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Contra lo que puedan creen mis amigas y
patas, estoy madrugando desde hace un mes. Quizá el motivo obedezca a que me es
más fácil empezar a ver una película a partir de las cinco de la mañana,
sabiendo que el día se me presentará complicado, y que pese a esa complicación,
me doy maña para leer y escribir en las horas muertas. Sin embargo, en las
horas muertas no puedes ver una película. Me resisto a ser parte de esa
tendencia de los que ven películas por partes. Por eso, he elegido las mañanas
para ver películas y las noches las consagro íntegramente a la lectura y el
rock.
Después de la película de la mañana, me
pongo a escribir. Siento pues la mente más despejada y llena de imágenes,
obviamente, bajo la influencia de las películas vistas. Estás imágenes son una
presencia mucho más fuerte de lo que pudiera pensar, hasta por momentos tengo
la sensación de que tras las palabras escritas en la pantalla se encuentran las
escenas vistas, las mismas que mi mente deforma, jugando con las situaciones y,
claro, también con los personajes.
En estos últimos días he estado viendo
policiales, por decirlo de alguna manera, porque que no he estado a la busca
del género, sino que esta seguidilla de policiales viene marcada por el interés
no pensado, el azar y el placer de volver a ver algunos títulos que me gustaron
o llamaron mi atención en los últimos años, cosa que sí debo subrayar porque
son pocas las películas que valen la pena en estos últimos años. No me refiero
a clásicos, ni a películas noventeras y ochenteras, sino a las exhibidas en un
arco de no más de tres lustros.
Aunque con algunos reparos, bien podría
recomendar estas dos películas del 2007, de menos a más para ordenar el asunto:
Waz de Tom Shankland y Anamorph de Henry Miller. En ellas
tenemos a policías quebrados, en cierta medida retorcidos por actos cometidos
en el pasado y que creyeron superar. Es decir, es el enfrentamiento contra su
presente que no los aprueba a menos que no salden sus deudas con lo que se
hizo, habiendo estado viviendo una mentira que les explota en la cara, eso es:
la mentira que les explota en la cara.
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