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Yesenia me llama a primera hora y me
despierta. Si no fuera por su llamada, seguiría durmiendo hasta el mediodía. Me
acosté tarde, haciendo no precisamente lo que me hubiera gustado hacer. Siempre
me acuesto tarde, ya sea porque me quedo leyendo o escribiendo o viendo una
película. Cuando me disponía a leer el cuentario de una narradora argentina que
la viene rompiendo, me di cuenta de que flotaba una pluma en mi cuarto, esa
pluma flotante me hizo recordar a la escena final de Forrest Gump. Me quedé mirando esa pequeña pluma, estudiando su
lento y caprichoso vaivén.
De dónde venía esa pluma, o afinando la
inquietud: adónde iba.
Seguí la ruta aérea de la pluma. Esta se
dirigía a mi ropero.
Debajo del ropero descubrí la tragedia
de la madrugada.
Silvestre es un gato muy cariñoso, pero
también uno muy salvaje. Es un cazador de palomas y esa pluma que seguía y me
recordaba a la escena final de Forrest
Gump era la de una inocente paloma que fue descuartizada debajo de mi
ropero. No sabía cuánto tiempo llevaban esas plumas, pero tampoco perdí el tiempo
lamentándome o pensando en cómo castigar a Silvestre. Fui al almacén y me
alisté para hacer una limpieza general de mi cuarto.
Desde hace un tiempo mi cuarto dejó de
ser mi cuarto. Los libros, discos y películas me están echando de allí. Al
punto que ahora me voy a otros lugares de la casa a escribir y leer.
La limpieza tenía que ser una limpieza
total y hacia ese fin me aboqué. Me quedé más de una hora limpiando. Pero al
momento de botar la basura, la cual pondría en uno de los tachos del parque
ubicado detrás de mi casa, cuando creí que la tarea ya estaba hecha, sentí una
pesada mucosidad en mi zapatilla, en la del pie izquierdo. No me cuidé de las
trampas que deparan el verdor engañoso de los jardines.
Pisé caca. Y no pensé, sino que lo pensé
después, en que voy a tener más dinero, tal y como lo manda la leyenda urbana.
No podía entrar a mi casa con una zapatilla con caca. Para colmo, hacía frío.
Pero había que sacrificarme. Entré descalzo a casa y me puse a lavar las
zapatillas.
Me acosté cerca de las cuatro de la
madrugada, esperando una señal, a lo mejor una llamada en el celular que me
diera ánimos.
En la mañana, veo que mi papá ha
amanecido algo mejor. Anoche estaba con fiebre y tuve que ir a casa para verlo.
Sé que no es nada del otro mundo, pero conozco a mi padre, que peca de muy
autosuficiente, y debo cuidarlo más porque mi mamá se encuentra de viaje y
quiero que cuando llame no se preocupe más de la cuenta.
Yesenia me llamó para preguntarme cómo
había amanecido mi papá. Le preguntó cómo ha amanecido y me dice que bien. Le
toco la frente y ya no tiene la fiebre de anoche. Le digo que haré las cosas de
la casa y que me encargaré de él hasta que se sienta mejor. Salgo a comprar los
diarios y el pan para el desayuno. No niego que me siento extraño comprando las
cosas del desayuno a las once de la mañana.
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