"crimen, sicodelia y minifaldas"
Aunque no tengamos una tradición de
libros escritos al alimón, debemos reconocer que de lo poco, tenemos muy buenos
títulos que bien haríamos en repasar después de la fiebre mediática que
suscitaron cuando aparecieron. Al respecto, pienso en los dos libros que han
firmado José Carlos Yrigoyen y Carlos Torres Rotondo: Poesía en rock (Altazor, 2010) y Crimen, sicodelia y minifaldas (Mutantes, 2014).
Del primero podemos aseverar que es un
clásico contemporáneo, cuya condición de clásico no se dio desde el pitazo
inicial de su aparición, sino desde antes de publicarse. Se hablaba pues de ese
libro que desgranaría las idas y venidas de los movimientos y grupos poéticos
setenteros y ochenteros. La fuerza del libro descansa en un extraño poder que
muy pocas veces podemos hallar en los libros de hoy: en la posibilidad de
afianzar convicciones para todo poeta y escritor en ciernes, como también el
hecho de desengañarse ante las trampas de la emoción. Obviamente, no hablo de
un libro perfecto, por el contrario, es uno sumamente imperfecto, polémico, de cuyas
resonancias se seguirá hablando durante buen tiempo, ya sea desde el estrado de
un centro cultural o desde las mesas de ciertos bares del Centro Histórico y
Barranco.
Poesía
en rock
es un librazo que todo lector interesado en el devenir de la literatura peruana
contemporánea debe leer. Ahora, este potencial interesado la tendrá que sufrir
porque no le será fácil encontrar esta publicación, a la fecha casi agotada. Con
algo de suerte se podrá encontrar por allí, pero lo cierto, y me perdonarán la
infidencia los que tienen que perdonarme: no volverá a editarse nunca más.
Ocurre que los autores han decidido hacer lo que el “Zorrito” Aguirre no hizo
luego del partido por la Copa Libertadores del 2010 ante Estudiantes de La
Plata: retirarse por la puerta grande.
Ni hablemos de las leyendas literarias
que ha generado. Me explico: más de un académico, y de los serios, que ha
trabajado en comités de selección de concursos literarios, me ha jurado que en
una pasada Bienal del Copé de Novela se presentó una novela que era la
continuación de Poesía en rock, y
para redondear el detalle: esta novela la firmaban Torres Rotondo e Yrigoyen
(si no lo sabes, hasta en los celestiales predios del Copé se abren los sobres
para saber quién concursa, claro, luego se cierra el sobre y como si las
huevas). Movido por la curiosidad le pregunté a uno de los autores de Poesía en rock cuán cierto era este
dato. Era una pregunta retórica, pero quise suscitar la indignación de mi
interpelado. La respuesta fue negativa y le creí.
Conozco a Torres Rotondo e Yrigoyen, son
mis amigos. No me los imaginaba haciendo en silencio la segunda parte de su
celebrado libro, ahora en clave de ficción para mandarlo a un concurso. Lo que
pasa es que uno no es responsable de sus entenados literarios y, valgan
verdades, son pocos los escritores que bien pueden decir que tienen entenados
literarios.
*
El camino a la referencialidad de Crimen, sicodelia y minifaldas será un
poco más lento y me parece bien que sea así, que demore en asentarse en la
referencialidad. Esta publicación no debe admitir posero en su rebaño, puesto
que lo peor que le puede ocurrir a un libro como este es que tenga seguidores que
no exhiban el suficiente compromiso con lo que se nos cuenta en estas páginas
condimentadas con ironía y sabiduría, ironía y sabiduría que bien son los
sellos de sus autores.
Desde el título y el subtítulo Un recorrido por el museo de la serie B en
el Perú. 1956 – 2001, nos acercamos a la idea central de lo que se nos
ofrece: una suerte de recuento de lo mejor de lo peor de lo que se ha hecho en
cine, pero también en narrativa y cómic. Es decir, encontramos la disección de
poéticas llevadas al extremo del mal gusto, pero que en ese mal gusto es posible
detectar una estética, un discurso que con el tiempo se ha legitimado desde la
periferia, huyendo del reconocimiento del oficialismo cultural. Entonces, lo
que experimentamos al leer es preguntarnos más de una vez qué ha sido de esas películas,
libros y creadores. A saber: ¿En realidad Leonidas Zegarra es nuestro Ed Wood?
¿Cómo conseguir sus películas? ¿Es posible que Zegarra tenga hijos
cinematográficos en el interior del país? ¿Es Carlos Carrillo el “Satanás” de
la narrativa peruana contemporánea? ¿A lo mejor el narrador más honesto entre
tanto payaso lobbista que usa sus libros para tarjetear y así ser invitado a
una feria internacional o regional?
Obviamente, uno se hace más preguntas.
Prácticamente todas las páginas generan preguntas, uno cuestiona la veracidad
de los datos, y es precisamente ese cuestionamiento el triunfo de la publicación.
Ese cuestionamiento lleva al lector interesado a ir tras los datos que se nos
ofrecen, o sea, hurgar en las fuentes y sentir la epifanía de su valor cuando
te das cuenta de que existe, es real, lo que se nos estaba contando.
…
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