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Busco una banda sonora para los días que
vendrán. Una serie de temas que me acompañen en los próximos días. Al menos,
esto era lo que pensaba en la tarde, mientras leía uno de los libros más
letales que haya podido leer últimamente, lo suficiente para no sentirme una
bestia utilizada que quieren pintar de maravilloso las novedades editoriales.
En este sentido, el libro que empecé a leer ayer, una novedad editorial en todo
sentido, marca una saludable diferencia entre lo que me llega en los últimos
días. El libro en cuestión, cuya autoría pertenece a uno de los narradores
latinoamericanos más contundentes de las últimas décadas, autor que ha sabido,
o mejor dicho, autor al que nunca le ha importado quedar bien ni con los
lectores ni con la crítica, nos ofrece un perfil sobre otro escritor que
conoció y que lo marcó profundamente cuando se puso a investigar para el perfil
que escribiría sobre él.
¿Narrativa del yo?
Claro que sí.
Narrativa del yo como tiene que ser la
narrativa del yo: dejando la piel en el asador, como mínimo. Desplegando la
humillación del sujeto narrativo sin importar cómo vayas a quedar ante los ojos
del lector. Sin pintarse como el aventajado y el que todo lo puede ante las
adversidades.
No sé si este autor haya leído a Miller.
Si en caso no, quizá lo haya leído en los autores por los que muestra un fanatismo
por demás contagiante. Es que Miller, la fuerza de Miller, atraviesa desde hace
un tiempo una resonancia que habría que empezar a elevar y reconocer abiertamente.
Miller dejó de ser un autor caleta para lectores caletas. En Miller hay una
escuela que debemos seguir, si es que amas la lectura, o con mayor razón si te
adentras en los recovecos de la escritura del yo.
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