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Entre los libros peruanos que he leído
con mucho gusto y placer en los últimos meses, debo mencionar La piel de un escritor (Fondo de Cultura
Económica, 2014) de Alonso Cueto.
Imagino que para no pocos este era el
libro que se esperaba del autor, que aparte de su exitosa trayectoria como
narrador, se sabía también de su faceta de ensayista, articulista y maestro, de
la que había dejado muestra en los muy recomendables Sueños reales y Juan Carlos
Onetti. El soñador en la penumbra, títulos que nos ofrecían las sospechas
razonables de estar ante un ensayista de un vuelo mayor, un Cueto ensayista que
cumplía ese noble propósito de conectarnos con los grandes libros,
alimentándonos con una voracidad lectora que solo consiguen transmitir muy
pocos, labor que solo los elegidos pueden llevar a cabo.
Obvio, muchos escritores pueden sentarse
y escribir de sus libros y autores preferidos, reunir esos textos y publicar un
libro. Pero lo cierto es que muy pocos de esos escritores logran pasar la valla
del olvido, no logran asentarse en la memoria inmediata del lector, debido a
que lo que han leído no son más que antologías de pedantería libresca, en las
que el autor de turno nos quiere hablar de lo mucho que ha leído, sin
revelarnos, sin ni siquiera ofrecernos nociones, de las razones que lo llevaron
a escribir de sus autores favoritos.
En ese punto se diferencia Cueto, porque
se desmarca de la pedantería, del yoísmo idiota e insoportable y se dedica solo
a exponer con rigor generoso de sus autores y libros preferidos. Leer al Cueto
ensayista, articulista y maestro es ser testigos de su amor y compromiso que
siente por la literatura. Muchos pueden pregonar amor por la literatura, pero
la mayoría de las veces ese supuesto amor es para el balconazo, para una
entrevista con fotón incluida o un Book Tour, es decir, hablamos de un amor
estratégico porque ayuda a vender. La mentira de ese amor estratégico por la
literatura se pone en evidencia cuando son incapaces de mostrar el más mínimo
de los compromisos por difundir ese amor por la literatura de la que tanto
hablan.
Por esta razón, Cueto goza de una
legitimidad literaria que hasta sus más férreos detractores no pueden dejar de
reconocer. Cuando le leemos (y escuchamos) sobre tópicos literarios, le
creemos, y no hay que hurgar más de la cuenta en esa credibilidad, se siente la
verdad literaria entre sus palabras y esa es una experiencia que no solo
debemos agradecer, sino también cuidar.
No hay secretos en esta legitimidad
literaria. Es que hablamos de amor y compromiso por la literatura, que Cueto
eleva a la perdurabilidad en La piel de
un escritor.
Se podría pensar que estamos ante un
manual para profesores de literatura o de un texto motivador para escritores en
ciernes, debido al subtítulo Contar, leer
y escribir historias.
Si eso es lo que se piensa, no tienes la
más mínima idea de lo que te pierdes.
En La
piel de un escritor, Cueto se desata y nos habla del por qué es el escritor
que es, nos hace partícipes de ese difícil proceso en el que se forma un
narrador de historias.
Pero ante todo, Cueto testimonia de su
postura ante la literatura. Y ese testimonio de su postura es lo que asegura la
perdurabilidad de la presente publicación. Se colige que no se trata de una
postura acomodaticia y para asegurar esa postura, o punto de vista, se vale de
su experiencia personal, de todo aquello que lo afectó como ser humano, de sus
lecturas que determinaron su poética, de las experiencias que lo llevaron a
pergeñar determinadas novelas. Cueto nos habla de sí mismo pero sin hablarnos
de él. En esa estrategia descansa la fuerza y el hechizo de La piel de un escritor.
Un libro como este no podría sentirse,
ni mucho menos entenderse, sin una voz radical. Conozco muchos textos del
autor, he asistido a algunas de sus clases, pero es la primera vez en la que me
topo con un radicalismo que le desconocía y que a la vez le agradezco. Ese
radicalismo no es más que su apuesta por el registro realista al momento de
narrar. Seguramente, más de un cultor de otro registro considere una estrechez
de miras del autor, pero no es así, porque Cueto se vale del conocimiento de la
tradición a la que pertenece, más la tradición foránea que ha asimilado, para
sustentan el por qué se considera un narrador de historias, hecho que lo ha
convertido en un investigador de vidas ajenas para configurar sus personajes,
en un historiador para ubicar en el espacio y tiempo sus historias, en un
reportero a la caza del suceso que en las miradas de los demás pasa
desapercibido. Es que eso es lo que tiene que hacer un escritor: saber leer la
realidad, leer los detalles. O como bien se dice en estas páginas: el escritor
nunca debe perder su capacidad de asombro. Es decir: el escritor que no se
asombra es un mero escribiente de anécdotas. Pero ese asombro sirve de poco o
nada si no hay un compromiso por parte del narrador, quien tiene que adentrarse
en el tópico que lo asombra hasta agotarlo y una vez agotado recién comenzar el
proceso de (re)creación.
Estamos ante un autor que ha leído mucho
y que tiene suficiente mundo, de ambas experiencias ofrece varios textos de
actualidad, como el discurso que se viene empleando en las redes sociales, pero
ninguno como “Enseñar. Sembrar. Cartas a los profesores de Lengua y
Literatura”, que es, por donde se mire, una abierta apuesta por la lectura, en
el que grafica de su poder formativo en la sociedad. Se nos presenta un texto
de una actualidad tremenda, puesto que la lectura es el único medio que
permitirá rescatar al país de esta próspera bestialidad. Es cierto que el texto
fue escrito para los profesores, empero, su onda expansiva llega a todo aquel
amante de la literatura convencido de su poder de hechizo y cambio.
He pasado muchas horas tratando de
encontrar las palabras, o la palabra, que me ayuden a definir esta última
entrega de Cueto. Pero me he dado cuenta de que lo políticamente correcto no
sirve de mucho, puesto que no reflejaría el sentir de los no pocos lectores que
me han hablado con entusiasmo del libro, entonces me aúno a su verdad
emocional: “La piel de un escritor
está de la putamadre”.
…
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