viernes, junio 19, 2015

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Busco una banda sonora para los días que vendrán. Una serie de temas que me acompañen en los próximos días. Al menos, esto era lo que pensaba en la tarde, mientras leía uno de los libros más letales que haya podido leer últimamente, lo suficiente para no sentirme una bestia utilizada que quieren pintar de maravilloso las novedades editoriales. En este sentido, el libro que empecé a leer ayer, una novedad editorial en todo sentido, marca una saludable diferencia entre lo que me llega en los últimos días. El libro en cuestión, cuya autoría pertenece a uno de los narradores latinoamericanos más contundentes de las últimas décadas, autor que ha sabido, o mejor dicho, autor al que nunca le ha importado quedar bien ni con los lectores ni con la crítica, nos ofrece un perfil sobre otro escritor que conoció y que lo marcó profundamente cuando se puso a investigar para el perfil que escribiría sobre él. 
¿Narrativa del yo? 
Claro que sí. 
Narrativa del yo como tiene que ser la narrativa del yo: dejando la piel en el asador, como mínimo. Desplegando la humillación del sujeto narrativo sin importar cómo vayas a quedar ante los ojos del lector. Sin pintarse como el aventajado y el que todo lo puede ante las adversidades. 
No sé si este autor haya leído a Miller. Si en caso no, quizá lo haya leído en los autores por los que muestra un fanatismo por demás contagiante. Es que Miller, la fuerza de Miller, atraviesa desde hace un tiempo una resonancia que habría que empezar a elevar y reconocer abiertamente. Miller dejó de ser un autor caleta para lectores caletas. En Miller hay una escuela que debemos seguir, si es que amas la lectura, o con mayor razón si te adentras en los recovecos de la escritura del yo.

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