seguimos escribiendo bien
Bien lo he dicho en más de una ocasión,
y con mayor razón en estos tiempos en los que se señala lo contrario: el Premio
Copé de Cuento es el galardón literario más importante de Perú.
Sin exagerar, ganarlo, quedar en una
mención honrosa o ser finalista, en cualquiera de estos niveles, garantiza al
autor un piso en el circuito literario local, que bien puede ser usado como
carta de presentación ante las grandes editoriales o en cuanto evento quiera
participar.
No hay verdad que ocultar. El Copé
irradia una valía literaria, pero ante todo mucho dinero que seduce a más de un
escritor. Es el dinero lo que hace que el Copé de Cuento sea el premio más
importante en el Perú. Sobre su valía literaria, su legitimidad, bien pueden
decirse discursos tribuneros. En esencia, y pese a no más de tres excelentes
relatos ganadores en su historia, el Copé de Cuento carece de legitimidad
literaria.
Ahora, no es malo querer dinero. El
dinero de este premio puede servir para sustentar un año dedicado a la
escritura de un proyecto literario. Por otra parte, hay mucho ego en juego en los
escritores participantes. Basta ver las inmensas colas que se forman en las
oficinas de Petroperú a partir de la quincena de diciembre, en esas colas vemos
a aspirantes a escritores, escritores nuevos, otros con cierta trayectoria y,
en contados casos, a escritores consagrados, disfrazados con atuendos de
invierno para que nadie los reconozca.
Por eso, cada vez que se anuncia a un
ganador, son los escritores participantes que no han ganado los que salen a
criticar los criterios que usó el jurado para premiarlo. Hasta hace poco, estas
críticas tenían como escenario los bares o los restaurantes. Éramos más
solapas, menos hipócritas en apariencia. Ahora somos más modernos y usamos las
redes sociales para criticar y hacernos pasar como justicieros, moralistas y
guachimanes literarios.
La última edición del Premio Copé de
Cuento generó una encendida polémica, debido a la cercanía amical del ganador
Johann Page con dos miembros del jurado: Alonso Cueto e Iván Thays. Al
respecto,quien esto escribe tiene una certeza: Cueto y Thays conocían el relato
de Page. A esta certeza, se suma otra: el cuento “Patrimonio” fue elegido
ganador por mayoría, que, obviamente, no es lo mismo que por unanimidad.
Entonces, había que leer el cuento
ganador y los demás que dan forma al libro que nos cita. A ver si hubo
favoritismo o no.
Pero antes, un par sugerencias para la
gente de Petroperú, sugerencias que espero tomen en cuenta en el futuro, cosa
que así nos evitamos malos ratos.
Apunten en el cuaderno Loro:
1.
Cuando
se abran los sobres de los ganadores y finalistas, deben corroborar que no
exista una estrecha relación amical entre los ganadores y finalistas con uno o
más miembros del jurado. De ser así, en el acto el ganador o finalista debe ser
tachado de la nómina. Esto no es difícil, basta ir a Google o entrar a la
cuenta Facebook del ganador o finalista para salirse de dudas. A menos, eso sí,
que el cuento premiado sea un cuentazo, una pequeña obra maestra, una joyita
literaria que haya obnubilado a todos los miembros del jurado.
2.
Convocar
a gente capacitada, a lectores competentes. Los miembros del jurado no van a
leer los 1528 textos (tal y como fue en esta edición). El jurado lee lo que el
equipo de selección le entrega y es en base a esa selección que se decide. Este
jurado decidió entre 28 textos seleccionados.
3.
Consideren
la posibilidad de declarar desierto el primer lugar.
Estos tres puntos pueden garantizar una
mínima transparencia a las futuras ediciones del Copé. Petroperú es una entidad
pública, no es una entidad privada que bien puede hacer lo que le venga en
gana. El dinero con el que se premia sale de los impuestos de cada uno de los
peruanos.
Pues bien.
Comentemos la presente publicación.
Aunque lo cierto es que no hay mucho que comentar.
