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Anoche, mi plan consistía en irme a
comer carne a la parrilla y beber vino. Ese era el objetivo que venía abrigando
desde la tarde, proyectándome a lo que sería la ardua instalación del stand en
la FIL hoy jueves. Por ello, quería darme un gusto en vista de las horas que
sin duda me sacarían de quicio, porque las instalaciones afloran lo peor de mí,
lo que me fastidia de los demás, esa intolerancia que me obliga a reprimirla
llevándome a lo imposible.
Escuchaba algo de música en Spotify y
terminaba de cerrar una reseña, cuando recibo una llamada que alteraría lo que
quedaba de la tarde y marcaría el curso de la noche. En esa llamada se nos
comunicaba que teníamos que hacer la instalación inmediatamente. Así es, el
miércoles.
Cerramos la librería lo más rápido que
se pudo y nos embarcamos en un taxi hacia el almacén, en El Callao. Lo que no
esperábamos era el tráfico de Faucett, que fue una tentación que no
desaproveché porque se me puse a cabecear un toque. Al llegar al almacén
hicimos lo que teníamos que hacer, ayudó el hecho que ya tuviéramos listas las
catas y estanterías. No niego que me sentí una extrañeza porque es la primera
vez que hago una instalación en plena noche. Pero todo esfuerzo valía la pena,
pensaba, aunque no me esforcé, o mejor dicho, no terminé tan cansado como
pensaba. Por un momento, creí que nos quedaríamos hasta altas horas de la
madrugada, pero no, puesto que entre llevar y colocar y disponer las cosas, no
nos tomó más de tres horas.
Ahora, más despierto en esta mañana que
sí parece invierno, me dispongo con desgana para ir a terminar lo que falta del
stand, que no será mucho, ojalá. Tampoco puedo negar que tengo expectativas
hacia esta FIL, y no hablo desde el punto de vista comercial, porque siempre
nos ha ido bien en ese aspecto, sino porque siento que me voy a divertir mucho,
seguro.
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