viernes, marzo 13, 2015

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Un amigo me pregunta por qué no escribo mi artículo “¿Qué ha pasado con mi generación?”. 
En cierta ocasión le comenté mi decepción sobre el papel lustrabotista que viene demostrando más de un compañero generacional, que por nada ha hipotecado su opinión, sabiendo ahora con quién deben y no deben meterse, guiados por la estrategia, por el favor presupuestado que esperan recibir algún día, sin importar si ese favor se da en el corto o largo plazo. 
Me consta. 
Nadie me dice nada. 
Veo su espectáculo circense. Con ver me basta. 
Al respecto no digo nada, porque hacerlo será una pérdida de tiempo y yo valoro mucho mi tiempo, que lo dedico exclusivamente a leer. 
Pero me resulta imposible pasar por alto algunas de sus incoherencias, por ejemplo, cuando abren el hocico para hablar de política y moral. El discurso político con teleobjetivo, cuidando muy bien sus palabras, aderezando la opinión que más guste al personal, ajustándose a la moda, a lo que opinen los gurús, con mayor razón si de este gurú dependa la firma de una gollería. 
No, señores, por allí no va la legitimidad. 
Tienen tan poca memoria que no se acuerdan cómo han terminado los Reyes de la Diplomacia de la Literatura Peruana. Así terminarán, como los otrora reyes, si es que no se desahuevan ya. 
Sé que leen este blog, sé que no viven su día sin antes darse una vuelta por este espacio y detectar algún mensaje encriptado, cuando mensajes encriptados no hay aquí, porque carezco del talento para esos fines. Pero bueno, así es la vida, no me queda otra que repotenciar la carencia y así tener algo que decir, porque eso es la literatura, que la podemos notar en cualquier formato, así sea en un minúsculo blog como este. 
Pensaba en este post mientras ayudaba anoche a un colectivo de amantes de los animales, en especial de los gatos. Los encontré por casualidad en Alfonso Ugarte, ubicados a las afueras de Metro. Los vi y me acerqué. Dejé de lado lo que pensaba comprar en Metro. Eran dos patas y una flaca que se turnaban el megáfono, pidiéndole a la gente que adoptaran un gatito vacunado y desparasitado. Más de uno(a) se acercaba y veía a los gatitos con dulzura pero sin decisión de llevárselos. Entonces, hice mi labor y como quien conversa por conversar les decía de la responsabilidad que conlleva criar un gatito y para rematar mi discurso al vuelo, contaba de cómo fue que tuve a mi primer gato, Nesho, que me acompañó por diez años. 
Con mi intervención se fueron tres gatitos a su nuevo hogar. Un gatito no solo te humaniza, también te desahueva, te ayuda a ver la vida de otra manera, como el dejar que las cosas fluyan de manera natural, sin forzar ni apurar nada. Cuando me fui, no dejaba de pensar en que mis compañeros generacionales también necesitaban de un gatito, gatito al que no harían favor, sino que el gatito les haría el favor a ellos.

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