“Patrimonio” de Johann Page es un buen
cuento, pero dista de ser una joyita literaria. El tema que nos plantea el
autor es el de la reconciliación entre un padre y un hijo que regresan a Lima
luego de visitar la tumba del abuelo en un cementerio de Lurín. Los años no
pasan en vano, Page ha sabido calibrar su técnica, como también la
administración de la información que nos brinda para entender su argumento. Sin
embargo, Page sigue arrastrando los mismos problemas que veíamos en su primer
libro Los puertos extremos. Ocurre
que Page es un narrador excesivamente cerebral, demasiado calculador. Muy frío
para encarar una situación límite nutrida de tensiones y sensibilidades
dañadas. Llama mi atención que en su discurso que leyó en la premiación,
discurso que encontramos al final del libro, haga referencia a Richard Ford, a
una máxima del norteamericano que Page usa en sus talleres. Creo que Page debe
abandonar esa máxima y ponerse a buscar Rock
Springs e Incendios, cuentario y
novela breve de Ford, respectivamente, en los que encontramos brutales
conflictos entre padres e hijos abordados desde la memoria salvaje, siendo
testigos de la reconciliación de sus protagonistas para con sus progenitores,
pero atravesando y encarando los miedos y traumas de los mismos. Ese primer Ford,
no el Ford que vino después con la saga de Frank Bascombe y demás, es el mejor
Ford, que narraba no desde lo que conmueve el corazón, sino desde el dolor, de
aquello que lo dinamita para toda la vida. “Patrimonio” es un relato que bien
pudo conectar con el lector. No me sorprendería que haya cumplido este
objetivo, pero me aventuro a decir que ese objetivo cumplido no perdurará en la
mente de los lectores. A este relato le faltó más violencia interna y menos
miedo narrativo.
Seguramente, más de uno pensará que hay
relatos mejores que “Patrimonio”. Pues no, le ahorro el trabajo al lector
interesado. Absolutamente todos los relatos se rinden ante la medianía, hasta
parece que hubieran sido escritos para agradar al jurado de turno. Ninguno
exhibe una actitud de riesgo y en ciertos casos me genera temor en cuanto a sus
autores, que con la experiencia que tienen en el oficio literario, hayan
sucumbido al contentamiento. Pienso en “Unas fotografías, apenas” de Pedro José
Llosa. Si a este relato le quitamos el innecesario colesterol que Llosa le
insufló, bien podríamos estar hablando del texto ganador. Pero no, Llosa sigue
cometiendo los mismos yerros de sobredimensionar sus relatos, creyendo que la
ambición se justifica en la cantidad de páginas. No soy nadie para aconsejar,
pero algo es cierto en cuento: menos es más.
Alexis Iparraguirre es autor de un
cuentario redondo: El inventario de las
naves. De los cuentarios publicados en el decenio anterior, este es uno de
los que va a quedar. Además, celebro todas las ediciones que viene teniendo a
la fecha. En los cuentos de ese libro, percibía una oscuridad emocional que
configuraba a sus personajes, una prosa densa y también ligera, que reforzaba
la atmósfera tétrica y apocalíptica que exhibía cada cuento. Leía a un
Iparraguirre con conflictos y demonios, pero ahora esos conflictos y demonios
están ausentes en “Una fábula aparente”, que se deja leer de la misma manera en
que se olvida. Una impresión similar me causaron “Un pingüino andino” de Irma
del Águila y “Un grito flotando al amanecer” de Pedro Novoa. Del Águila y Novoa
son autores experimentados, pero sus cuentos están muy lejos de lo que
esperaríamos de ellos.
Bien podría seguir comentando cada uno
de los cuentos que integran Patrimonio.
Pero no lo haré por la sencilla razón de que no soy un carnicero.
Terminé de leer este libro hace poco más
de tres semanas. Pensé mucho en sus virtudes y defectos, pero una sensación se
hacía más fuerte a medida que pasaban los días. Y esta sensación es la
siguiente: su lectura la asumo como una total pérdida de tiempo. Es penoso
decirlo porque aquí hay autores que en algún momento he celebrado y apoyado en
la medida que puedo apoyar a un autor. Pero también veo estos relatos como una
radiografía de lo que viene ocurriendo en la narrativa peruana contemporánea:
muchos narradores no tienen voluntad de riesgo, sino una clara actitud de ir a
lo fijo, a lo que podría gustar. Además, se cree que escribir bien es hacer
literatura. Es obvio: todo escritor debe escribir bien, es lo mínimo que
podemos esperar de alguien que se haga llamar escritor. Pero la literatura, y
hay que repetirlo todas las veces que sea necesario, debe transmitir, conectar,
aturdir… Eso es hacer literatura.
…
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