miércoles, marzo 18, 2015

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Estos últimos días han sido los más calurosos, los más en años. Qué bestia. Por un momento barajé la idea de tirar la toalla, regresar a mi casa y no salir de la ducha hasta la noche. Llegará el día en que las horas laborables se realizarán en dos tandas, dejando un buen espacio libre para el hueveo y el ocio. 
A lo mejor, eso es lo que necesitamos, más tiempo para el hueveo y el ocio. Pero a la fuerza. 
Si en Lima, el ciudadano promedio es una bestia, impresión que tengo cada día al ver su comportamiento, desde cuando mira o cuando saluda, peor en estos meses en los que el calor eleva los ánimos, anula la inteligencia, mata la tolerancia y reprime los buenos modales. Entonces, gracias al calor uno podrá tener tiempo para sí mismo, pero en la quietud, adquiriendo una calma a la mala, viendo pasar las horas y en ese transcurso del tiempo podría llegar el milagro: el cuestionamiento de sí mismo, el lavado mental y emocional, la limpia de la suciedad ectoplasmática que nos regalan el apuro y la prisa. 
El apuro y la prisa, como también la ausencia de silencio, hacen del limeño promedio una bestia en potencia. Si a esta bestia en potencia le sumas capacidad adquisitiva, como que poco o nada se puede esperar para el futuro hombre/mujer de la ciudad. 
Si me pidieran un ejemplo de lo que estoy hablando, bien podría valerme de uno irrefutable, de un ser que bien puede reflejar al limeño del siglo XXI en todo su esplendor. Hombre de mentalidad tecnócrata, profesional con honores, carente de verbo, esclavo del inmediatismo, enemigo de las ideas, conservador ultramontano. Claro, hablo del mandamás de la ciudad, involuntario obsequio de Susana Villarán. Esa es la verdad.

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