viernes, julio 31, 2015

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Llego a casa, no tan cansado como en días anteriores. Además, barajo algunas ideas que he estado pensando en los últimos meses, como el volver a la rutina de hace unos años, rutina en la que hacía todas mis cosas en casa. Quizá esta impresión se deba a que el contacto permanente con el público ha sobrepasado todo mi límite personal. Me gusta mucho la interacción, poder recomendar y discutir con los lectores sobre libros, como también de música y cine. Pero también experimentas la urgencia de querer pasar más tiempo contigo y los tuyos, específicamente con mis padres. Mi cabeza vuela cuando barajo estas cosas, y me gusta que vuele porque así me desconecto de ciertas miserias, reforzando pues lo leído, visto y escuchado en estos días que han sido de total adrenalina. 
A lo mejor es la adrenalina lo que me lleva a pensar así. La actividad permanente acicateada por los días feriales, que felizmente ya están llegando a su fin. 
En las horas en las que hay menos cantidad de personas, me pongo a deambular por los ambientes de la feria, también salgo de la misma para poder fumar mientras recorro Canevaro y así, como hoy, recordar mis años escolares, porque estudié en Lince, exactamente en un colegio ubicado en la cuadra 23 de la Av. Arequipa, que ahora es una gigantesca iglesia protestante, aunque siempre esa cuadra ha sido una iglesia protestante, pero no tan gigante como lo es ahora. La caminata de hoy, porque me he propuesto caminar una hora diaria, me llevó al parque Castilla. Veo sus cambios, que imagino que son para bien. Sin embargo, este parque ya no tiene el aura salvaje de mis años adolescentes, su aura lo ha perdido. Al llegar al parque me pregunté cuándo fue la última vez que viví su aura salvaje. Sin duda, fue después del 2000, en una noche en la que cumplía no sé cuántos años, quizá era de madrugada, pero recuerdo los detalles y lo que pasó,como la extraña lluvia que sorprendió a este escorpio, que llevaba en su mochila los libros que ese día había adquirido en Camaná y El Virrey de Lima. Esta lluvia de noviembre fue tan fuerte que ni siquiera los frondosos árboles podían contenerla. Encontré refugio bajo uno de ellos y esperé, fácil un cuarto de hora. Una vez acabada la lluvia, me puse a revisar los libros adquiridos, leyéndolos sin leerlos. No era el único a quien había sorprendido la lluvia, de a pocos empezaron a aparecer los habituales del parque y la vida volvió a la normalidad.

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