jueves, marzo 19, 2015

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Cerré la librería y salí de las veredas de Quilca. Me esperaba una noche agitada, agitada porque quería regresar a mi casa y descansar y recuperarme del dolor en el hombro que no me permite levantar el brazo. Seguramente debido a un descuido al momento de dormir, ya que he estado durmiendo destapado y duchándome en las madrugadas ni bien sentía mi cuerpo como una melcocha. 
Debía buscar un minicajón para Valentina, la sobrina de tres años de Yesenia. En principio no sabía dónde comprar un minicajón, pero no me hice muchos problemas. Solo hizo falta respirar hondo, dejar de lado el cansancio e ir tras este instrumento musical para bebitos. Felizmente, la solución estaba a la mano, en las cuadras de La Colmena cerca a la Plaza Dos de Mayo, en donde hay varias tiendas especializadas en instrumentos musicales. 
Por un momento, pensé optar por el camino más largo, subir por Rufino Torrico, pero deseché la idea, porque Wilson era la voz. 
Y ahora que lo pienso bien, fue un error ir por Wilson. 
Lo que más me gustaba de caminar por esta cuadra de Wilson era ver los murales, en especial el de una niña negrita, quizá el mejor mural de todos los que habían en el Centro Histórico. Se trataba de un mural imponente, que desde el ángulo que lo vieras llamaba tu atención. 
Supe de ese mural por mi amiga Pamela, que me contó que su enamorado le tomó una foto con ese mural de fondo en una noche de algarabía y protesta. Esa foto fue durante mucho tiempo su imagen de perfil en Facebook y confieso que miraba regularmente esa imagen de perfil por su aura mágica que me generaba. La niña negrita no solo te miraba, sino que escrutaba tu alma. Como mural, como manifestación artística, cumplía su función si en caso tenía alguna. No me dejaba indiferente. Además, nunca he sido indiferente a lo que me remueve, por eso, cada vez que caminaba por Wilson, me quedaba mirando ese mural de la niña negrita. 
Por eso, recién, aunque algo tarde, sentí desazón porque ese mural ya no estaba. En su lugar un brochazo chusco de pintura de color anaranjado oscuro. Prendí un Pall Mall rojo, el primero en quince horas. Era el momento de la autodestrucción.

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