lunes, marzo 09, 2015

"crimen, sicodelia y minifaldas"

Aunque no tengamos una tradición de libros escritos al alimón, debemos reconocer que de lo poco, tenemos muy buenos títulos que bien haríamos en repasar después de la fiebre mediática que suscitaron cuando aparecieron. Al respecto, pienso en los dos libros que han firmado José Carlos Yrigoyen y Carlos Torres Rotondo: Poesía en rock (Altazor, 2010) y Crimen, sicodelia y minifaldas (Mutantes, 2014). 
Del primero podemos aseverar que es un clásico contemporáneo, cuya condición de clásico no se dio desde el pitazo inicial de su aparición, sino desde antes de publicarse. Se hablaba pues de ese libro que desgranaría las idas y venidas de los movimientos y grupos poéticos setenteros y ochenteros. La fuerza del libro descansa en un extraño poder que muy pocas veces podemos hallar en los libros de hoy: en la posibilidad de afianzar convicciones para todo poeta y escritor en ciernes, como también el hecho de desengañarse ante las trampas de la emoción. Obviamente, no hablo de un libro perfecto, por el contrario, es uno sumamente imperfecto, polémico, de cuyas resonancias se seguirá hablando durante buen tiempo, ya sea desde el estrado de un centro cultural o desde las mesas de ciertos bares del Centro Histórico y Barranco. 
Poesía en rock es un librazo que todo lector interesado en el devenir de la literatura peruana contemporánea debe leer. Ahora, este potencial interesado la tendrá que sufrir porque no le será fácil encontrar esta publicación, a la fecha casi agotada. Con algo de suerte se podrá encontrar por allí, pero lo cierto, y me perdonarán la infidencia los que tienen que perdonarme: no volverá a editarse nunca más. Ocurre que los autores han decidido hacer lo que el “Zorrito” Aguirre no hizo luego del partido por la Copa Libertadores del 2010 ante Estudiantes de La Plata: retirarse por la puerta grande. 
Ni hablemos de las leyendas literarias que ha generado. Me explico: más de un académico, y de los serios, que ha trabajado en comités de selección de concursos literarios, me ha jurado que en una pasada Bienal del Copé de Novela se presentó una novela que era la continuación de Poesía en rock, y para redondear el detalle: esta novela la firmaban Torres Rotondo e Yrigoyen (si no lo sabes, hasta en los celestiales predios del Copé se abren los sobres para saber quién concursa, claro, luego se cierra el sobre y como si las huevas). Movido por la curiosidad le pregunté a uno de los autores de Poesía en rock cuán cierto era este dato. Era una pregunta retórica, pero quise suscitar la indignación de mi interpelado. La respuesta fue negativa y le creí. 
Conozco a Torres Rotondo e Yrigoyen, son mis amigos. No me los imaginaba haciendo en silencio la segunda parte de su celebrado libro, ahora en clave de ficción para mandarlo a un concurso. Lo que pasa es que uno no es responsable de sus entenados literarios y, valgan verdades, son pocos los escritores que bien pueden decir que tienen entenados literarios. 
El camino a la referencialidad de Crimen, sicodelia y minifaldas será un poco más lento y me parece bien que sea así, que demore en asentarse en la referencialidad. Esta publicación no debe admitir posero en su rebaño, puesto que lo peor que le puede ocurrir a un libro como este es que tenga seguidores que no exhiban el suficiente compromiso con lo que se nos cuenta en estas páginas condimentadas con ironía y sabiduría, ironía y sabiduría que bien son los sellos de sus autores. 
Desde el título y el subtítulo Un recorrido por el museo de la serie B en el Perú. 1956 – 2001, nos acercamos a la idea central de lo que se nos ofrece: una suerte de recuento de lo mejor de lo peor de lo que se ha hecho en cine, pero también en narrativa y cómic. Es decir, encontramos la disección de poéticas llevadas al extremo del mal gusto, pero que en ese mal gusto es posible detectar una estética, un discurso que con el tiempo se ha legitimado desde la periferia, huyendo del reconocimiento del oficialismo cultural. Entonces, lo que experimentamos al leer es preguntarnos más de una vez qué ha sido de esas películas, libros y creadores. A saber: ¿En realidad Leonidas Zegarra es nuestro Ed Wood? ¿Cómo conseguir sus películas? ¿Es posible que Zegarra tenga hijos cinematográficos en el interior del país? ¿Es Carlos Carrillo el “Satanás” de la narrativa peruana contemporánea? ¿A lo mejor el narrador más honesto entre tanto payaso lobbista que usa sus libros para tarjetear y así ser invitado a una feria internacional o regional? 
Obviamente, uno se hace más preguntas. Prácticamente todas las páginas generan preguntas, uno cuestiona la veracidad de los datos, y es precisamente ese cuestionamiento el triunfo de la publicación. Ese cuestionamiento lleva al lector interesado a ir tras los datos que se nos ofrecen, o sea, hurgar en las fuentes y sentir la epifanía de su valor cuando te das cuenta de que existe, es real, lo que se nos estaba contando. 

… 

Publicado en LPG

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