182
Ayer sábado, en un alto al ajetreo
ferial, me puse a mirar el mar y prendí un cigarrito. Observaba sin observar el
mar. Tenía en mis manos un par de libros, uno que siempre me acompaña en días
feriales, que lo puedo leer en desorden y que a la fecha me resulta inagotable,
Dietario voluble de Vila-Matas. El
otro, que prefiero no mencionar, por el momento, hizo que soltara una carcajada
ni bien terminara su primer párrafo.
Estaba sentado, despreocupado, untándome
bloqueador.
Se supone que no pasaría mucho tiempo
para volver al stand de Selecta, pero tuve una inesperada conversa con una niña
de no más de siete años. Ella había venido con su mamá, que se encontraba
revisando un par de poemarios de la colección El manantial oculto.
La niña me miraba. Yo la miraba. La niña
miraba mi rostro pero también el brazo derecho, sus ojos estaban fijos en mi
codo.
Le sonrío. Me devuelve la sonrisa.
Ella no demora en señalarme el codo.
Pensé un par de segundos antes de
hacerlo, pero al final me animé, sabiendo de la inminente sorpresa que se
dibujaría en su carita. Cogí el borde del polo y me lo subí.
La niña pudo ver las cicatrices de mi
codo y parte del brazo.
La niña abrió los ojos. Los abrió más.
Su boca abierta. Nunca había visto tanto horror.
Le dije que tenga cuidado con los gatos,
puesto que los gatos pueden ser nuestros cómplices, pero también son peligrosos
cuando los fastidiamos en su estado “alterado”. Le pregunté si tenía gatos y
ella asintió. “Por eso, ten cuidado con los gatos”.
Me levanté y me acerqué donde su madre y
le hice la boleta de los dos libros de El manantial oculto que compró.
Madre e hijita se fueron.
Hace años, muchos años, llegó a mi casa
Nesho, un gatito blanco con manchas negras.
Aunque en un principio no lo quise,
Nesho se convirtió en mi mejor amigo. He leído mucho y escrito mucho con él a
mi lado. Obviamente, no será en este post en que escriba su historia, porque
Nesho tiene su historia.
Un año antes de que Nesho nos dejara,
Nesho me atacó y él es responsable de las cicatrices que tengo en mi codo derecho,
que para algunos son el testimonio de una reyerta juvenil.
Nesho era un Don Juan, las gatas lo
buscaban, solo a él entre todos los gatos del barrio. Cierta noche, madrugada
mejor dicho, me disponía a dormir. Nesho no estaba en casa y no quería
levantarme para abrirle la puerta horas después. Entonces salí a buscarlo al
parque. Cuando lo vi me acerqué y muy cerca de él una gata en celo lo llamaba
con jadeos. Nesho se acercaba despacio, pensé en dejarlo en su faena, en su
salvaje estado alterado, pero no quería interrumpir mi sueño al tener que
abrirle la puerta horas después, con mayor razón con lo mucho que me cuesta
dormir.
Lo cogí del cuello y lo llevé a la casa.
Mientras lo cargaba, su cuerpo temblaba, como si se estuviera electrocutando.
Cerré la puerta y caminaba a mi
habitación.
Nesho se prendió de mi brazo, dejándolo
ensangrentado.
Hice lo que tuve que hacer: curarme lo
mejor que podía. Lavé la herida, la desinfecté y vendé mi codo.
No me hice problemas. La culpa había
sido mía, por idiota, sin duda.
Me acosté.
Al levantarme, Nesho estaba durmiendo en
el felpudo y me reclamó su desayuno.
Nada había cambiado.
1 Comentarios:
Miércoles Gabriel que tal cicatríz debe ser esa xd.
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal