sábado, marzo 07, 2015

253


El viernes me levanté temprano y salí a correr. Eran las seis de la mañana y el sol todavía no aparecía. La losa del parque lucía libre de ocupantes. A la mitad de la primera vuelta empecé a sentir el aniego del sudor. Eso era lo que necesitaba, sudar todo lo posible. La consigna: matar las toxinas que vienen envenenando mi cuerpo desde hace un par de semanas.
No hice las veinte vueltas de rigor. Solo quince. Debía cronometrar mi tiempo y me conozco cuando me sobrepaso. Al final, siento que las cosas se me juntan y no hay nada que deteste más que hacer las cosas apuradas.
Tomé un duchazo y me alisté para avanzar el libro del que ya acabé el primer capítulo. Me entusiasma este libro. Sin exagerar, creo que nadie en este país está en condiciones de escribir un libro como este, que no es de ficción, pero sí un híbrido. Uso las técnicas narrativas en pos de un fin de no ficción. Solo de esta manera avanza el propósito del libro, avanzo el libro como tal, porque en el híbrido me siento cómodo, como un malcriado pez en el agua salada.
Cuando digo que nadie más puede escribir este libro, hago hincapié en su contenido. Sin duda, hay gente más preparada que yo en los oficios narrativos que bien pueden hacer uso de los mecanismos de la ficción al servicio de la crónica y el reportaje. No, por allí no va el asunto. A lo mejor, detrás de mí haya tres o cuatro más experimentados que yo. Pero del tema que aborda este proyecto depende de una voz imparcial, o llamémosla, una voz suicida que meta el dedo en la llaga, a la que no le importe quedar bien con nadie, sino ser fiel a su conciencia y coherencia, detalles, aspectos, que hoy en día son tan difíciles de honrar.
En esas estoy, aprovechando las primeras horas del día. Pero tengo que dejar de teclear. Escucho los maullidos de Silvestre. Por lo general, él no maúlla en las mañanas, solo dedica a esperar a que uno de nosotros abra la puerta trasera de la casa. 
Como los maullidos eran insistentes, salí a abrirle puerta.
Me costó reconocer a mi gato. Estaba sucio y con heridas. Había estado haciendo de las suyas, seduciendo gatas, dejando su semilla entre las gatas del barrio, gatas que se pintan de niñas bien, según sus dueñas, pero que al final, lo cierto, es que ellas buscan a Silvestre. Lo cogí del lomo y sentí su debilidad. Le di de beber y le serví sus galletas. Bebió y comió a las justas. Al rato lo acomodé en su cama y se quedó dormido, profundamente dormido.

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