viernes, enero 02, 2015

214

Me levanto tarde, relativamente tarde. Sé que no abriré la librería. 
Anoche hacía zapping y encontré en Fox Classics una película de 1987, No Way Out, dirigida por Roger Donaldson, de quien no había escuchado absolutamente nada. No así de con sus protagonistas Kevin Costner, Gene Hackman, Sean Young y Will Patton. 
No me arrepentí de haber dejado para después el docudrama de Nick Cave. Siempre, cada vez que empiezo el año, quiero hacerlo con divertimento. No, no es que me superficialice, por allí no va mi tema, lo que pasa es que necesito llegar lo más fresco y despejado de mente para recién nutrirme de registros un poco más densos, debo ser un recipiente vacío. Como un recipiente vacío empiezo todos los años, o trato, en última opción, de empezar vacío, sin ninguna carga y de esta manera dejarme llevar. 
Después de ver la película me serví un café y comencé a revisar mi cuenta de Facebook y mi correo electrónico. Más de un amigo me felicitó por el recuento literario que se publicó en LPG. Primero, agradezco a las personas que les ha gustado el recuento, como también a los que no les gustó y que gracias a ello se han dedicado a insultarme a diestra y siniestra, aprovechando la valentía que ofrece el medio virtual. Pero no me hago problemas, que cunda el amor y la paz en las letras peruanas del 2015. 
Que quede claro: no me considero crítico literario. No paso más allá de la mera impresión y he recalcado ese detalle más de una vez. Ocurre que hay ciertos personajillos que se sienten amenazados, cuando no deberían estarlo, porque no hay ninguna amenaza de mi parte, así que por el bien de ellos, en lugar de ver cosas donde no las hay, deberían preocuparse por su falta de credibilidad y legitimidad en sus opiniones literarias, que, felizmente, no es mi problema. 
Lo que sí lamento es no haber sido del todo justo con algunos títulos. Como bien indiqué hace algunos días, este asunto de los recuentos es una guerra contra el olvido. Mientras respondía algunos mails, caí en la cuenta de que me había olvidado de una novela que me había gustado; pese a sus imperfecciones, El hombre de Pompeya de Carlos García Miranda tuvo que ser incluida en mi recuento. Me pregunté por qué la omití si era una novela que la tenía presente antes de mi sentada de tres horas. Busqué, como siempre hago en estas circunstancias, culpables. Había que dar con los factores externos que siempre aturden la zona sensible de mi memoria emocional. Como siempre, la culpa fue del Golden Acapulco.

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