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Llego a casa, no tan cansado como en
días anteriores. Además, barajo algunas ideas que he estado pensando en los
últimos meses, como el volver a la rutina de hace unos años, rutina en la que
hacía todas mis cosas en casa. Quizá esta impresión se deba a que el contacto
permanente con el público ha sobrepasado todo mi límite personal. Me gusta
mucho la interacción, poder recomendar y discutir con los lectores sobre
libros, como también de música y cine. Pero también experimentas la urgencia de
querer pasar más tiempo contigo y los tuyos, específicamente con mis padres. Mi
cabeza vuela cuando barajo estas cosas, y me gusta que vuele porque así me
desconecto de ciertas miserias, reforzando pues lo leído, visto y escuchado en
estos días que han sido de total adrenalina.
A lo mejor es la adrenalina lo que me
lleva a pensar así. La actividad permanente acicateada por los días feriales,
que felizmente ya están llegando a su fin.
En las horas en las que hay menos
cantidad de personas, me pongo a deambular por los ambientes de la feria,
también salgo de la misma para poder fumar mientras recorro Canevaro y así,
como hoy, recordar mis años escolares, porque estudié en Lince, exactamente en
un colegio ubicado en la cuadra 23 de la Av. Arequipa, que ahora es una
gigantesca iglesia protestante, aunque siempre esa cuadra ha sido una iglesia
protestante, pero no tan gigante como lo es ahora. La caminata de hoy, porque
me he propuesto caminar una hora diaria, me llevó al parque Castilla. Veo sus
cambios, que imagino que son para bien. Sin embargo, este parque ya no tiene el
aura salvaje de mis años adolescentes, su aura lo ha perdido. Al llegar al
parque me pregunté cuándo fue la última vez que viví su aura salvaje. Sin duda,
fue después del 2000, en una noche en la que cumplía no sé cuántos años, quizá
era de madrugada, pero recuerdo los detalles y lo que pasó,como la extraña
lluvia que sorprendió a este escorpio, que llevaba en su mochila los libros que
ese día había adquirido en Camaná y El Virrey de Lima. Esta lluvia de noviembre
fue tan fuerte que ni siquiera los frondosos árboles podían contenerla.
Encontré refugio bajo uno de ellos y esperé, fácil un cuarto de hora. Una vez
acabada la lluvia, me puse a revisar los libros adquiridos, leyéndolos sin
leerlos. No era el único a quien había sorprendido la lluvia, de a pocos
empezaron a aparecer los habituales del parque y la vida volvió a la normalidad.
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