"todo no es suficiente"
En estas semanas que huyo de las
novedades literarias como si fueran la peste, me encuentro con un libro al que
puedo calificar de brutal, que leí en cuestión de horas y del que no tengo
reparo alguno en recomendar. Me refiero a Todo
no es suficiente de Alberto Fuguet.
No estamos ante un Fuguet de ficción,
sino ante uno que la viene rompiendo en el terreno en el que otros pierden toda
vez que transitan de registro.
Por lo que se viene leyendo, lo que
parecía fácil, la no ficción, se está convirtiendo en un terreno en el que más
de uno fracasa de la manera más insulsa, no necesariamente por falta de oficio
o pericia en la escritura, sino, ante todo, por el imperdonable descuido que se
tiene con la mirada que nutre el proyecto, pensando que escribir de uno es pintarse
de otra forma, dejando para la familia, el siquiatra y los amigos toda la
miseria personal.
Si hay un gran exponente de la narrativa
del yo (en ficción y no ficción) en Latinoamérica, ese es precisamente Fuguet.
Ese “yo” no solo lo vemos en sus novelas, también en sus reportajes y
artículos, en los que somos testigos de una furia, como también de un genuino
compromiso para con sus tópicos de ocasión. En los últimos años hemos sido
partícipes de esa furia y compromiso con Cinépata
y Tránsitos, ahora volvemos a esta
fiesta lisérgica con un texto que en principio apareció en el imprescindible
libro de perfiles de escritores, Los
malditos, de Leila Guerriero (ed.). Sin embargo, subrayemos que el presente
texto no es el mismo sino la versión tal cual el autor le envío a su editora,
que lo tuvo que adecuar para los fines de su conjunto. No era para menos,
Guerriero nos explica en el prólogo por qué lo tuvo que hacer, puesto que en el
texto que se le mandó no se adecuaba a lo que ella buscaba como lazo común de
los perfiles encomendados.
Gustavo Escanlar fue una presencia no
menos que adictiva para Fuguet, al punto que tuvo que ir a Montevideo para
recoger todas las impresiones posibles para escribir el perfil, experiencia que
lo intoxicó de Escanlar, porque Escanlar no era un hombre normal, para muchos
un desadaptado, para pocos un talentoso narrador perdido en las ciénagas del
existencialismo emocional y que iba a la caza de los puntos de fuga para huir
de sí mismo, tal y como nos lo hace ver el escritor Gabriel Peveroni en el
colofón.
Desde el subtítulo se nos anuncia de qué
va el libro: La corta, intensa y sobreexpuesta vida de Gustavo Escanlar.
Es cierto. La vida de Escalnar fue
corta, intensa y demasiado sobreexpuesta. Y es cierto también que escribir sobre
Escanlar le significó a Fuguet caer en la abulia, en el completo hartazgo por
todo. No debería sorprendernos si es que conocemos la poética de Fuguet, en la
que nos muestra que el límite nunca le será suficiente, sino que hay que ser
algo suicida para investigar aquello que nos quiebra, peor cuando se escribe de
lo que nos quiebra cuando aquello aún está tibio, porque Fuguet abordó la vida
de Escanlar poco después su muerte. En este sentido, lo que tenemos a mano es
la versión visceral de esa búsqueda por saber quién fue Escanlar, búsqueda que
no fue otra cosa que el encuentro de Fuguet con sus propios demonios y temores.
Por esta razón, por el encuentro con el lado oscuro de una personalidad
talentosa, el autor nos pone de manifiesto su intimidad, por ejemplo, cuando
consigna los mails enviados a los editores Guerriero y Matías Rivas, en los que
vemos a un Fuguet al borde de la autodestrucción.
No hay que dejarnos engañar por la
brevedad de la presente publicación. Además, resulta saludable repetir todas
las veces que sea posible de que estamos ante una versión distinta de las
publicadas en Los malditos y Tránsitos. Cada una de estas versiones
son valiosas en sí mismas, pero la que nos toca comentar en estos momentos es
no menos que un viaje hacia dentro, hacia lo peor de uno/otro, una suerte de
sesión de ayahuasca, en la que ves tinieblas mientras lees el texto,
encontrando la luz solo al final del mismo.
…
Publicado en Revista Lecturas.
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