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Hasta que por fin pude dar fe de la
cerveza artesanal de la que tanto me hablan. A lo mejor, a razón de esa cerveza
artesanal es que vi a mucha gente alegre y contenta que se me acercaba a
conversarme de cualquier huevada, siempre con una sonrisa y un tufo alcohólico
de satisfacción. Todo indica que esa cerveza artesanal es la verdadera
protagonista de esta FIL.
No sé cuánta gente hubo, pero sí la
suficiente para decir que este día las cosas estuvieron tan adrenalínicas como
el sábado pasado, por momentos delirante, delirio que esperaba que pase y así
pedirle a “Hombre sabio”, que fue a ayudarme, a que me reemplace mientras me
iba por allí a buscar a la chica del café o en todo caso para despejar mi mente
con un pucho o la breve lectura de alguna publicación de corte ligero, pero sin
ser banal, tal y como lo vengo haciendo con la recomendable novela Qué fue de Sophie Wilder de Christopher
R. Beha. Esta novela se me presenta como idónea en estos días de inevitable
movimiento. De paso, también leo poesía, pienso en la reedición de Symbol de Santiváñez, en Las islas aladas de Hernández. En
realidad, cuando estoy en ferias, lo que hago es leer mucha poesía, me
desconecto de la realidad, hasta tengo la impresión de estar en una película de
cine mudo.
Pero no todo es desconexión, me doy
cuenta de que mi tolerancia tiene un límite. Esa falta de tolerancia se debe a
que no soy un vendedor. Me gustan los libros y recomendar lecturas y hacer
dinero en base a ello, pero las ferias me someten a una prueba porque no todos
son como los lectores que uno espera. A veces tienes que responder lo que no te
gusta, pero cuando esas respuestas conforman una seguidilla, es posible
detectar una costumbre malsana que tienes que erradicar. No soy un asesino en
serie, pero para evitar esa realidad, me abro y empiezo a hacer las cosas que
me sacan de la situación, como el hecho de irme a caminar por los parques de
Jesús María, al menos durante una hora; simplemente caminar, encontrando en el
camino la señal de la maravilla verde que alguien fuma en su casa, olor que se
escapa de la ventana y que me subyuga, imaginando quién o quiénes la estarían
fumando, barajando la posibilidad de tocar el timbre y preguntar si puedo ser
parte de esa sesión, pero hacerlo sería desentenderme de las responsabilidades
inmediatas. ¿Qué haría “Hombre sabio” sin mí? Tengo que regresar, no tengo otra
salida, pero antes de irme, anoto las señas de la calle y de la casa de donde
proviene el aroma de la maravilla verde.
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