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Un amigo me pregunta por qué no escribo
mi artículo “¿Qué ha pasado con mi generación?”.
En cierta ocasión le comenté mi
decepción sobre el papel lustrabotista que viene demostrando más de un
compañero generacional, que por nada ha hipotecado su opinión, sabiendo ahora
con quién deben y no deben meterse, guiados por la estrategia, por el favor
presupuestado que esperan recibir algún día, sin importar si ese favor se da en
el corto o largo plazo.
Me consta.
Nadie me dice nada.
Veo su espectáculo circense. Con ver me
basta.
Al respecto no digo nada, porque hacerlo
será una pérdida de tiempo y yo valoro mucho mi tiempo, que lo dedico
exclusivamente a leer.
Pero me resulta imposible pasar por alto
algunas de sus incoherencias, por ejemplo, cuando abren el hocico para hablar
de política y moral. El discurso político con teleobjetivo, cuidando muy bien
sus palabras, aderezando la opinión que más guste al personal, ajustándose a la
moda, a lo que opinen los gurús, con mayor razón si de este gurú dependa la
firma de una gollería.
No, señores, por allí no va la
legitimidad.
Tienen tan poca memoria que no se
acuerdan cómo han terminado los Reyes de la Diplomacia de la Literatura Peruana.
Así terminarán, como los otrora reyes, si es que no se desahuevan ya.
Sé que leen este blog, sé que no viven
su día sin antes darse una vuelta por este espacio y detectar algún mensaje
encriptado, cuando mensajes encriptados no hay aquí, porque carezco del talento
para esos fines. Pero bueno, así es la vida, no me queda otra que repotenciar
la carencia y así tener algo que decir, porque eso es la literatura, que la
podemos notar en cualquier formato, así sea en un minúsculo blog como este.
Pensaba en este post mientras ayudaba
anoche a un colectivo de amantes de los animales, en especial de los gatos. Los
encontré por casualidad en Alfonso Ugarte, ubicados a las afueras de Metro. Los
vi y me acerqué. Dejé de lado lo que pensaba comprar en Metro. Eran dos patas y
una flaca que se turnaban el megáfono, pidiéndole a la gente que adoptaran un gatito
vacunado y desparasitado. Más de uno(a) se acercaba y veía a los gatitos con
dulzura pero sin decisión de llevárselos. Entonces, hice mi labor y como quien
conversa por conversar les decía de la responsabilidad que conlleva criar un
gatito y para rematar mi discurso al vuelo, contaba de cómo fue que tuve a mi
primer gato, Nesho, que me acompañó por diez años.
Con mi intervención se fueron tres
gatitos a su nuevo hogar. Un gatito no solo te humaniza, también te desahueva,
te ayuda a ver la vida de otra manera, como el dejar que las cosas fluyan de
manera natural, sin forzar ni apurar nada. Cuando me fui, no dejaba de pensar
en que mis compañeros generacionales también necesitaban de un gatito, gatito
al que no harían favor, sino que el gatito les haría el favor a ellos.
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