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Dormía a mis anchas.
Necesitaba dormir luego de días en los
que dormí muy poco. Pero algo me despertó, de súbito.
Por un momento creí que era el sonido
del despertador del celular o quizá una llamada perdida del mismo. Sin embargo,
lo que me despertó fue lo más maravilloso que me haya podido pasar en días,
semanas, a lo mejor meses. Lo que me despertó fue el cortejo de dos pajaritos,
hembra y macho, que hacían el amor en el alféizar de mi ventana. Hice memoria y
creo que es la primera vez que observo a dos pajaritos haciendo el amor. ¿O es
que tenía la percepción atrofiada por la falta de sueño? Traté de no moverme
mucho para no alterar la pasión de los animales que se amaban salvajemente.
Horas después, una vez desayunado, me
envían el pdf del ensayo de Henry Miller que he escrito. Veo las imágenes que
se usaron y me percaté en cómo quedó mi texto. Tres páginas que son un tributo
total al maestro provocador. Julio me dice que su revista entrará a imprenta
esta semana y no veo las horas de tenerla en manos. Julio es el director de una
revista en la que siempre he querido escribir y por Miller me he sacado la
mierda. Una de las cosas que he hecho en los meses de verano fue releerme más
de treinta libros suyos, quizá la influencia mayor de la novelística
contemporánea, el autor que más he leído y releído en mi vida.
Suena raro hablar de novelística puesto
que Miller nunca escribió novelas, sino libros autobiográficos.
El viernes pasado tuve a Fernando
Ampuero como invitado a mis charlas que dirijo en la librería El Virrey de
Lima.
Fue un día muy ajetreado en lo laboral y
pensé que me despejaría a medida que se acercaba de la hora de la entrevista,
pero no, puesto que me enteré de que cerraron la Plaza Mayor a razón de la
visita de la comitiva del gobierno chino al Palacio de Gobierno. No fue
necesario ver lo que estaba pasando, me lo suponía. El tráfico se puso infernal.
Las calles aledañas al perímetro de la Plaza Mayor estaban atestadas de gente y
los autos no daban la más mínima señal de avanzar.
Llamé a Fernando para decirle que tome
sus precauciones del tráfico. Cuando me contestó se encontraba en la Vía
Expresa, a la altura del Estadio Nacional. Aún faltaba una hora para la
conversa y por un momento creí que le pasaría lo que mismo que a Julio
Villanueva Chang la vez que dimos inicio a estas charlas.
Felizmente, Fernando llegó a tiempo. No
tuvimos que esperarlo. Comenzamos a la hora señalada y la conversa discurrió en
un ritmo en que el tiempo no se sintió.
Una conversa para el recuerdo.
Al rato, mientras acompañaba a Fernando
al estacionamiento donde tenía su auto, conversábamos de novelas y películas, y
aproveché en preguntarle sobre la influencia de Miller en la novelística
contemporánea. Su respuesta me dejó tranquilo. Yo no era el único que pensaba
lo mismo de Miller.
Miller es una presencia a la que debemos
reconocer leyéndolo directamente. Me explico: hay mucho escritor que ha
recibido su influencia sin leerlo directamente, esa influencia ha llegado a
ellos por medio de las plumas a las que sí reconocen como influencias, las
mismas que se nutrieron de Miller.
El domingo en la tarde, horas antes del
clásico, terminé el ensayo sobre Miller. Lo escribí dejando la última gota de
entusiasmo y admiración, sentía que le debía un texto así a Miller.
Si el álbum Quadrophenia de The Who me salvó la vida en la adolescencia, los
libros de Miller me salvaron en mi salvaje y hormonal juventud.
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