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Domingo gris, caliente y algo húmedo.
Me levanto y me alisto para ir a casa.
Es el Día del Padre y debo saludar a mi padre y a mi hermano. Pero antes de
salir, me pongo a leer. De lo que voy leyendo, Monasterio de Halfon se pinta como una lectura de taxis y custers. Ojalá
no me decepcione, porque he escuchado muy buenos comentarios de este narrador
guatemalteco.
Tomo un duchazo y me pongo a desayunar, café
y lo que quizá sean los tamales más ricos que he probado en mi vida.
Salgo de la casa de Yesenia rumbo a mi
casa.
Detengo un taxi, conducido por un
viejito, con gorra y grises bigotes de puntas aguileñas. Me acomodo en el auto,
guareciendo el riquísimo arroz con pato que llevo en el taper. Me fijo en la
caja del auto, la presencia de un USB, del que suenan varias canciones de Daryl
Hall y John Oates, este dúo que más de uno ha sabido bailar en los noventas,
esos años que se están poniendo de moda, extrañamente.
Pienso pues en el discurso silente que
viene construyéndose sobre lo que se hizo en esa generación, una suerte de
discurso, llamémosle, excluyente, de clase, en apariencia inofensivo, que tiene
todas las mañas del modelo neoliberal, que no confronta, sino que ningunea.
Felizmente, no hablamos de economía, de esa ciencia oculta, sino de literatura.
Le pregunto al taxista si hay más
canciones del dúo en el USB, él me dice que sí, que hay varias más. Quizá mi prejuicio
es más fuerte y calibro la impresión sobre si este taxista bailó o no las
canciones de este grupo, puesto que sus canas y arrugas ubican su juventud en
los sesenta, no en los ochenta. Al menos, pensar en esto, me hace bien, me
permite refrescar la idea de lo que pienso escribir más adelante, de los dardos
con nombre propio que mandaré contra los inocentes desubicados que quieren
cambiar la historia creativa de los noventas. Leo lo que han escrito y me
pregunto: ¿Acaso creen que los lectores son idiotas?
No sé qué pasará. A lo mejor pierda
algunas supuestas oportunidades, como también amistades, cosa que me apenará
profundamente, pero no puedo con mi genio, con mi emoción en caliente, que al
menos me asegurará algunas semanas de sana y perversa diversión.
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