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Hace una semana terminé la lectura de Un hombre flaco (Ediciones UDP, 2014)
del periodista peruano Daniel Titinger.
Se trata de una publicación que se deja
leer con mucho placer y que nos brinda un retrato muy descarnado de uno de los
mayores escritores latinoamericanos del siglo XX, Julio Ramón Ribeyro.
Como lector, me alegra que la figura de
Ribeyro comience de a pocos, y a paso firme, a insertarse en el imaginario
literario en castellano. Si hay un narrador que debe figurar entre las voces
mayores de nuestra tradición literaria, esa voz es precisamente la de Ribeyro,
que no solo llevó a una cima inalcanzable el registro del cuento, sino que fue
un visionario en cuanto a las grandes posibilidades que nos brinda el registro
del diario, en donde, a mi parecer, está el mejor Ribeyro.
Lo que se propone Titinger es acercarnos
a la leyenda que tenemos del escritor. Para ello se vale de los testimonios de
sus amigos cercanos, como también los de su viuda Alida y su hijo Julio Ramón.
Viéndolo de lejos, como imagino que tienen que verse este tipo de perfiles,
Titinger consigue documentar lo que se decía en voz baja de nuestro escritor,
colocando sobre la mesa el chisme, el chisme que a fin de cuentas nos permite
conocer a un hombre que lo único que quiso hacer en la vida fue sobrevivir y no
necesariamente por medio de la escritura literaria.
En estas páginas, somos partícipes de un
hombre sumamente depresivo, que se dio tiempo y se alimentó de fuerzas para
escribir los cuentos que escribió. Si a esta depresión le sumamos su carácter
tímido, pues accedemos a una sensibilidad marcada por el desarraigo, desarraigo
que bien radiografían, por ejemplo, Alfredo Bryce, Fernando Ampuero, Guillermo
Niño de Guzmán, como también Alida de Ribeyro, a quien el autor del libro junto
a Jorge Coaguila entrevistaron en París. Con ella se tuvo que luchar un poco
más, pues se nota que la sudaron para taladrar esa muralla de estoicismo
selectivo. Leer lo que dice la viuda también nos permite ingresar a una
instancia de un Ribeyro íntimo, un Ribeyro que sufría de sí mismo y que solo
pudo conocer la plenitud en sus últimos años.
Si tenemos que hablar del personaje real
de la presente publicación, ese personaje es, sin duda, Alida. Leemos su
testimonio y una mujer como esta no hace sino generar en el lector una
avalancha de sentimientos encontrados. Llegamos a entender, más no justificar,
la razón de su negativa a permitir lo que falta publicar de los diarios de su
esposo. Alida, en sus silencios, en sus frases cortantes, dice mucho, como si
en su respiro contenido no quisiera revelar una verdad incómoda. Por otro lado,
mientras ella y su hijo más se esfuerzan en desestimar lo no publicado de los
diarios de Ribeyro, refuerzan, y la leyenda con relación a los diarios no
publicados. Pero tampoco podríamos obviar las últimas horas de vida de Ribeyro
y lo que Alida le decía en su agonía, párrafos que nos ponen en otra dimensión
a la mujer que también sufrió como su esposo y que tomó la saludable decisión
de permitir que él haga su vida sin ella.
Aunque nos hubiese gustado que Titinger
se arriesgue más como autor, en muchos párrafos se muestra como un actor
demasiado pasivo, temeroso de opinar, lejano a polemizar, dedicado solo a
consignar. Sin embargo, ello no atenta contra el alcance de Un hombre flaco, un perfil que traerá
más de una encendida polémica, puesto que más de un testimonio no son más que
camufladas bombas Molotov, que cumplen su objetivo: que hablemos de Ribeyro
para luego ir a sus libros.
Como bien se dijo líneas arriba. La obra
y figura de Ribeyro comienzan de a pocos a dejar esa parcela de autor secreto
(no para Perú, obviamente), de escritor de minorías y lo que es peor, de
escritor para escritores. Esta suerte de renacimiento no nace de la nada, sino
de una apuesta editorial y literaria no sujeta a meros intereses comerciales.
Si bien es cierto que la UDP de Chile edita por primera vez un libro sobre
Ribeyro, no se trata de un autor ajeno para este sello. Recordemos que hace un
par de años publicó/rescató La caza sutil,
el célebre (y casi inubicable hasta entonces) libro de ensayos literarios de
nuestro escritor, edición que contó con doce textos más. No me sorprende que
editores/lectores de otros países valoren a nuestros escritores referenciales.
Aquí poco o nada hacemos por difundirlos. Claro, esta situación tiene que
cambiar, a lo mejor a la fuerza. Imagino que las cosas empezarán a cambiar
cuando nuestros editores locales se preocupen más en leer en lugar de ser ases
de la calculadora, tiburones de presupuestos, maestros de las relaciones
públicas, buscadores de invitaciones feriales, carteristas solapas, amantes de
la foto histórica.
…
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