"arequipa, lámpara incandescente"
Lo último que venía leyendo de Oswaldo
Reynoso no me estaba gustando para nada. Tenía la impresión de que nuestro
reconocido escritor aún no podía salir de los cotos estilísticos que él mismo
se había impuesto, redundándolos, en cada nueva publicación, hasta el hartazgo.
Bajo esa idea, o impresión, fue que me
demoré más de la cuenta en leer su última entrega, Arequipa, lámpara incandescente (Aletheya, 2014).
No sé si la espera valió la pena.
Sin embargo, no voy a perder el tiempo
en ello, puesto que los libros los leemos cuando estos nos encuentran, nos
piden sin pedir que los leamos. Solo de esta manera, al menos en lo que
respecta a mi experiencia personal, puedo decir si saqué o no provecho tras su
lectura.
Y vaya que ahora sí saqué provecho, y
mucho.
En su sencillez y brevedad, la presente
publicación tiene el oscuro poder de remover hasta al lector más férreo y
cínico.
En ella notamos la impronta de su autor,
con un Reynoso decidido a poner la piel en el asador, apostando por el
testimonio, pero testimonio que nos presenta una sensibilidad arrollada, sin
afeites, sino tal cual, con sus miserias humanas como punta de lanza.
Valiéndose de su memoria, Reynoso forja
lo que bien haríamos en llamar un Artefacto literario. El lector perderá el
tiempo tratando de ubicar en un género lo que lee, por ello, le sugerimos que
simplemente se deje llevar por la poesía e imágenes que brotan de estas
páginas, páginas que bien justificarían lo que se viene diciendo de su hacedor:
Reynoso es pues el narrador más joven de la narrativa peruana contemporánea.
En el quiebre de los géneros, en el poco
respeto hacia los mismos, somos testigos de los recovecos por lo que nos guía
Reynoso, quien conecta con la intimidad del lector al hacer uso de una especie
de epistolario, o emiliario, dirigido a un joven poeta llamado Sergio, a quien
escuelea y revela los secretos que marcaron su vida y también su poética.
Reynoso no se calla nada.
Nadie queda bien parado.
No hay espacio para los idealismos y
versiones románticas de Flaneur. Ni
siquiera se idealiza esa imagen en la que vemos a Martín Adán aferrado a un
poste de la Av. La colmena, siendo rescatado de los peligros de la noche por un
joven negro que lo conoce y que se dispone a llevarlo a descansar.
Reynoso se nos presenta como un DJ narrativo,
cuya mezcla nos permite especular, felizmente por instantes, sobre la veracidad
o no de lo que nos está contando, pero ante todo nos conecta y relaciona con su
dolor y sus múltiples heridas, dolor y heridas que han hecho de Reynoso el
narrador que es, dolor y heridas que podemos ubicar en cualquiera de sus libros
y que en esta ocasión se nos presentan encapsulados, preparados para la
sobredosis literaria y vital.
Arequipa,
lámpara incandescente
me ha dejado pensando. Desde Los eunucos
inmortales Reynoso no me dejaba pensando y desde hace muchos meses un libro
peruano no me sumía en la perplejidad.
Sin proponérselo, Reynoso ha dictado
cátedra, una cátedra que bien puede ayudar y desahuevar a los que, guiados por
modales editoriales y comerciales, apelan a la narrativa del yo desde una
escritura efectista y posera y feliz, que pretende cambiar o renovar el curso
de la narrativa peruana contemporánea. Bien, señores, hagamos narrativa del yo,
pero como lo hace Reynoso: exponiendo el dolor verdadero.
…
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