"los malos"
Varias veces lo he dicho en mi blog: es
una pérdida de tiempo discutir sobre la valía literaria en textos que son solo
de ficción. Al respeto, debemos pensar a qué llamamos literatura, si solo lo
hacemos con aquellos textos inscritos en la narrativa y la poesía. Por ahí
también puede entrar a tallar el ensayo literario, y alguna que otra vez el
ensayo filosófico.
Como dije, me parece una pérdida de
tiempo y al respecto no me hago ningún problema, porque lo que me interesa como
lector es encontrar un punto de quiebre que me lleve de la experiencia estética
a la conmoción, el cuestionamiento. Es como en el sexo: no te vas a distraer
preguntándote si la persona con la que estás es una narcotraficante, ladrona,
mucho menos en sus aretes, si son de marca o no. En el sexo, solo interesa el
placer. Lo mismo en la lectura.
Desde hace un tiempo se viene hablando
de la nueva crónica latinoamericana, como también del auge de la narrativa de
no ficción, como también de su valía, que solo la encuentra en el gremio de periodistas
de oficio y en estudiantes de comunicación. Hay pues una fuerza que respalda
este tipo de registro, en donde también podemos encontrar de todo: excelentes,
buenos, regulares, malos y olvidables libros.
Sin embargo, si tuviera que comparar la
ficción y la no ficción latinoamericanas, no tengo problema alguno en señalar
que la no ficción le ha sacado varios cuerpos de ventaja a la ficción. No es
para menos, en mi experiencia como lector, me he sentido más apegado a la no
ficción que a la ficción. Muchos de los libros que me han gustado en los
últimos cinco años, por ejemplo, están ubicados en lo que se llama no ficción.
Así es, lo que se llama, aunque para mí han sido inolvidables experiencias
literarias y es de esta manera como asumo la lectura de estos libros.
No me hago problemas, como ya señalé.
Pues bien, hace unas semanas leí un
libro que bien puedo calificar de histórico y que todo amante de la buena
lectura está en la obligación moral de leer. Histórico no solo para los
entusiastas de la crónica y los perfiles, sino también para los acostumbrados a
leer ficción, que, dicho sea, no sería malo que le den tregua a ese apego,
porque estos catorce perfiles que integran Los malos (UDP, 2015), es, por donde
se le mire, una obra maestra. Experiencia literaria total, a secas.
Un trabajo como este solo lo pudo llevar
a cabo Leila Guerriero. ¿Quién más? Guerriero ahora supera largamente lo que
logró con su anterior libro de perfiles, Los malditos.
En Los malditos, la escritora y editora
trabajó con los narradores más conocidos y de prestigio comprobado de América
Latina. Cada uno de ellos debía radiografiar la imagen de un escritor de viada
aciaga, en muchos casos canónico, de un determinado país. Como se supone, el
resultado fue no menos que apoteósico. En cada uno de esos perfiles no solo
accedíamos a un acercamiento brutal de los llamados malditos de la literatura
latinoamericana, sino también a un muestreo estilístico de no pocas plumas en
actividad, muestreo que nos reforzaba la impresión de por qué son los grandes
escritores que son.
Pero Los malos es otra cosa. Es una
experiencia en la palabra que nos destruye. Experiencia que nos permite
ingresar a los salones perdidos del mal, a la médula del ser humano, que puede
ser un excelente padre de familia o un buen hijo, o una buena madre, pero que
se deja dominar por el lado oscuro, por el daño dirigido al prójimo.
En este proyecto, Guerriero convocó a
los mejores periodistas de investigación de Argentina, Brasil, Chile, Perú, El
Salvador, México, Venezuela, Panamá y Colombia. ¿Mejores periodistas? Creo que
uno se queda corto al calificarlo de mejores. Basta ver la nómina para decir
que estamos ante los hombres de prensa que asumen el oficio periodístico como
si fuera un acto de vida o muerte. En esa lista de convocados encontramos a los
que vienen dictando cátedra y consecuencia moral con aquello que denuncian en
sus resportajes y destapes. Encontramos a Juan Cristóbal Peña, Óscar Martínez,
Marcela Turati, Alejandra Matus, Miguel Prenz, Sol Lauría, Ángel Páez, Josefina
Licitra, Clara Becker, Alfredo Meza, Rodolfo Palacios, Juan Miguel Álvarez,
Javier Sinay y Rodrigo Fluxá.
Guerriero, al igual que en Los malditos,
llamó a los mejores. La misión: cada uno debía perfilar a un ciudadano
siniestro de América Latina. Ciudadano rubricado por la muerte y pródigo en
humillaciones a los demás. Basta mencionar sus nombres para decir que han
dejado huella en sus respectivos países, conformando juntos un museo de
atrocidades que revelan lo peor de la condición humana. Tenemos los perfiles
sobre Manuel Contreras, “El Mamo”; Miguel Ángel Tobar, “El Niño”; Santiago Meza
López, “El pozolero”; Ingrid Olderock; Norberto Atilio Bianco; Luis Antonio
Córdoba, “Papo”; Félix Huachaca Tincopa; Rubén Ale, “La Chancha”; Wilmer
Brizuela Vera, “Wilmito”; Mirta Graciela Antón, “La Cuca”; Alejandro Manzano,
“Chaqui Chan”; Jorge Acosta, “El Tigre”; Julio Pérez Silva y Bruna Silva.
No estamos ante textos que obedezcan a
una especie de recuento. Estamos frente a textos que intentan explicar por qué
estos hombres y mujeres actuaron como actuaron. Guerriero guio a sus convocados
a la trastienda personal de estos hombres y mujeres, les pidió que vayan a la
médula emocional, a la fisonomía moral que nos permitan entender si en realidad
eran tan perversos y malos como se mostraban en público y en las sombras. Por
ello, debido a esa indagación en la trastienda emocional, conectamos con estos
perfiles, porque identificamos una similitud entre esos malos y nosotros y que
sus actos no están del todo alejados de lo que alguna vez hemos pensado ya sea
en un acto de furia o un salvaje desequilibrio emocional.
El trabajo de los periodistas salta a la
vista. Es indudable que dejaron la piel en cada uno de sus perfilados. Como
también salta a la vista la rúbrica de Guerriero como editora. Su mano es
indiscutible no solo en la intención espiritual de los textos, sino hasta en el
mismo estilo que conduce cada uno de los mismos. No hablamos de una marca de
agua, sino de una en alto relieve que nos brindan una idea tajante de lo vital
que ha sido Guerriero para que este libro sea lo que es. A lo mejor los
periodistas con los que trabajó no tienen el ego tan inflado como sí lo tienen
los escritores, para quienes el retiro de una coma es no menos que una afrenta.
Si leemos el libro, sea de corrido o, como hizo este servidor, salteándose,
vamos a reconocer una sola voz y un solo estilo, una sola mirada que unifica en
fuerza a estos hombres y mujeres malos, ya sea por separados y juntos.
…
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