartas a los profesores de Lengua y Literatura”, que es, por donde se mire, una abierta apuesta por la lectura, en el que grafica de su poder formativo en la sociedad. Se nos presenta un texto de una actualidad tremenda, puesto que la lectura es el único medio que permitirá rescatar al país de esta próspera bestialidad. Es cierto que el texto fue escrito para los profesores, empero, su onda expansiva llega a todo aquel amante de la literatura convencido de su poder de hechizo y cambio.
He pasado muchas horas tratando de encontrar las palabras, o la palabra, que me ayuden a definir esta última entrega de Cueto. Pero me he dado cuenta de que lo políticamente correcto no sirve de mucho, puesto que no reflejaría el sentir de los no pocos lectores que me han hablado con entusiasmo del libro, entonces me aúno a su verdad emocional: “La piel de un escritor está de la putamadre”.
 
 
Publicado en LPG.

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