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Un día de mucho calor. Al menos eso es
lo que puedo sentir al mediodía, cuando faltó poco para cerrar la librería para
irme a tomar un par de chelas al Don Lucho. Del CD Player escuchaba una
selección de éxitos noventeros. Por un momento me sentí como si estuviera en
Yakana Bar. No era para menos, puesto quien haya grabado esa selección tenía en
mente casi todas las canciones de James.
Atendía algunas llamadas desde el
teléfono fijo de la librería, teléfono que desde hace una semana me está generando
problemas, ya que está malogrado, gracia que me obliga hablar por el altavoz,
es decir, lo que me dicen se escucha hasta la misma pista de Quilca.
En esas estaba, apuntando lo que se me
dictaba, cuando recibo la visita del buen José,
poeta/narrador/cronista/novelista, con quien empiezo hablar de lo que más nos
gusta, nuestras posibles buenas lecturas en común, como también de lo último
que se viene escribiendo en la narrativa peruana. De paso, le confieso que he
tenido problemas para armar el discurso de la reseña de Kymper de Miguel Gutiérrez. Me cuesta mantener la primera impresión
de cuando leí la novela en diciembre pasado. Esto me hace pensar en las
mentiras que genera el apuro reseñístico. Ojalá mañana, que amanezca más fresco
y con ideas claras, me ponga de una vez a escribir la reseña de aquella novela
que fue elegida como la mejor del 2014.
Seguí hablando con José.
José ha leído mucho y eso siempre me
gustará de él, de su vida dedicada a la literatura, a leer con una voracidad
que no mengua pese a las inevitables responsabilidades familiares.
El tiempo transcurría y durante un momento
barajé la idea de invitarlo a almorzar, quizá un tallarín verde en el Queirolo.
Pero José no paraba de hablar de las narradoras chilenas que le gustan tanto,
de por qué no pega como tendría que pegar la narrativa del yo en la narrativa
peruana actual, de por qué creemos que escribir bonito es hacer literatura. No
podía estar más que de acuerdo con las cosas que decía, porque a mí me gustan
también las narradoras chilenas, porque también es evidente que la narrativa
del yo fracasa entre nosotros, con mayor razón cuando ese registro viene
condimentado con un exasperante optimismo, y ni hablar de esa idea de que
escribir bonito es hacer literatura, cuando lo axiomático es que los que
escriben bonito no tienen absolutamente nada que decir.
Me despido de José. José se va
tranquilo, pero cansado, como si lo que hubiera querido decir en las semanas
que estuvo en Lima recién lo pudo decir en la visita que me hizo. Vale.
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