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No han sido días del todo felices, a las
tristezas personales, se suma una que también es personal, que ha afectado a no
poca gente que conozco y que no.
Ese es el problema, a veces creemos que
somos inmortales, que la muerte nunca nos verá la cara, pero cuando esta viene,
lo hace con fuerza, de sopetón, y no nos queda más que aceptar la realidad de
no tener a las personas que apreciábamos y admirábamos, tal y como en estas
últimas horas nos pasa con Carlos, con Carlos Calderón Fajardo.
Podría decir muchas cosas de él, porque
lo conocí. Pero lo que más recordaré será su forma de ser, que en más de una ocasión
me hizo pensar en que era un adolescente preso en el cuerpo de un hombre mayor.
Ese espíritu juvenil lo percibía en su poética, pero no se trataba de una
cuestión de ludismo y adrenalina, sino que para él no había registro por
explorar en narrativa. Sobre Carlos y su obra vengo escribiendo un texto, tengo
las ideas centrales del mismo, pero se me hace difícil seguir adelante, porque
las sensaciones se encuentran, escribes al filo del sentimentalismo y necesitas
controlar la sensibilidad, que para estos menesteres lo más probable es que te
juegue una mala pasada y una mala pasada es lo que no quiero ahora que escribo
de Carlos.
Me espera un día más o menos largo en la
librería, tengo que hacer las cosas rápido porque la tendré que dejar a las
cinco y media, a esa hora tendré que ir a grabar una entrevista en San Isidro y
espero que el entrevistador me pregunte por Carlos y espero que lo que diga
sobre él esté a la altura, le guste, porque él solía ser muy exigente.
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