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Terminé de leer la última novela de
peruano Jorge Eduardo Benavides hace un par de meses. Estuve a nada de
comentarla en el instante, pero la experiencia me ha enseñado, al menos en lo
que a mí respecta, que reseñar un libro inmediatamente es lo peor que se puede
hacer. Esta experiencia la he tomado como un principio con el que intento
cuidar mi verdad emocional.
Desde la publicación de su primera
novela, Los años inútiles, no había
vuelto a sentir una euforia literaria como la que el autor me ofrece en El enigma del convento (Alfaguara,
2014). En ese hiato, cinco títulos suyos me dejaron en una especie de
indefinición, tampoco es que pida que todos los libros de un autor sean buenos
o por lo menos interesantes, cosa que sería un despropósito, sino que no dejaba
de percibir en Benavides un exagerado tributo literario a Vargas Llosa que
mataba su nervio narrativo, ese nervio narrativo que a fin de cuentas es lo que
sostiene el andamiaje de la estructura y que guía el sentido de la técnica en toda
obra de fición. Lógico, no hay nada de pernicioso en la influencia de Vargas
Llosa, hasta soy de la idea de que no debe existir escritor peruano ajeno a su
legado narrativo. En realidad, todos los que estamos inscritos en la tradición
de la narrativa peruana, somos soberanos hijos del autor de Conversación en La Catedral. Pero como
dije líneas atrás: lo de Benavides fue exagerado, demoró en darse cuenta que el
mejor tributo literario era el parricidio.
Las
cosas empezaron a cambiar con su novela Un
asunto sentimental, un buen alejamiento de la influencia, una apuesta por
un registro propio y quizá una de las mejores novelas de corte metaliterario
(sin serlo del todo) que haya leído en los últimos años. De paso, imagino que
esta novela habrá sido una cachetada para los aventureros del registro
metaliterario que aún andan confundidos con lo que precisamente es el registro
metaliterario.
En El
enigma del convento, Benavides se desata. Y eso es lo que siempre voy a
esperar de un escritor con oficio y talento, que se desate. Oficio y talento es
lo que siempre he visto en Benavides, incluso en sus títulos que no me han
convencido. La presente novela se nos presenta complicada. Podría creerse que
es una novela histórica, que lo es, pero lo es en funcionamiento de coraza, de
inteligente pretexto que nos permite adentrarnos en la pulsión de sus
personajes que transitan la angustia del quiebre, del rompimiento, que
sustentan el contexto mayor: el de las guerras de independencia. En este
sentido, se saluda la fina inteligencia de Benavides, puesto que nos hace
partícipe de una época partiendo de la angustia individual. Hay pues un
sentimiento de alejamiento que canaliza el temor y los afanes conspirativos de
aquellos que no lo quieren perder todo y que ante ese futuro próximo son
capaces de todo, de empeñar conciencias y la poca integridad que les queda. No
por nada, el autor es un experimentado maestro de talleres literarios. Funde
registros, como el de la novela amorosa, el de la novela de misterio, el de la
novela de aventuras. El paso entre estos registros no es menos que magistral.
Si te enfrentas a una novela de este
autor, no esperes una novela lineal, fácil. Pasa de esta. No te hagas
problemas. Lo que siempre voy a destacar de él es su aliento ambicioso que he
visto hasta en sus títulos más irregulares, aliento ambicioso que a veces le ha
jugado una que otra mala pasada, pero que a fin de cuentas se trata de una
marca, una apuesta por una opción que muchas plumas rehúyen en pos del
simplismo. O sea, hablamos de honestidad creativa.
Estamos ante uno de los pocos escritores
latinoamericanos, entre tanto paquete sobrevalorado, al que sí deberíamos
llamar un “muy buen escritor”. Por donde se le mire, El enigma del convento es una novela que se hace merecedora de
todos los reconocimientos y saludos que viene recibiendo, y lo mejor: no es la
mejor novela de su autor. Ergo: lo mejor está por venir.
…
Publicado en Siglo XXI.
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