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Una mañana normal en la librería, en la
que me disponía a dejar en orden algunas cosas y ver la logística de nuestra
participación en la próxima FIL. Navegaba por la red, también respondía algunos
mail y mensajes de Face, escuchando una selección de Blue Cheer. Tenía ganas de
unas chelas, escaparme un toque de la librería, pero Yesenia me había dicho que
llegaría a en un par de horas, entonces no podía cerrar la librería, debía
aguantar las ansias, contener mis ganas de hablar, de poesía, como me pasó esta
mañana. No es que siempre hablé de libros y autores, pero hay días en que el
asunto literario se me hace cada vez más fuerte, intentando recordar los versos
aprendidos por primera vez, en esos años en los que pensaba que un verso o una
metáfora podría ser capaz de cambiar el mundo, versos o metáforas que sí lo
hacían, cambiaban el mundo, al menos en el que viví cuando los leí y escuché
por primera vez.
Blue Cheer se iba poniendo bueno, cada
tema que corría en Spotify era mejor que el anterior. No lo niego, tuve ganas
de armarme un cañón, pero no se podía, no puedo llegar al extremo de abusar de
mis prerrogativas dirigenciales. Simplemente, no debo creérmela tanto al
escuchar a bandas como Blue Cheer, porque lo mismo me pasa con Television y
algunas bandas de jazz. Es solo una cuestión de conexión, en la que asocio
determinados estados con sonidos o manifestaciones visuales, en este segundo
caso, no sé qué me pasaría si viera una película de David Lynch. En este
sentido, sí admito que soy un posero, o en todo caso, alguien que no es del todo
normal. Pero así soy, para mi desgracia, algunos vicios se me activan con
música o películas.
Sentía ansiedad. Si no la saciaba, iba a
asumirme en los próximos minutos como el ser más angustiado. Solo me quedaba
respirar hondo, pero me costaba respirar hondo. A esto sumemos una sensación de
encierro interior, pero en fin. O cerraba la música de Blue Cheer o cerraba el
stand.
A mi mente volvían esos versos
escuchados por primera vez a fines de los noventas. Versos de fuerza canábica,
que hechizaba y en ese mismo hechizo te la creías, que podías cambiar el mundo,
al menos un cambio que lo haga más habitable.
Cuando estaba a nada de levantarme para
cerrar la librería, aparecen los editores Paul y José Miguel, que me traían una
caja con buena poesía. Nos quedamos hablando un buen rato, buen rato que me
desubicó de la angustia y desesperación de la influencia, esta vez sonora.
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