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Llego a casa algo cansado, pero muy
satisfecho y feliz.
Esta madrugada de domingo se presenta
ideal para el provecho del insomnio, lo que me da tranquilidad pero también
preocupación puesto que muy temprano saldré a correr, cosa que así mataré en
algo todo el veneno que recorre mi cuerpo.
He abusado de la buena comida, he comido
y vengo comiendo como todo un voraz adiposo. Me he entregado a los placeres
gustativos y al saboreo lento.
Aprovecho pues en revisar mi correo
electrónico. También me conecto al Face para ver algunos mensajes de Inbox.
En Face uno de mis contactos me brinda
un enlace a una entrevista a Matías Rivas, el director de Ediciones Universidad
Diego Portales, o Ediciones UDP, a secas.
Leo la entrevista.
Me es imposible no comparar.
O sea, me pregunto si habrá en el Perú
algún editor que al menos pueda exhibir la vigésima parte de Rivas.
No es la primera vez que leo/veo/escucho
una entrevista a este editor, de quien puedo decir que, aparte de tener las
cosas claras como editor, es coherente en sus facetas literarias e
intelectuales. No le huye a la discrepancia y mientras siga fundamentando sus
posturas, bien puede opinar de lo que guste sin importar de a quién vayan a
incomodar sus opiniones.
Como dije, me es imposible no comparar.
Y me apena hacerlo, porque tengo muchos
conocidos y algunos amigos editores.
El punto es tan triste como simple: no
tenemos editores que apuesten por un compromiso real en pos de la difusión del
consumo del libro y el hábito de la lectura.
Todo indica que en vez de editores
humanistas, lo que tenemos son más bien editores tecnócratas. Peor aún: tenemos
editores a los que les importa más las relaciones públicas. En esta
clasificación no se salva ninguno, absolutamente nadie.
Basta verlos, escucharlos, leer sus
comunicados para darse cuenta de que cuidan muy bien sus palabras, con mayor
razón cuando se trata de una posible dádiva del poder político de turno. Por
ejemplo: no me sorprende su nulo cuestionamiento a la nefasta política del
Ministerio de Cultura, que tiene una Dirección del Libro y la Lectura que más
parece un centro de lobbistas que uno en el que deberían discutirse políticas
que ayuden a hacer accesible el libro a los hombres y mujeres del país.
La manera en la que ha estado obrando
esta Dirección del Libro y la Lectura es, por decirlo suave, pésima. Los
editores peruanos lo saben bien, pero callan. Este silencio no obedece a una
falta de recursos intelectuales que les impida forjar quejas razonables y
propuestas realistas. No, ese silencio es por demás rastrero y acomplejado, con
una mano extendida y la otra detrás. Por esas benditas dádivas son capaces de
aguantar los más crudos vejámenes y humillaciones y los más abiertos ninguneos.
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