domingo, julio 12, 2015

el editor que lee

Hace poco más de dos meses estuvo en Lima Juan Casamayor. 
No es poca cosa, hablamos de la presencia del editor en español que más escuela está ofreciendo en la actualidad. Porque eso es lo que percibí de él aquella tarde en la que no hicimos otra cosa que no sea hablar de libros, autores y hasta de la vida misma. Esa tarde que conversé con Casamayor, brindó escuela de lo que debe ser un editor: un lector voraz ante todo. 
Me encontraba en la librería El Virrey de Lima. 
En principio, creí haber llegado tarde a la reunión, pensando que Casamayor ya estaría en el lugar de encuentro, pero no, llegué temprano y lo tuve que esperar porque el editor creyó que la reunión sería en la librería Sur. 
Contra lo que se pueda suponer, no hago mucha vida literaria y no suelo hablar con editores. La reunión con Casamayor prometía, porque me bastaba tener presente el catálogo de su editorial para saber que estaba ante un lector exquisito y exigente. Empero, sentía una incomodidad y esta incomodidad inicial yacía en que no quería ser presa de un discurso diplomático, hipócrita, mucho menos cumplidor. Esto era lo que más temía. Hasta llegué a barajar la idea de cronometrar el tiempo que estaría conversando con Casamayor. Lo nuestro sería una conversa, no una entrevista y lo que más temía era que nuestra conversa parezca una entrevista sin grabadora. 
Más allá de este prejuicio, tenía un principio en mente: debía saciar mi curiosidad y saber qué hay detrás de ese paraíso que es Páginas de espuma. 
Así es, Páginas de espuma es un paraíso. 
Obvio, no pocos pueden llegar a esa conclusión, no se requiere de mucho esfuerzo. Además, sería justo reforzar aún más esta impresión consignando que detrás de este proyecto editorial hay demasiado esfuerzo, pujanza y buenas dosis de idealismo. O mejor dicho, sobredosis de idealismo. 
Desde hace unos años, y no lo digo por patería a razón del texto, varios libros de esta editorial se han convertido en mis biblias personales, que guían y ordenan mis lecturas. Pienso, por ejemplo, en Novelas y novelistas de Harold Bloom, en los ensayos de Flaubert, Stevenson y Marcel Schwob. Pero ante todo, lo que consiguió Casamayor fue reforzar un interés perdido que tenía hacia el cuento. Cuando me refiero al cuento, no solo imagino las ediciones monumentales que editó sobre Balzac, Poe, Chéjov y Maupassant, también en cuentarios de autores contemporáneos, como Roas, Neuman, Schweblin, Tizón, Aparicio, etc., que revelan a un editor que no solo apuesta por el rescate de los clásicos, sino que arriesga por los llamados nuevos o contemporáneos. 
Seguía esperando a Casamayor, terminaba un café de la casa y una idea me rondaba, a lo mejor esta idea bien puede ser polémica: cada día siento una certeza que los lectores deberíamos honrar: si hoy en día somos testigos de un serio interés por el cuento, de un renacimiento por el mismo, ya sea como autores y lectores, se lo debemos a Casamayor. El cuento escrito en español adquirió relevancia en Páginas de espuma y esa resonancia un lector de verdad, un lector voraz, no lo debe negar. 
Lector voraz. 
Eso fue lo que sentí ni bien crucé las primeras palabras con Casamayor. Es que tú sientes cuando estás ante alguien que sí ha leído. Esta impresión hizo que mi incomodidad inicial se desvaneciera. Me sentí muy libre y despejado para hablar con él. No fui para nada protocolar. No estaba siendo el que temía ser, no me estaba esforzando para nada, sino que le decía mis puntos de vista tal y como los pensaba, sin importarme que algunas de mis opiniones pudieran ser duras para algunas personas que él conocía, pero él tampoco era menos con las suyas, me decía lo que pensaba de mis opiniones y en cada uno de sus conceptos fui testigo de una sabiduría generosa dispuesta al diálogo y premunida de humor. 
Recorrimos la librería y mientras lo hacíamos me preguntó por los autores peruanos que escribían cuento, hecho que hizo que pensara que estaba ante un cazador, un buscador de nuevas voces a las que leer o marcar para seguirles la ruta después. A saber, le hablaba de un autor y me preguntaba por su poética. Asentía al responderle y veía cómo achinaba la mirada, señal de que su interés no era en absoluto diplomático, sino real, porque Casamayor es un rendido lector de cuentos. 
Casamayor conoce como pocos la tradición del cuento y no tuvo problema alguno en compartirme lo que sabía y buscaba de la poética del cuento cuando ahora nos dirigíamos con José Luis Ovillo a un restaurante del Barrio Chino. Solo faltaba la cerveza en lata para que la caminata hacia el Salón Capón fuera perfecta. Conversábamos no solo de literatura, también de política, deportes y mujeres, aunque estos tópicos venían ligados a nuestras lecturas en común. Al llegar al restaurante, Casamayor dudó en qué pedir. La variedad era no menos que apabullante. Estuvo en duda por algunos minutos y me adelanté en pedir un arroz chaufa especial. Cuando vio mi plato, él pidió lo mismo y José Luis reforzó el pedido con sui mais y pato con verduras. Comimos hasta no dejar ni un arroz y ni una sola verdura, a la par que nos hablaba del grupo de personas que trabaja con él. Casamayor escoge bien a quienes laboran con él, no solo basta con que sean competentes profesionalmente, sino también grandes lectores. 
No hay mucho que pensarlo, Páginas de espuma es lo que es gracias a la mística lectora que lo alimenta. Lo comercial interesa, lógico, pero la mística lectora es importante para una editorial y eso lo tuvo presente Casamayor desde el momento que decidió fundar su editorial. Es decir, en su proyecto existe una coherencia que debería imitarse si es que se desea que una editorial marque hito y haga historia forjando no solo buenos lectores, sino también exigentes, como él. 
De regreso a la librería nos detuvimos en un café. Lo escuchaba y él me escuchaba. Hablamos de autores, en especial de uno que conocí y leí mucho, el fallecido Félix Romeo, a quien no dudamos en calificar como “El escritor que leía”. Aunque claro, también compartimos decepciones por algunos escritores que iniciaron su carrera con mucha expectativa pero que fueron perdiendo fuerza narrativa al dejarse seducir por registros conservadores, convirtiéndose en deudores de la moda editorial. 
No recuerdo cuántas horas pasamos conversando, quizá cuatro, a lo mejor cinco, pero eso no importa, porque el curso del tiempo no se sintió hasta que el cielo comenzó a teñirse de naranja oscuro. Lo acompañé hasta un punto medio en el tramo a su hotel. En ese corto trayecto, me contó de los libros que pensaba editar próximamente. Lo contaba con una convicción, o sea, un férreo compromiso literario ajeno a lo comercial, el mismo compromiso que sustenta su prestigio, compromiso que, sin duda, más de uno debe imitar. 

… 

Publicado en LPG

1 Comentarios:

Blogger Micky Bane dijo...

Envidiable y enriquecedora experiencia, Gabriel. Saludos.

11:17 a.m.  

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